Terroristas y suicidas

Fernando José Vaquero Oroquieta
06/04/16

El creciente número de atentados terroristas perpetrados por criminales suicidas en los últimos años, sin ir más lejos, los de Bruselas y Lahore (siendo asesinados decenas de mujeres y niños cristianos) a lo largo de estas últimas jornadas, viene causando en Occidente horror, incomprensión… y desconcierto. Pero, además de esas lógicas sensaciones, genera otro efecto fundamental: una mayor extensión del terror entre sus potenciales víctimas. Un indicio de que tan criminal como perversa táctica funciona… y muy bien.

Desde los inicios de esta triste historia del terrorismo moderno, se han sucedido no pocos activistas dispuestos a morir matando; vendiendo caras sus vidas. Incluso, muchos de ellos eran conscientes del enorme riesgo que acarreaba su decisión. De alguna manera, concurría en ellos un cierto altruismo que les arrastraba a «entregar» su propia vida como acto de «expiación» por el mal causado. Así, algunos testimonios muy significativos, por ejemplo los procedentes de los nihilistas rusos de Narodnaya Volya (Voluntad del Pueblo), apuntan en esa dirección.

Pero el fenómeno actual de los terroristas suicidas es muy distinto al de aquellos rusos del XIX.

El terrorista-bomba es consciente de su inmediata muerte, concebida como medio para causar el mayor daño y terror posibles entre sus enemigos. El terrorista suicida se transforma en una «técnica» más sencilla que otras, pues no es necesario planificar su huida; no en vano, el intento de huida del escenario de un atentado implica, en muchas ocasiones, una altísima posibilidad de caer en manos de sus enemigos, o de perecer incluso. Pero, además, mediante esta modalidad se despliega otra muy estimada función entre los estrategas del terror: la magnificación del atentado.

Efectivamente, para la inmensa mayoría de los mortales, un terrorista suicida rompe «esquemas», aterroriza más si cabe, pues pertenece a esa rara y ajena tipología de personas entregadas, dispuestas a dar la vida por la supuesta justicia de su causa.

En Líbano, muchos hombres, y algunas mujeres, de diversos grupos terroristas ligados fundamentalmente a los grupos radicales chiíes (Amal Islámico e Hizbulá), se inmolaron, en los años 80 y 90 del pasado siglo, en acciones suicidas contra falangistas cristianos, paracaidistas franceses, milicianos del colaboracionista Ejército del Sur del Líbano, marines norteamericanos y, sobre todo, soldados israelíes. Pero también se les sumaron algunos militantes de partidos laicos; caso del Partido Sirio Social-Nacionalista, particularmente fuerte entre la comunidad greco-ortodoxa libanesa.

En Palestina empezaron a practicar esta forma de terrorismo -que los islamistas radicales denominan «martirio voluntario», no en vano el Islam condena el suicidio- los hombres de Hamas y de la Yihad Islámica; para imitarles después algunos laicos de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, nacidas en el entorno del partido Al Fatah. Y, finalmente, algunas mujeres también optaron por el «martirio», aproximándose a los objetivos elegidos, caso de controles militares, más si cabe que sus compañeros varones. Por ejemplo, mujeres «veladas» supuestamente embarazadas.

Algunos investigadores han intentado explicar este comportamiento recurriendo a diversas explicaciones: así –un tópico que circuló abundantemente sin apenas base científica, pero sí con mucha fortuna mediática- lo protagonizarían personas coaccionadas de alguna manera; acaso enfermos mentales; o sometidos a un profundo «lavado de cerebro».

