Rafael L. Bardají, 24 de enero de 2017
Para mí hay dos cosas que creo se le deben reconocer como méritos a Donald J. Trump. La primera, el haber entendido que para vencer no sólo a Hillary, sino a todo un ejército de progres que invadía todos los terrenos, desde Wall Street a la CNN, tenía que abandonar la actitud modosa y acomplejada de los republicanos y lanzarse a la yugular de sus adversarios, ya fueran éstos el clan Clinton, empresarios, banqueros o periodistas. Sólo siendo incorrecto, directo y siempre a la ofensiva podía ganarles, como de hecho hizo.
La segunda, íntimamente ligada a la primera, es que, actuando como ha actuado, sin complejos, sin sentirse prisionero de las normas establecidas por los republicanos, siempre timoratos a la hora de cuestionar a sus rivales demócratas, poniendo el énfasis en el individuo, en el ciudadano, y no en las 37 categorías de orientación sexual que permite Facebook, defendiendo las fronteras y protegiendo al americano frente a los ilegales, llamando al enemigo por su nombre, no sólo descolocaba a los demócratas, cada vez más desesperados, sino que también ponía de relieve lo desnudos que estaban los conservadores republicanos, carentes de ideas, sin ganas de pelear por su propio triunfo y entregados a las comodidades del establishment.
De hecho, esta segunda faceta, la de exponer sangrantemente el vacío republicano, es lo que más me interesa hoy, a tenor de lo que se está publicando sobre el 45º presidente americano desde las filas del supuesto conservadurismo español.
Por ejemplo, Isabel San Sebastián escribía este lunes en el ABC una columna titulada «Cría cuervos como Trump…» donde, además de una defensa corporativa de la profesión de periodista, deslizaba entre otras lindezas que ofrecer a los americanos América primero era apelar a los bajos instintos de las masas. No estoy seguro de qué le hubiera sugerido que dijera al candidato de una nación que siempre se ha considerado excepcional. ¿A quién debería dejar pasar primero sobre los intereses de América? No recuerdo a Isabel San Sebastián criticando al venerable senador John McCain, cuando hablaba en su carrera presidencial, allá por 2008, de «Country first». Y country no lo empleaba como campiña donde relajarse, sino como América. Según esta lógica de que anteponer los intereses del país de uno es deplorable, supongo que Mariano Rajoy debería afirmar que Marruecos o Francia primero, y que tendríamos que insultarle si tuviera la osadía de defender que España primero o ante todo.
Por su parte, mi querida amiga y admirada Cayetana Álvarez de Toledo, en su segunda entrega en El Mundosobre su viaje a Washington DC, titulada «El gato y la ardilla», además de evitar educadamente llamar a las cosas por su nombre y perdonar así la chabacanería de las manifestantes de la marcha de las mujeres, afirma rotundamente que instaurar el Día Nacional del Patriotismo es un acto de «impúdico adanismo, aislacionista hipocresía» por parte del recién estrenado presidente Trump. Me llama la atención poderosamente de alguien que siempre ha defendido para España el denominado patriotismo constitucionalista. No entiendo muy bien si lo que critica es el reconocimiento del patriotismo norteamericano como valor positivo o que sea Donald Trump quien lo haya oficializado. Imagino que si hubiera sido Ronald Reagan o Margaret Thatcher esa fiesta sí se habría recibido con entusiasmo y considerado ejemplo a seguir por estos lares tan faltos precisamente de eso, de patriotismo (salvo que uno sea independentista, que es una forma jibarizada y excluyente de patriotismo). Pero me pregunto: si no se puede celebrar ser patriota, es decir, un enamorado de tu patria, estar dispuesto a realizar sacrificios en su defensa, luchar por la nación que te ha visto nacer o que te acoge, ¿qué debemos celebrar?, ¿qué nos queda? ¿El día del niño, del orgullo gay, de la defensa del elefante pigmeo? Estamos tan acostumbrados a oír que el nacionalismo es el peor de los males, que hemos acabado olvidando que sin nacionalismo, patriotismo, se borran los vínculos con la tierra, tu gente y el Estado que protege a la nación.
