Nació en el seno de una familia noble agramontesa de origen baztanés. Hijo de Martín de Azpilcueta y de María de Jaureguízar, oriundos de los palacios de sus apellidos situados en el valle de Baztán.
En 1509 inicia estudios de Filosofía y Teología en la Universidad de Alcalá, fundada entonces por el cardenal Cisneros, donde permaneció durante 4 años. Graduado en ambas ciencias, cursó después Derecho Canónico en la universidad de Toulouse, la más famosa en aquel tiempo para el estudio de esta disciplina. Obtuvo la cátedra de Cánones de dicha universidad a la edad de 26 años, impartiendo clases en dicha universidad, así como en la de Cahors.
Durante su estancia en Toulouse se ordenó sacerdote, regresando a Navarra en 1523, a pesar de las ofertas recibidas para permanecer en dicha universidad. En el viaje de vuelta, se detuvo en Roncesvalles, cuyo prior era en aquel momento Francisco de Navarra, donde tomó el hábito de la Orden de Canónigos regulares de san Agustín cuando contaba 30 años de edad.
En compañía del prior de Roncesvalles pasó a la Universidad de Salamanca en 1524. Estando en Salamanca, y aún antes de obtener en ella cátedra alguna, fue promovido por Carlos V a una plaza en el Consejo Real de Navarra y le concedió también una canonjía en la catedral de Pamplona, aunque rehusó ambos cargos. En Salamanca se vio obligado a doctorarse de nuevo en Cánones, pues esta universidad no aceptaba los grados obtenidos en otras.
Fue catedrático en Salamanca durante catorce años, en el transcurso de los cuales asistió en cierta ocasión a escucharle el emperador Carlos V, ante el cual disertó acerca del origen democrático del poder. Formó discípulos, entre los que se cuentan Diego de Covarrubias (1512-1577), el jurisconsulto portugués Arias Pinelo, Francisco Sarmiento y Pedro de Deza (1526-1600).
Por orden del emperador pasó a la Universidad de Coímbra (Portugal), recién fundada por los monarcas portugueses. Una vez allí, el rey Juan III le concedió en 1538 la cátedra de Prima de Cánones y una renta anual de ochocientos cincuenta ducados, además de una chantría en la catedral de aquella ciudad.
Durante su estancia en Coimbra, además de su actividad docente, ejerció influencia en la vida pública portuguesa como consejero y confesor de personalidades ilustres. Fue consultado acerca de diversos asuntos por los tribunales de la Inquisición y se le quiso dar un obispado, lo cual rehusó. Después de dieciséis años de docencia en aquella Universidad, determinó abandonar aquel reino para emplearse en el estudio y en las tareas necesarias para la publicación de sus obras.
Tras jubilarse en 1555, regresó a Navarra para acoger a tres sobrinas suyas huérfanas. En su viaje se detuvo en Valladolid, donde la princesa regente Juana le encargó la visita de dos monasterios. Uno de ellos era el de San Isidoro de León, que ya había visitado veinte años atrás. En esta ocasión se le encomendó dar solución a las diferencias que los religiosos del monasterio tenían con su abad, cumpliendo dicho cometido con gran prudencia.
Ya anciano, en 1568, fue enviado por Felipe II a Roma, donde permanecería hasta su muerte, para encargarse de la defensa del también navarro Bartolomé de Carranza, arzobispo de Toledo y cardenal primado de España, acusado de herejía ante el tribunal de la Inquisición. Concluido el largo y complejo proceso durante el pontificado del papa Pío V, y gracias a la brillante defensa del Doctor Navarrus, Carranza, que iba a morir poco después de conocer la sentencia, fue al fin absuelto de los cargos que se le imputaban.
Azpilicueta estuvo propuesto para ser elevado al cardenalato dos veces, pero lo impidió la oposición de Felipe II, que actuaba en Roma por mediación del cardenal Francisco Pacheco y del embajador Juan de Zúñiga.
Junto con el trabajo que requería la defensa del arzobispo de Toledo, y la edición en latín de muchas de sus obras, ingresó como consultor en el Supremo Tribunal de la Penitenciaría, a propuesta de Pío V y de Carlos Borromeo. Fue también muy estimado por los pontífices Gregorio XIII y Sixto V, quienes acudieron con frecuencia a Martín de Azpilcueta en busca de consejo acerca de materias muy diversas.
Una vez fallecido, conforme a su voluntad, fue sepultado en la iglesia de San Antonio de los Portugueses de dicha ciudad.
Considerado a la vez como teólogo, jurisconsulto y economista. Autor de numerosos ensayos. Perteneció a la llamada Escuela de Salamanca junto con otros jesuitas, dominicos y franciscanos, muy anteriores a los fundadores de la Economía Clásica (Gran Bretaña, siglo XVIII, Adam Smith y sus seguidores, entre otros), que se tienen generalmente como iniciadores de la economía moderna, sin serlo.
Se ocupó de los efectos económicos de la llegada de metales preciosos de América, siendo el primer formulador de historia de la teoría cuantitativa del dinero; hizo notar la diferencia existente entre la capacidad adquisitiva del dinero en los distintos países según la abundancia o escasez de metales preciosos que hubiera en ellos. Define lo que se llamó la teoría del valor-escasez en los siguientes términos:
«Toda mercancía se hace más cara cuando su demanda es más fuerte y su oferta escasea».
Por otro lado, condenó el préstamo con interés usura y a los especuladores que tenían ánimo de lucro, por considerar que impedían el correcto funcionamiento del mercado orientado hacia el bien común.
Durante su estancia en Coimbra, además de su actividad docente, ejerció influencia en la vida pública portuguesa como consejero y confesor de personalidades ilustres. Fue consultado acerca de diversos asuntos por los tribunales de la Inquisición y se le quiso dar un obispado, lo cual rehusó. Después de dieciséis años de docencia en aquella Universidad, determinó abandonar aquel reino para emplearse en el estudio y en las tareas necesarias para la publicación de sus obras.
José María Muruzabal
Casa natal en Garinoain