En un Estado moderno las reglas del juego no deben penalizar el diálogo de una parte, la del lado de los creyentes. Muchos Estados han apostado de hecho por una visión del mundo materialista, que margina como insostenible cualquier opinión o argumento público de inspiración religiosa, en el actual Estado liberal sólo a los creyentes se les exige que escindan su identidad, entre una parte privada y una parte pública. La colaboración entre liberalismo y cristianismo, entre filosofía y religión, tiene que reformularse.
Para los creyentes el aborto no debe ser legalizado, ya que supone la aniquilación de un ser que es imagen de Dios. Los partidarios de la despenalización, consideran que la política no puede apoyarse en convicciones religiosas. Para ellos el aborto -en las primeras fases de la gestación- no es éticamente reprobable, al implicar sólo la eliminación de un ser que no posee inteligencia, ni viabilidad independiente, tan sólo se trata de un agregado celular. Para esta tesis materialista, el alma no existe, ya que sólo somos una materia complejamente organizada, y no hay ningún salto cualitativo entre el hombre y el resto del cosmos, negando un plan inteligente para el universo.
La tesis pro aborto tiene unos presupuestos filosóficos, tan metafísicos como los antiaborto. Pero como dichos presupuestos resultan ser no religiosos, el Estado los asume como válidos. El creyente, en cambio, debe guardarse sus tesis metafísicas para su vida privada, la concesión de ¡no abortes tú y ya está! es lo más que conceden, y tiene que tragar que la vida pública sea organizada con arreglo a las tesis de su adversario, tan metafísicas como las tuyas. Esta falsa neutralidad expulsa de lo público los argumentos de inspiración religiosa, mientras concede un lugar de honor a los de inspiración atea.
La neutralidad debería no prejuzgar las decisiones políticas en favor de ninguna de las partes. Que cada parte haga valer sus razones, y en último extremo decidan las mayorías democráticas. El ateo no puede exigir que el creyente se guarde sus argumentos para la vida privada. Habrá que avanzar hacia una verdadera neutralidad, auténticamente equidistante respecto de las visiones religiosas y antirreligiosas. La neutralidad es incompatible con cualquier intento de generalizar políticamente una visión secular del mundo. Nadie debería negar en principio a las visiones religiosas un potencial de verdad, ni tampoco pueden impedir a los creyentes el derecho a hacer contribuciones con su lenguaje religioso a las discusiones públicas.
Para los perdedores de la Historia, la única esperanza de que la injusticia que atraviesa el mundo no se salga con la suya, para que el verdugo no triunfe sobre las víctimas inocentes, no les queda más que acogerse a la esperanza de la teología. Dios tiene que existir pues las víctimas inocentes merecen que Alguien las consuele. El cristianismo se apoya en la razón y en la libertad, en su larga historia, la Iglesia no siempre ha hecho honor a dicha inspiración. Pero la Ilustración, la democracia y los derechos humanos nacieron en países cristianos, y sólo en ellos han alcanzado un desarrollo adecuado. El Vaticano II supuso una auténtica purificación de la Iglesia, así frente a una cultura (post) ilustrada olvidada de sus orígenes cristianos, debilitada por el relativismo y la irracionalidad, los cristianos debemos tomar conciencia de que debemos defender la razón y la libertad.
Las generaciones de los años 60 del siglos XX rompieron con la sociedad precedente, apoyaron de forma fuerte la revolución sexual, las drogas, el izquierdismo utópico, el feminismo extremista, la mitificación de revoluciones china, cubana, la legalización del aborto. Hoy ocupan importantes cuotas del poder mediático, político y cultural, y han conseguido en parte lo que imaginaron. Sin embargo todo apunta a que asistamos a una incipiente rebelión contra el credo permisivo de padres y abuelos. Aún, siendo muy minoritario e incipiente lo que supone hoy la máxima trasgresión, la más audaz rebeldía frente al hedonismo y relativismo actual, es el ir a misa y contarlo, resistirse a la promiscuidad sexual ambiental y rechazar frontalmente el aborto.
El cristianismo derribó muros en Europa en la segunda mitad del siglo XX, primero fue capaz de empujar la construcción de la Unión Europea, uniendo a Alemania y Francia enemigos irreconciliables durante siglos, todos los padres fundadores de Europa fueron devotos católicos. Más tarde favoreció el hundimiento del comunismo, la Iglesia del silencio resistió frente a la tiranía y de ella partieron movimientos que ayudaron a derribar al coloso comunista. La Historia nunca está cerrada, y si en un momento bajo del cristianismo, fue capaz de vencer a una superpotencia mundial, entonces tenemos todo el derecho a tener esperanza, siempre que contemos con reglas donde poder dialogar en igualdad con los demás.