Paz y Justicia en Tierra Santa

Tierra Santa: no habrá paz sin justicia

Ignacio Santa María

Este artículo ha sido publicado en el número 57 de «Páginas para el mes» (junio, 2002), de Madrid, (www.paginasparaelmes.com).

 

«No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón». Son palabras de Juan Pablo II pronunciadas durante la Jornada Mundial de la Paz. Fueron dichas con la mirada puesta en Tierra Santa donde se puede afirmar rotundamente que no habrá una paz estable y duradera si no está fundamentada en el cumplimiento de los derechos y exigencias de cada pueblo y en el perdón y la reconciliación.

El 15 de mayo de 1948, el rey Abdullah disparó un cañonazo simbólico en la ciudad de Jericó. Con este gesto declaraba la «guerra santa» al recién nacido Estado de Israel. Tropas de Egipto, Transjordania, Siria, Líbano, Arabia Saudita, Yemen e Irak entraron en combate de inmediato. Confiaban en su superioridad y creían que podían barrer del mapa a los judíos que se habían ido instalando desde hacía años en lo que consideraban su Hogar Nacional, pero su sorpresa fue mayúscula al descubrir que los nuevos moradores estaban perfectamente entrenados y equipados para el combate. Desde entonces han resultado invencibles en el campo de batalla, salvo contadas ocasiones. Medio siglo después, el 28 de marzo de 2002, se reunió en Beirut la cumbre de países árabes y aprobaron un plan de paz basado en el reconocimiento de la legitimidad del Estado de Israel. Son dos fechas separadas por un sinfín de acontecimientos trágicos y sangrientos, pero dos fechas que marcan una diferencia sustancial en la actitud de los Estados colindantes con Israel.

Durante 50 años, los israelíes se han aprovechado de su enorme superioridad económica y militar para expandirse territorialmente, alegando la necesidad de garantizar su seguridad, apelando a la legítima defensa, preocupados por su supervivencia en medio de vecinos hostiles y peligrosos. A partir de ahora esta postura belicosa, estrechamente ligada al sionismo desde sus orígenes, está menos justificada. Si bien es cierto que la amenaza persiste en tanto en cuanto existan movimientos fundamentalistas como Hamas, Hezbollah o la Yihad Islámica, no es conculcando los derechos de otros pueblos como Israel va a conseguir mayor seguridad.

Y sin embargo, asistimos con estupor a una espiral de violencia incontenible. Con sus provocaciones, Ariel Sharon logró avivar todavía más la llama del terrorismo palestino utilizándolo como excusa para llevar a cabo la ofensiva militar más devastadora que se recuerda desde la guerra del Líbano. El terrorismo, sea del signo que sea, hay que combatirlo porque muestra un desprecio intolerable por la vida y la humanidad. Pero las respuestas israelíes no ha sido en absoluto defensiva y selectiva, sino todo lo contrario: ofensiva y generalizada. Belén, Ramala, Nablus, Hebrón, Yenín, …todas las grandes poblaciones palestinas han sufrido cada día desde el pasado mes de abril el hostigamiento, las muertes indiscriminadas, los saqueos y la destrucción por parte de los soldados israelíes que han concatenado la operación Muro defensivo con la operación Reacción en cadena. Podemos apreciarlo en el relato de Riad Melki, profesor universitario, vecino de Ramala y presidente de la ONG Panorama que lleva a cabo proyectos de ayuda humanitaria en los territorios palestinos.

«Día tras día la misma rutina. Te levantas por la mañana sólo para esperar a que los soldados israelíes entren en tu casa para buscar, detener o destruir. No sólo han empleado tanques, también helicópteros, aviones de combate F-16 , excavadoras y cañonazos para destruir todo y para eliminar la mera existencia de los palestinos en esta tierra. Nunca paran, no se toman ni un descanso. Parece que actúan contra reloj, intentando infligir el mayor daño posible a la infraestructura palestina, sus instituciones públicas y sus servicios básicos. Si como dicen, están combatiendo el terrorismo ¿Por qué atacan hospitales, ambulancias, escuelas, iglesias y mezquitas, centros comerciales, conducciones de agua, líneas eléctricas y alumbrado?»

