Somos de izquierdas

Somos de izquierdas, somos buenos y tú malo

Daniel Rodríguez Herrera 12 agosto 2015

Desengañémonos: ni ustedes ni yo vamos a cambiar este país. La política es algo en lo que muy pocos meten baza de verdad, por lo que la mayor parte de quienes nos interesamos por ella no vamos a suponer una diferencia en la administración de los asuntos públicos. El valor de nuestro voto es insignificante, de modo que a efectos prácticos cualquier interés que pongamos en informarnos y hacernos una opinión es un desperdicio del escaso tiempo del que disponemos en este mundo.

¿Por qué lo hacemos, entonces? Hay muchas razones. A mí, sin ir más lejos, me irritaba en mi juventud no tener argumentos para defender mis opiniones, que en aquel entonces no pasaban de meras intuiciones, así que me puse a leer. Pero hay una que se suele repetir, con muy distintos grados de intensidad, en buena parte de los votantes de izquierda. Es la autosatisfacción moral, la idea de que tener ciertas ideas y no otras te hace superior a los demás, a esa basura despreciable que no comparte tu opinión porque odia a los más débiles.

Parece una caricatura, y hasta cierto punto lo es. Pero no tanto. Basta con pasarse un rato por los lodazales de Twitter para darse cuenta de lo extendida que está. Por ejemplo, este miércoles el conocido tuitero Antonio Maestre escribía esta barbaridad, en la que equiparaba ser hombre con ser un asesino:

Pensemos en lo que sería vivir siempre con la posibilidad de que la persona cariñosa y sensible que tienes a tu lado se vuelva tu asesino. Eso es ser mujer.

En su defensa ante las lógicas críticas argumentaba que lo que pretende es que los hombres tengamos empatía y nos pongamos en el lugar de las mujeres; como naturalmente hace él, no el «detritus de machistas y nazis» que le critica.

Manuela Carmena es otro claro ejemplo. Ella y su partido se construyeron una realidad paralela en la que los niños mal nutridos alcanzaban en Madrid cifras propias de zonas en guerra ante la indiferencia de las autoridades, que eran de derechas y por lo tanto malas por definición. Luego ha resultado que no, que no eran tantos, y que además sí había un programa para ayudarles, mejor que el que ellos proponían, según ellos mismos reconocieron. Continúan con él, pero ahora lo de Escolar lo llama «el servicio de comida a domicilio de Manuela Carmena». Lo esencial permanece: somos mejores.

La consecuencia natural de pensar que tu ideología te pone del lado de los débiles es asumir que la contraria te tiene que poner del lado de los poderosos. Así, a la gente liberal, conservadora o de derechas en general no le pueden preocupar por definición ni los pobres ni las mujeres maltratadas, o la izquierda a la que perteneces perdería el monopolio de la moralidad y tendrías que pasar a discutir sobre cosas prácticas: incentivos, consecuencias, todo eso que en general se te da tan mal. Para evitarlo se opta por ignorar, de forma más o menos inconsciente, todo aquello que podría llevarnos a pensar que, oye, quizá no sea verdad que la derecha odia a los pobres.

Naturalmente, la derecha también caricaturiza a sus rivales ideológicos, pero menos. Un estudio de 2012 pidió a conservadores y socialistas norteamericanos que respondieran a una serie de preguntas sinceramente, y luego que lo hicieran como creen que respondería un típico representante del otro lado. Los de derechas acertaron mucho más. No saben lo que pensamos porque creen sinceramente que somos mala gente. Así que no consideran que quizá sus políticas puedan ser ineficaces o incluso contraproducentes para esos objetivos que dicen defender; no importa, son simplemente una señal que nos informa a todos de lo buenos que son y lo prístinas que son sus intenciones. Y si las suyas son buenas, las de quienes se las discutimos han de ser malas.

Pero no, los liberales no odiamos a los pobres, aunque sí que queremos hacerlos desaparecer. Porque queremos que se hagan ricos. Por eso apoyamos el libre mercado, la mayor fuerza de reducción de la pobreza que ha conocido el mundo. – Seguir leyendo:

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