La Guerra Civil Española

Una república y una constitución que jamás fueron votadas por los españoles.

Las elecciones del 12 de abril de 1931 desencadenaron la caída de la monarquía al imponerse las candidaturas republicanas en las principales ciudades de España. No se trataba sin embargo de un plebiscito entre monarquía y república, sino de unas elecciones municipales. En realidad, las elecciones las ganaron los monárquicos, aunque por poco margen. Viendo a la nación dividida y no sintiéndose suficientemente respaldado, temiendo también un enfrentamiento, el rey Alfonso XIII decide abandonar el país provocando la orfandad de sus partidarios. Resulta imprescindible subrayar que ni el régimen republicano ni su constitución fueron jamás votados por los españoles. Un hecho curioso que no suele ser recordado.

Ser monárquico era ilegal en la Segunda República

Ley de Defensa de la República, de octubre 1931, prohíbe en su artículo 1.6 ser monárquico.
Artículo 1.: Son acto de agresión a la República y quedan sometidos a la presente ley:
6-La apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación y el uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a uno u otras.

Nos encontramos por tanto ante una curiosa paradoja. Los actos conmemorativos que suelen celebrar los nostálgicos de la Segunda República serían perseguidos si la monarquía parlamentaria actual les aplicara el mismo rasero que aquélla. Este hecho tampoco suele ser particularmente recordado.

Cuando los que celebran el aniversario de la República, se rebelaron contra ella.

Posiblemente la contradicción más clamorosa entre los nostálgicos de la Segunda República consiste en que, mientras ahora celebran la instauración de la República, olvidan cómo menos de tres años después de establecerse la izquierda se levantaba en armas contra ella. En cuanto la izquierda perdió las primeras elecciones, dio muestra de su talante antidemocrático poniendo en marcha un golpe de estado contra el gobierno. La izquierda, por consiguiente, en rigor no tiene demasiada legitimidad moral para condenar el alzamiento de 1936. Como dijera Salvador de Madariaga, “Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”. La diferencia es que el golpe del 36 tuvo éxito y el del 34 fracasó, no que unos fueran más demócratas que otros.

El propio Indalecio Prieto, líder socialista, reconoció y lamentó años después, ya en el exilio, su participación en aquel primer golpe contra la república: “Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria”. Llama la atención ver cómo algunos partidos se presentan actualmente como defensores de aquella república contra la que montaron un golpe de estado. Largo Caballero declaraba abiertamente en aquella época que “Las elecciones no son más que una etapa en la conquista y su resultado se acepta a beneficio de inventario. Si triunfan las izquierdas, con nuestros aliados podemos laborar dentro de la legalidad, pero si ganan las derechas tendremos que ir a la guerra civil declarada“. Esa era la mentalidad “democrática” de la época.

Citas políticamente incorrectas

Acostumbradas a un discurso distorsionado, en el que la izquierda aparece idealizada como demócrata, seguramente muchas personas se sorprenderían de algunas citas de los principales líderes de la izquierda española en los años 30, antes de la guerra. En este sentido son inequívocas respecto a su contenido totalitario las de José Díaz, el líder español del Partido Comunista.

“Que lo oigan cuantos quieran oírlo: los comunistas han llamado a la lucha y a la insurrección a las masas, se han puesto a la cabeza y han luchado contra las fuerzas represivas de la reacción y del fascismo con las armas en la mano”. 2 de junio de 1935. Discurso en el Monumental Cinema de Madrid.

“Con los camaradas socialistas hemos de discutir aún sobre la táctica, sobre los fundamentos teóricos del partido revolucionario del proletariado. Pero el pasado no volverá. Marcharemos unidos para terminar la revolución democrático-burguesa: marcharemos unidos para implantar la dictadura del proletariado, y, siguiendo el ejemplo del Partido Bolchevique y de su jefe, Stalin, forjaremos el arma que nos dará el triunfo definitivo del Socialismo en España”. 9 de febrero de 1936. Discurso en el Salón Guerrero de Madrid.

