Iñaki Iriarte López
El Jueves Santo de madrugada se celebró en Pamplona, como viene sucediendo en los últimos años, una “procesión atea” (anticristiana, más bien). El acto, al parecer, fue disuelto por la Policía Municipal. EH-Bildu ha protestado considerando que debería haberse respetado la parodia, que carecía de permisos, invocando “la libertad de expresión”.
He leído varios documentos de EH-Bildu donde se posicionan a favor de la “multiculturalidad”. Tengo malas noticias para ellos: la religión constituye el núcleo de la cultura en la mayoría de los pueblos del planeta. Por eso, resulta imposible plantear el respeto a las diversas culturas sin respetar a la vez a su religión. De hecho, suele ser indiscernible de ellas.
Resulta, además, irónico. Es sabido que la izquierda abertzale y junto a ella toda la izquierda del Estado no pierden ocasión de manifestar su solidaridad con los pueblos saharaui y palestino. Les encanta organizar jornadas, colgar las banderas palestina o saharaui en los balcones, invitar a delegaciones, agasajarlas… ¿Habrán probado a contarles sus puntos de vista respecto a las manifestaciones religiosas? Porque, verán, la Constitución de la República Árabe Saharaui Democrática declara en su artículo segundo: “El Islam es la religión del Estado y fuente de ley”. ¿Creen que esto permitiría organizar una burla de la religión como la del pasado jueves, digamos, el día del Eid el Kabir? ¿Qué sucede, entonces? ¿Puede quererse para los saharauis lo que no se quiere para uno mismo? Respecto a los palestinos no conozco una sola expresión de su folklore que no sea religiosa. Son un pueblo de una hondísima espiritualidad. La idea de una procesión atea en Viernes Santo, que se mofara de Cristo y de María, los soliviantaría, tanto a los cristianos como a los musulmanes (para quien Cristo es un profeta clave y su madre un modelo de entrega a Dios). ¿Cómo puede uno ser solidario con los palestinos si se ríe de lo que más aman, de su cultura? Muchos nacionalistas radicales creen carecer de religión. En realidad, su nacionalismo es su religión. Una religión sin dios, pero religión, al fin y al cabo, con mártires y santos, procesiones, misioneros, símbolos, santuarios, parroquias e inquisición. Les falta espiritualidad, es cierto, pero lo compensan con grandes dosis de intolerancia.
¿Los gritos soeces contra la virgen María forman parte de la libertad de expresión? A mi juicio, tan poco como la quema del Noble Corán por parte de aquel pastor de extrema-derecha. ¿Verían en EH-Bildu con agrado, por ejemplo, que alguien convocara una quema del Olentzero en Nochebuena? Lo dudo. Dicho sea de paso: les parece criticable que un cargo público acuda a una procesión católica, pero ellos siempre se hacen presentes en los desfiles del carbonero. Comprendo el motivo: ignoran que éste baja a los pueblos a dar la buena nueva del nacimiento de Cristo; se figuran que es solamente una suerte de epifanía de su etnos. Por mi parte, no veo ningún problema en que un político muestre su respeto a las diversas confesiones religiosas acudiendo a algunos de sus actos.
Cuando Barak Obama, por ejemplo, tomó parte en la comida que rompe el ayuno al final del día durante el mes de Ramadán, me pareció digno de aplauso. Es la manera de conseguir una mayor integración de una confesión minoritaria y de promover el mutuo cariño. En Canadá las comunidades judías, musulmanas, anglicanas, católicas, etc., se invitan mutuamente a sus celebraciones. Todo un modelo.
A menudo quienes aplauden las expresiones de odio a la religión se justifican en los horrores cometidos por su culpa. Es cierto que se ha matado en nombre de la religión. Casi a diario leemos informaciones de crímenes cometidos en nombre del Islam… pero el verdadero Islam es inocente. Hace 10 años, en Guyarat, al norte de Mumbai, se asesinó a miles de musulmanes en nombre del hinduismo… pero el verdadero hinduismo era inocente. A principios de la década de 1990, se masacró a miles de musulmanes en Yugoslavia en nombre del cristianismo ortodoxo… pero la verdadera fe ortodoxa era inocente. Se ha matado en nombre de todo, en realidad, del socialismo, de la democracia, de la civilización, de España, de Euskal Herria… El panorama resulta desesperante, pero, en el fondo, todos esos términos eran inocentes de las malas interpretaciones que unos fanáticos hicieron de ellos. Son éstos, los fanáticos, los verdaderos responsables de los crímenes. Y la primera señal para reconocer a un fanático es la falta de respeto hacia los demás.