En fin, también me extraña que mi buen amigo Enrique Navarro publique en este medio un artículo titulado «Las falacias de Trump que arruinarán su presidencia». Además de la letanía habitual de dibujar a Trump como simplista y populista, su tesis central es que no podrá cumplir ninguna de sus principales promesas porque no dependen de él. Y puede que tenga razón, pero me sorprende que alguien que ha vivido en suelo americano desdeñe los vericuetos con los que puede actuar un presidente. Por ejemplo, dice que la Casa Blanca apenas tiene competencias en educación, uno de los asuntos estrella durante la campaña. Trump ha criticado por activa y por pasiva la politización de colegios y universidades y ha defendido una reforma para devolver al sistema educativo la capacidad de formar de nuevo a los mejores del mundo. Navarro parece desconocer cuál es la propuesta concreta de Donald Trump: cambiar el sistema e instaurar el cheque educativo de 12.000 dólares por niño para devolver a los padres la capacidad de elección de centro educativo para sus hijos. Cierto, la burocracia educativa puede intentar frenar este y cualquier otro cambio, pero eso no tiene nada que ver con las competencias federales, estatales y municipales.
Por último, más sentido tiene la crítica que ha realizado nuestro ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, sobre la desaparición de la versión en castellano de la web de la Casa Blanca. Más sentido porque hay toda una corriente de pensamiento en nuestro país que quiere ver el uso del español en Estados Unidos como un valor que favorece nuestros intereses nacionales. Desgraciadamente, la realidad es que España poco ha sacado del hecho de que más de 50 millones de hispanos vivan en los Estados Unidos. Entre otras cosas, porque esos hispanos en poco o nada valoran nuestro país o lo que podemos aportarles. En todo caso, como ya sabemos desde Babel, la lengua es un arma de unión pero también de fragmentación. Samuel Huntington, el respetable sociólogo de la lucha de civilizaciones, también publicó otro libro, menos conocido en España, titulado ¿Quiénes somos?, en el que se preguntaba si las políticas demócratas de separación por grupos raciales, lingüísticos y culturales no estaría socavando la idea de nación americana, crisol de crisoles, y conduciendo inexorablemente hacia la balcanización de América. Trump ha dicho que quiere una América regida por la idea de E pluribus unum, una nacida de todos. En su alocución de inauguración, calificada de tétrica, maliciosa, corta, brutal, insultante, entre muchas otras cosas, Donald Trump, que yo sepa, llamó a la unidad y a la asimilación. Para personas que llevan tiempo criticando las lacras del multiculturalismo, como las tres citadas anteriormente, será fácil entender que el inglés es el mejor instrumento para acabar con los guetos de las minorías y poder ofrecer un futuro mejor para todos por igual.
Hasta ahora, a los nuevos gobernantes se les concedía un plazo de 100 días de espera para pasar a juzgarles. Trump no ha disfrutado ni de cien segundos. Tal vez se lo merezca. Yo creo que no. Más bien parece que la rabia a izquierda y derecha impide ver la realidad. Cierto, aquí nadie se ha vuelto loco de un día para otro, pero decir que Trump se ha especializado en destruir porque lo primero que ha hecho ha sido parar el Obamacare o es puro desconocimiento sobre lo que representaba dicho programa, y el rechazo generalizado que había causado, o es ideología disfrazada.
Para que luego se extrañen de que Trump llame deshonestos a los periodistas.
El problema para los llamados conservadores españoles es que, en realidad, han dejado de serlo hace mucho. Han aceptado las reglas de juego de la izquierda y han acabado por asumir sus postulados culturales sin darse cuenta. Por eso ni defendemos nuestras fronteras, ni primamos lo español (salvo en su aspecto mercantilista de marca), ni sabemos quiénes son nuestros enemigos ni cómo tratarles, y posiblemente ni sepamos ya qué significa ser español. Todo es Europa, ese paraíso mítico donde solucionar el problema que es España, o todo es un mundo globalizado donde debemos someternos a los designios de los más grandes o más fuertes o más ricos, o que producen más barato que nosotros. No me extraña que González Pons, el exportavoz del PP, diga que la victoria de Trump es una mala noticia para la democracia. Que hubiera llegado a la Casa Blanca una mentirosa, corrupta y sin escrúpulos sí hubiera sido bueno.
Trump también tiene otra cosa buena, que nos ha borrado de un plumazo al peor presidente de la historia de América, Barack Hussein Obama. Claro, que si fuera por los nuestros no sólo le concederíamos otro Nobel: estoy seguro de que más de uno ya está hablando con Francisco para que lo beatifique.