La Iglesia Católica y la leyenda negra

Sería increíble que, tras casi 2.000 años como ideología dominante y miles de millones de personas que han vivido siendo cristianas, no se pudieran encontrar errores, malos ejemplos e incluso actos de una gran vileza en su historial. Pero eso no es la Iglesia. Hay cosas malas que son verdad, pero no toda la verdad y ni siquiera la mayor parte de la verdad. Hay también quien piensa que el catolicismo es el Antiguo Testamento y la ira divina arrasando ciudades, pero eso es más que nada desconocimiento del catolicismo. El catolicismo es básicamente los Evangelios, en los que se reflejan las palabras de Jesús. De hecho, si tuviéramos que resumir las ideas en que se funda la Iglesia sería en conceptos como amar al prójimo como a uno mismo (incluso al enemigo), devolver bien por mal, ayudar a la persona que nos encontramos tirada en el camino, desapegarnos de las cosas materiales, compartir con los necesitados nuestros bienes, no dirigirnos hacia Dios en el templo diciendo cuánto lo amamos mientras estamos peleados con nuestro hermano, o ser generosos y piadosos con discreción y no para quedar bien ante los demás. El cristianismo, además, se basa fundamentalmente en conceptos como la libertad y la responsabilidad, la idea de que hacer las cosas bien o mal es una elección nuestra, la cual tendrá consecuencias, o que el propio mundo en que vivimos no es perfecto y en él suceden cosas malas pese a que exista un Dios bueno porque es la única manera posible de que podamos actuar con libertad. En un mundo perfecto, en el que Dios interviniera continuamente para evitar el mal, no sería posible la libertad porque la coacción divina sería constante y porque, de hecho, si Dios tuviera que detener las balas o salvar a todos los niños que van a ser atropellados, además de que podríamos conducir borrachos y ser totalmente irresponsables materialmente sería imposible elegir el mal. O el bien.

Una religión que no es enemiga de la cultura y de la ciencia

Si somos herederos de Grecia y Roma tras 2.000 años de catolicismo, no es porque durante todo ese tiempo el catolicismo intentó destruir el legado cultural de Grecia y Roma, sino porque lo asumió y lo defendió como propio. Lógicamente, en una institución que tiene más de XX siglos no se puede pretender que todo haya sido intachable. Pero es que además no se puede juzgar lo que pasó hace cinco, diez o quince siglos con los criterios actuales. La persona más limpia del siglo II, por decir algo, seguramente no pasaría el baremo más relajado que le pudiéramos aplicar en el presente. Y nosotros, que nos creemos los supremos jueces de la historia cuando miramos al pasado, seguramente no pasaremos los más elementales baremos de quienes nos juzguen en el siglo XXXI, en el caso de que nos juzguen con los suyos.

Las universidades y hospitales

El concepto actual que tenemos de lo que es un hospital, o de lo que es una universidad, nacen en el Occidente cristiano, para comprobarlo basta con buscar «hospital» en Wikipedia. Antiguamente, el obispo estaba encargado de cuidar de todos los pobres, sanos y enfermos, de las viudas, huérfanos y peregrinos, y cuando las iglesias tenían rentas seguras, se destinaba la cuarta parte de ellas al socorro de los pobres. Esta separación dio lugar al establecimiento de hospitales, domus religiosae, en donde los pobres reunidos podían recibir con más comodidad los auxilios que necesitaban. En cuanto a las universidades, las más antiguas de Europa son las de Bolonia (1088) y París (1090). Es probable que de entrada les sorprenda la fecha, pues de ella se deduce que las primeras universidades de Occidente, como las catedrales góticas, nacen en plena Edad Media, una época que erróneamente solemos identificar con un absoluto estancamiento del conocimiento y oscurantismo religioso. Por el contrario, las universidades nacen en la Europa cristiana. La anteriormente citada Universidad de París, incluso, fue fundada por el propio obispo de París.

Galileo, Giordano Bruno y Miguel Servet

En la leyenda negra indudablemente han tenido mucho que ver los casos de Galileo, Giordano Bruno o Miguel Servet.

En el año 1600 Giordano Bruno fue quemado en la hoguera, pero no tanto por sus ideas acerca del heliocentrismo sino por negar, por ejemplo, la existencia de la Santísima Trinidad, la Comunión o la Virginidad de María. Sin embargo, antes de ello Bruno era un monje dominico y como tal desarrollaba la ciencia y observaba los cielos. Bruno, además, se adhirió a la reforma protestante y acabó siendo condenado por los calvinistas, aunque es cierto que quienes finalmente le ejecutaron fueron los católicos.

Galileo, por su parte, fue autorizado poco después de Bruno a explicar el heliocentrismo, pero solamente como una hipótesis y no como una verdad contrastada. Galileo incumplió esta limitación y se abrió un juicio contra él en el que fue condenado a arresto domiciliario. El hecho, sin embargo, es que aunque sus teorías se demostraron ciertas posteriormente, estas no estaban tan claras como ahora pudiéramos suponer en el momento en que fue condenado. El Papa Juan Pablo II pidió perdón por la condena a Galileo en 1992; sin embargo, las obras de Galileo fueron aprobadas desde 1741 por Benedicto XIV, cuando ya se habían acumulado las suficientes evidencias a favor del heliocentrismo. Podría pensarse que Galileo o Bruno, al margen del catolicismo o el protestantismo, tuvieron la clase de problemas que han tenido siempre las personas adelantadas a su tiempo. El problema es que, hace cinco siglos, adelantarse a su tiempo era más peligroso que ahora, dentro o fuera de la Iglesia.

En cuando a Miguel Servet, suele decirse que fue condenado en la hoguera por haber descubierto la circulación de la sangre, pero lo cierto una vez más es que el motivo de su condena tuvo que ver más bien con su negación de la Trinidad y en este caso no fueron los católicos sino los protestantes quienes lo quemaron en la hoguera, en la bucólica Suiza. Mucho más recientemente, en regímenes ateos, se ha condenado a muerte a la gente por cientos de miles por no creer en el socialismo real. O en la nación vasca o en la raza aria. La intolerancia o el fanatismo no son fenómenos religiosos, son fenómenos humanos. Como ver la viga sólo en el ojo ajeno.

Científicos creyentes

Por el contrario, nunca se suele recordar a todos los creyentes, incluso religiosos, que han realizado enormes aportaciones a la ciencia.

José de Acosta fue un naturalista español, además de jesuita, que propuso la evolución y la adaptación de las especies 300 años antes que Charles Darwin.

Domingo de Soto fue un fraile dominico que descubrió que un cuerpo en caída libre sufre una aceleración constante. Un descubrimiento clave para el posterior estudio de la gravedad por Galileo y Newton.

  • Bonaventura Cavalieri, jesuita, fue el precursor del cálculo infinitesimal.
    Francesco María Grimaldi fue el sacerdote que descubrió la difracción de luz.
    Otro clérigo, Jean Picard, calculó el radio terrestre.
    Edme Mariotte, uno de los padres de la ley de Boyle-Mariotte, también era sacerdote.
    Nicolás Steno, considerado el padre de la Geología, fue obispo.
    Gregor Mendel, padre de la Genética, era un sacerdote agustino.
    El sacerdote belga Georges Lemaitre, astrónomo y profesor de física en la Universidad de Lovaina, fue el precursor de la teoría del Big Bang.
    Como apunte final, 36 cráteres de la Luna llevan los nombres de científicos jesuitas.
    Todos estos datos se pueden verificar fácilmente en la red. O mejor aún, leyendo el libro titulado «Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental», escrito por Thomas E. Woods.