Podría ser también pertinente recordar el “decálogo” de las Juventudes Socialistas, portada del diario Renovación en 1934:

  • -Los jóvenes socialistas deben acostumbrarse a las movilizaciones rápidas, formando militarmente de tres en fondo.
    -Cada nueve (tres filas de tres) formarán la década, añadiéndole un jefe, que marchará al lado izquierdo.
    – Hay que saludar con el brazo en alto -vertical- y el puño cerrado, que es un signo de hombría y virilidad.
    -Es necesario manifestarse en todas partes, aprovechando todos los momentos, no despreciando ninguna ocasión. Manifestarse militarmente para que todas nuestras actuaciones lleven por delante una atmósfera de miedo o de respeto.
    -Cada joven socialista, en el momento de la acción, debe considerarse el ombligo del mundo y obrar como si de él y solamente él depende la victoria.
    -Solamente debe ayudar a su compañero cuando éste ya no se baste a ayudarse por sí solo.
    -Ha de acostumbrarse a pensar que en los momentos revolucionarios la democracia interna en la organización en un estorbo. El jefe superior debe ser ciegamente obedecido, como asimismo el jefe de cada grupo.
    -La única idea que hoy debe tener grabada el joven socialista en su cerebro en que el socialismo sólo puede imponerse por la violencia, y que aquel compañero que propugne lo contrario, que tenga todavía sueños democráticos, sea alto, sea bajo, no pasa de ser un traidor, consciente o inconscientemente.
    -Cada día, un esfuerzo nuevo, en la creencia de que al día siguiente puede sonar la hora de la revolución.
    -Y sobre todo esto: armarse. Como sea, donde sea y “por los procedimientos que sean”. Armarse. Consigna: Ármate tú, al concluir arma si puedes al vecino, mientras haces todo lo posible por desarmar a un enemigo.

Y este era el modo en que hablaba también Largo Caballero, el otro gran líder socialista, en 1933: “Tenemos que recorrer un período de transición hacia el Socialismo Integral, y ese período es la dictadura del proletariado”.

Aunque suficientemente ilustrativas, todas estas no son sino unas pocas citas entre los cientos que se podrían reunir.

La izquierda renegaba de la bandera republicana, que ahora pasea a todas horas

Parece un tanto insólito afirmarlo, pero la izquierda no tenía en 1936 ninguna estima por esa bandera tricolor que ahora adorna muchos de sus mítines y manifestaciones. Cuando la bandera republicana era la oficial la izquierda renegaba de ella. Largo Caballero era claro en este sentido y pone en evidencia que el republicanismo retrospectivo de la izquierda actual vive instalado en el mito: “Tenemos que luchar como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee, no una bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución socialista”.

Los campos de “esclavos” los inventó el gobierno republicano

El diputado y director general de Prisiones de la República, en octubre de 1937, declaraba ante la apertura de un nuevo campo de trabajos forzados (el de Albatera, Alicante): “Por decreto de 26 de diciembre de 1936, se crearon los campos de trabajo que significan una noble innovación en el régimen penitenciario español haciendo que el recluso se gane con su esfuerzo lo que cuesta sostener al Estado y se reivindique por el único sistema que puede tener un hombre para hacerlo, es decir, por medio del trabajo”. Cuando los nacionales ganaron la guerra, al margen de todos los casos injustos de represión, los carceleros pasaron a convertirse en presos.