Sharon ha traspasado todos los límites. Tratando a la Autoridad Nacional Palestina y a su presidente como terroristas, ha eliminado todas las posibilidades de diálogo; ha intentado borrar del mapa toda la infraestructura de la autonomía palestina, nacida de los acuerdos de Oslo -que por otra parte habían sido rechazados por Hamas y la Yihad-; ha dado varios portazos a la comunidad internacional; ha perpetrado una matanza en el campo de refugiados de Yenín y ha impedido que la ONU lo investigue; ha atacado y asediado la Basílica de la Natividad, en Belén, el lugar donde nació Cristo. ¿Qué se propone el primer ministro israelí?

Su plan consiste en dejar sin efecto todo el proceso de paz, en borrar de la historia toda una década, la de los años 90, en la que han tenido lugar los acuerdos de paz más importantes entre palestinos e israelíes. Su ensañamiento no sólo viene de la exasperación y la impotencia que producen en él y en sus compatriotas los continuos atentados terroristas provocados por los kamikazes fundamentalistas, sino también de que su tiempo es limitado. Hace un mes, este general veterano se enfrentó nada menos que a cuatro mociones de censura y para sortearlas tuvo que aliarse con sectores aún más belicistas. Tiene prisa por infligir el mayor daño posible a los palestinos. Las elecciones están a la vuelta de la esquina y una posible alianza entre los laboristas, los partidos árabes y los pacifistas podrían desalojarle del poder. En sus propias filas tiene también a un rival siempre dispuesto a plantarle batalla: Benjamín Netanyahu. Por eso Sharon necesita perpetuar el conflicto en sus términos más duros y cruentos. Tanto es así que las pocas iniciativas esperanzadoras fueron cercenadas de cuajo por acciones militares de Israel. Así sucedió con el Plan de Paz promovido el verano pasado por la Unión Europea que ya contaba con la adhesión de Al Fatah, dispuesta a decretar una tregua. También el asedio a la residencia de Arafat tuvo probablemente como objetivo inconfesable reforzar la figura de Arafat al frente de la Autoridad Nacional Palestina, en un momento en que el sexagenario dirigente era casi un cadáver político por su pérdida de apoyos en el parlamento palestino.

Pero son ya varias las voces que, desde el mundo judío, han condenado esta política de tierra quemada. Una de las que más tajantes ha sonado ha sido la del presidente de honor del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia, Théo Klein, quien en una carta abierta a Sharon, publicada en el diario Le Monde, le espetaba: «Estas acciones son absurdas porque no hacen más que alimentar la pasión y el odio, porque movilizan a la población palestina en torno a los que considera como combatientes y porque mantienen a la población israelí en la ilusión de una falsa seguridad. ¿Cuándo admitiréis que son los carros israelíes y los misiles los que agitan el viento de una rebelión alimentada cada día por los bloqueos, los cacheos, la desconfianza sistemática que da a nuestros vecinos la sensación de ser sospechosos de terrorismo en todo momento por el hecho de no ser israelíes?»

Desde un punto de vista más ‘oficial’, Shlomo Ben-Ami, el que fuera ministro israelí de Asuntos Exteriores durante el mandato de Ehud Barak, afirma en un libro (¿Cuál es el futuro de Israel? Ediciones B): «Sharon cometerá un grave error si cae en la tentación de una guerra generalizada contra los palestinos. Israel no tiene capacidad de disuasión contra un pueblo que se subleva, como la tiene en cambio contra un Estado o una fuerza militar organizada. Toda empresa militar que se realice contra los palestinos -sobre todo si es general- les favorecerá. El enfrentamiento acabará mal para Israel.»