1931: comienza la quema de iglesias y conventos

La persecución religiosa siguió en sólo cuestión de días a la instauración del régimen republicano. Si el 14 de abril se proclamaba la República, una oleada de ataques a iglesias y conventos se desató en toda España entre los días 10 y 13 de mayo, ante la flagrante pasividad del gobierno republicano. En 1932 se expulsó de España a los Jesuitas. Los ataques a las iglesias constituirían desde entonces una constante, con diversa intensidad, a lo largo de todo el período republicano. Ya en el golpe de 1934 algunos religiosos fueron asesinados, como los recientemente beatificados Tomás Pallarés Ibáñez o Salustiano González Crespo. Durante la guerra se asesinó a cerca de 7.000 religiosos en el lado republicano. Manuel de Irujo, ministro de Justicia republicano y miembro del PNV, lo relató así: “Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados, sin formación de causa, por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan solo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las ciudades, como Madrid y Barcelona y las restantes grandes poblaciones suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso”. A menudo se le reprocha a la Iglesia su cercanía al bando nacional, o se justifica su persecución por esta cercanía. Lo que sucede es que la realidad permitiría más bien argumentar todo lo contrario. Que la Iglesia forzosamente tenía que estar más cerca del bando nacional porque el otro, sencillamente, la estaba exterminando, ya desde antes del alzamiento.

El asesinato de Calvo Sotelo

Apenas seis días antes del golpe de estado que supondría el comienzo de la Guerra Civil y el principio del fin de la República, el líder de la derecha, el diputado conservador José Calvo Sotelo, era asesinado por una patrulla de la policía acompañada por los guardaespaldas del mismísimo líder del partido socialista: Indalecio Prieto. Esa misma noche el otro líder parlamentario más destacado de la derecha, José María Gil Robles, también fue buscado para ser asesinado, librándose del tiro en la cabeza al encontrarse ausente de su domicilio. El estado de la nación justo antes del alzamiento consistía por tanto en que los líderes de la derecha eran sacados de sus casas y asesinados como perros por pistoleros de la izquierda, que al mismo tiempo podían ser miembros de las fuerzas de orden público. El crimen supuso la chispa desencadenante de una guerra largo tiempo larvada y la demostración del fracaso convivencial del régimen republicano, fracaso en el que obviamente hay responsabilidades para todos.

Cuneteros

Los republicanos represaliaron al margen de las muertes en el frente a entre 37.843 personas (Santos Juliá, Victimas de la Guerra Civil) y 56.577 (Ángel David Martín Rubio, Paz, Piedad, Perdón). Seguramente el bando franquista represalió a más, básicamente porque fue el ganador de la guerra y porque el otro bando nunca controló más de la mitad del territorio. Descontando estos dos factores, ambos bandos tienen similares horrores en el armario. Las cunetas de toda España se llenaron de víctimas de la violencia criminal de uno y otro bando, no reconocerlo es absurdo. También sería absurdo no reconocer que muchos desaparecidos jamás serán encontrados. El antropólogo forense Francisco Etxebarria, presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, reconoce que «ni el 20%» de los desaparecidos en la Guerra Civil van a ser encontrados. A veces se encuentran restos en España que nadie reclama. Unos 3 millones de soldados alemanes murieron en la Unión Soviética y Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial, y aún hoy en día los familiares y descendientes desconocen la suerte de cientos de miles de ellos. Entre los desaparecidos en España los hay de los dos bandos, lógicamente más de uno que de otro porque uno perdió la guerra. Obviamente hay que hacer lo razonablemente posible, preferiblemente dentro de un marco de reconciliación y respeto, para que cualquier familia pueda recuperar los restos de sus antepasados, pero siempre quedarán desaparecidos por buscar. Algunos políticos no dejarán de hablar de ello cuando se encuentre al último desaparecido, sino cuando dejen de pensar que hablar de la Guerra Civil les da votos, o por lo menos cuando dejen de pensar que abriendo una zanja entre españoles evitan que se los quiten.

Guernica

De todos los bombardeos aéreos sobre ciudades ocurridos durante la Guerra Civil, si preguntáramos en la calle al ciudadano de a pie, es probable que sólo supiera nombrarnos el bombardeo de Guernica (abril del 37). Si preguntáramos por el número de muertos, es probable que tampoco pensara que fueron sólo 126. En cambio, casi nadie ha oído hablar jamás del bombardeo de Cabra. Siendo Guernica su única referencia, tampoco es extraño que el ciudadano de a pie acaso piense que el bando nacional fue el único en bombardear ciudades. Lo cierto, por el contrario, es que los bombardeos sobre ciudades fueron frecuentes en toda la guerra y que los primeros en realizarlos, además, fueron los republicanos, concretamente sobre Tetuán. El bombardeo sobre Tetuán, entonces capital del Protectorado Español de Marruecos, tuvo lugar tan pronto como el 18 de julio de 1936. Varios aviones republicanos bombardearon la ciudad donde la guarnición se había sublevado contra el gobierno republicano. Las bombas, sin embargo, alcanzaron varias casas y la mezquita, provocando numerosas muertes y decenas de heridos entre los civiles.

La aviación republicana bombardeó durante las primeras semanas de la guerra ciudades como Albacete, Granada u Oviedo, causando víctimas civiles en todas ellas. De hecho Oviedo fue una de las ciudades españolas más castigadas durante la guerra, tanto por parte de la aviación como de la artillería republicana, incluyendo capítulos tan atroces como el bombardeo del Hospital Provincial.

En Navarra, pese a ser zona de retaguardia, la aviación republicana bombardeó Pamplona (tres veces), Lumbier y Tudela, en todos los casos con víctimas mortales, fundamentalmente civiles.

El primer bombardeo aéreo de la historia parece ser que tiene lugar en 1849, cuando el imperio austríaco bombardea con globos aerostáticos a sus súbditos sublevados de Venecia. En la Primera Guerra Mundial se bombardearon ciudades. Por consiguiente, los bombardeos aéreos sobre la población civil no fueron una novedad ni española, ni de la Guerra Civil, ni del bando nacional. Eso sí, como decíamos al principio, lo único que saben muchos españoles acerca de bombardeos aéreos en la Guerra Civil es una sola palabra: Guernica. Y para algunos, conviene que no sepan más.

Franco murió en la cama.

Por más que la izquierda intente mitificar su aportación a la caída del régimen, es un hecho evidente y fuera de toda discusión que Franco murió en la cama. La democracia actual llegó a España de la mano de una derecha que, teniendo el mando de las divisiones de tanques, voluntariamente decidió en cambió apostar por la transición a la democracia. La derecha no necesita acreditar con teorías su vocación democrática cuando la ha demostrado en la práctica, siendo ella quien desmanteló la dictadura desde el poder. Para muchas personas de derechas de la época, que se adscribieron al bando nacional, la elección no era entre dictadura franquista o democracia, sino entre dictadura comunista o franquista. En realidad es la izquierda quien realmente no ha tenido que demostrar su conversión a la democracia. Como fracasó el golpe de 1934, como perdió la Guerra Civil, parece que la izquierda no tenga que demostrar nada, cambiar nada ni asumir nada. Por otra parte, tampoco hace falta que lo haga. Salta a la vista que la gente normal de izquierdas es demócrata. Lo mismo que la gente de la derecha.

Reconciliación.

El recuerdo de todo lo anterior, no obstante, no pretende sino bajar del mito y situar en su auténtico contexto los hechos que tuvieron lugar alrededor de la proclamación de la República. De los hechos que anteceden, se deduce que la memoria histórica a la que continuamente se alude hoy en día, alimentada por el cine y el mundo de la “cultura”, resulta claramente selectiva. Cabe sospechar también que, cuanto menos selectiva, también sería un elemento menos recurrente en la política. A tal propósito pretende servir el presente análisis. Cabe preguntarse cuál sería el interés de los asesores políticos por la memoria histórica en el momento en que llegaran a la conclusión de que ésta no era útil para ganar un sólo voto. Han pasado poco menos de 100 años. Que nos dejen ya reconciliarnos.