Una idea que se repite con exactitud en las palabras del mensaje que hizo público el pasado 9 de mayo el patriarca latino de Jerusalén, Michel Sabbah: «Si el gobierno israelí quiere realmente seguridad, la violenta represión que ha usado hasta ahora no es el camino correcto».

La violencia sólo engendra violencia. De una parte el terrorismo y de la otra la ocupación militar y el incremento de los asentamientos no hacen sino perpetuar una guerra encarnizada. Es una evidencia que también reconocen algunas personalidades significativas de la sociedad palestina, como se observa en las declaraciones del presidente de la Universidad Al Quds, en Jerusalén, Sari Nusseibeih, al semanario italiano Tempi: «Creo que los palestinos no deberíamos seguir la estrategia de la violencia. Si me preguntan cuál ha sido el error más grande de los palestinos es precisamente esto: en lugar de hacer todo lo posible, aun con todas las dificultades, para llegar a la mesa de las negociaciones y llevar a Sharon al terreno de las concesiones, han continuado con la violencia, alejando así toda posibilidad de diálogo»

Un diálogo que se truncó en septiembre de 2000 con el paseo de Ariel Sharon, entonces jefe de la oposición, por la explanada de las mezquitas en Jerusalén y el estallido de la segunda Intifada. Varias fueron las causas de esta ruptura, la falta de decisión de Arafat por culpa de la presión de los fundamentalistas, la imposibilidad de llegar a un acuerdo definitivo en los temas difíciles (estatuto de Jerusalén, derecho al retorno de los refugiados palestinos, etc.). Pero lo que realmente hizo insostenible la negociación fue el recrudecimiento de la violencia y el constante crecimiento de los asentamientos de colonos judíos en los territorios ocupados.

La llegada al poder de Ariel Sharon y el final de mandato de Bill Clinton, que había puesto todo su empeño personal en la búsqueda de una salida al conflicto, no hicieron sino empeorar la situación.

Pero ¿cómo se podría ahora empezar a desenredar la madeja?, ¿cómo frenar esta espiral de sangre y odio? Una paz verdadera sólo es posible desde la justicia y en este conflicto el primer agraviado es el pueblo palestino. «El conflicto entre palestinos e israelíes no es básicamente una cuestión de ‘terrorismo palestino que amenaza la existencia de Israel’. Es la ocupación militar israelí, que comenzó en 1967, la que provoca la resistencia palestina que amenaza la seguridad de Israel. La independencia palestina, tras el cese de la ocupación, traerá consigo el fin de todas las hostilidades y, por consiguiente, la seguridad de Israel «, sostiene Michel Sabbah.

Israel es el Estado que puede dar más pasos hacia la paz, porque es el que ha incumplido sistemáticamente las resoluciones de la ONU, en especial, la 181 (de 1947), la 194 (de 1948) y la 242 (de 1967) que, en resumidas cuentas, reclaman la existencia de dos Estados independientes en la zona, uno árabe y otro judío; exigen la retirada israelí de los territorios ocupados en la guerra de los seis días, que incluyen Cisjordania, la franja de Gaza y el Este de Jerusalén, y piden que se reconozca a los refugiados palestinos el derecho a volver a su tierra.

El camino para conseguir seguridad y paz es para los israelíes el camino de las concesiones y del impulso decidido a los acuerdos de paz. Mantener obstinadamente una posición de fuerza sólo le traerá a cambio inseguridad, violencia y sufrimientos. Es verdad que las resoluciones de la ONU no podrían aplicarse de forma tajante porque quedan cientos de aspectos por concretar. Pero también es cierto que, en la pasada década, se avanzó muchísimo, incluso en los temas más difíciles como la reducción de los asentamientos judíos, la partición de Jerusalén y la cuestión de los refugiados. Es necesario retomar este trabajo cuanto antes.

Palestinos y judíos son dos pueblos nacidos de la misma raíz semita. Ambos pueblos son herederos de pleno derecho de un mismo territorio y por ello están llamados a convivir en un clima de paz y confianza. Una paz que sólo será sólida si se construye desde la justicia y la reconciliación sincera.