Sin embargo, los numerosos vídeos que grabaron -en el marco de rituales impactantes, especialmente populares en redes sociales- de afirmación y propaganda horas antes de su muerte, parecen descartar claramente las dos primeras explicaciones. Por lo que respecta a la tercera, está claro que se trata de profundos creyentes. Si actuaron movidos fundamentalmente por desesperación, para favorecer económicamente a su familia superviviente, o por su ciega creencia en una vida más allá de la muerte, incluso por una incalculable combinación personal de todas ellas, nadie puede asegurarlo en ningún caso. Pero hay otra circunstancia que ilumina, en algún modo, la cuestión, aunque nos cueste comprenderla en Occidente. Los dirigentes palestinos de Hamas, aunque adoptan medidas importantes de seguridad, no huyen de los lugares abiertos, ni de las manifestaciones masivas, ni de ruedas de prensa y rezos colectivos, ni de los despachos oficiales que ocupan: son conscientes de que ellos mismos -quienes han impulsado a otros a la muerte (ellos afirman que se limitan a «autorizarles»)- también corren riesgos mortales, en coherencia con sus creencias y tácticas. Y es que los militares israelíes tienen mucha experiencia en saber «tratarlos»…

Encontramos terroristas suicidas en otros contextos. Es el caso de las «viudas negras chechenas», inmoladas en ataques suicidas contra objetivos rusos dentro y fuera de Chechenia. Aquí puede rastrearse un impulso evidente: la desesperación y el ánimo de venganza; no siendo ajenas, probablemente, las creencias islámicas de estas mujeres.

Otros numerosos y letales atentados suicidas los vienen protagonizando terroristas islámicos en Afganistán, Pakistán, India, Irak, Siria, Gran Bretaña y Estados Unidos. Y, en España, los autores del 11–M también murieron, conforme una tesis «oficial» que no ha sabido colmar diversas «lagunas», suicidándose.

Por último mencionaremos otro espacio donde los terroristas suicidas han sumado, seguramente, el mayor número de atentados suicidas: Sri Lanka, de la mano de los ya brutalmente exterminados Tigres Tamiles, en mayo de 2009; habiendo perpetrando varios cientos de ataques suicidas durante muchos años, siendo protagonizados su cuarta parte por mujeres. Pero no olvidemos un aspecto interesante: se trataba de una organización laica no confesional, si bien la inmensa mayoría de tamiles son hinduistas, frente a los cingaleses budistas. En este contexto, el factor Islam era irrelevante, pues.

Algunas investigaciones relevantes profundizaron, hace ya bastantes años, en las motivaciones de los terroristas suicidas; es el caso de unos interesantes informes de la agencia de noticias ZENIT de 23 de julio de 2005.

Así, Jon Etlster, profesor en la Universidad de Columbia, aseguraba en un capítulo del libro Making sense of suicide missions, dirigido por Diego Gambetta (Oxford University Press, 2005), que los terroristas suicidas no se mueven por patologías psicológicas, sino que responden a estímulos racionales. Algunos factores psicológicos pueden contribuir en su decisión: la presión del grupo, el deseo de ser bien considerado, el sentimiento de inferioridad y el resentimiento. Diego Gambetta, por su parte, consideraba que no es fácil encontrar elementos comunes, dada la diversidad de expresiones y protagonistas. Es fundamental la existencia de una organización. No obstante, aunque practiquen el terrorismo kamikaze, no es la táctica fundamental de ninguna organización. Otro dato de interés es que únicamente el 34,6% de los ataques suicidas perpetrados desde 1981 a septiembre de 2003 lo fueron de inspiración islámica (recordemos que la organización que de manera masiva perpetró esta modalidad terrorista fue la laica de los Tigres Tamiles); siendo ésta la única inspiración religiosa de este tipo de acciones. No obstante, desde 2003, la incidencia de esta modalidad de terrorismo de vocación islamista se ha multiplicado hasta nuestros días.

Jessica Stern, por su parte, también analiza este tipo de terrorismo en su libro Terror in the name of God (Ecco/HarperCollins, Nueva York, 2003). Entrevistando a terroristas y extremistas de diversas organizaciones de matriz religiosa, descubrió que los terroristas consideran que con sus actuaciones contribuyen a purificar el mundo y a perfeccionarse a sí mismos. También identifica algunos factores de riesgo: los avances de la comunicación, especialmente Internet; los campos de refugiados y los llamados Estados fallidos; la incapacidad de los gobiernos para salvaguardar los derechos humanos y proporcionar servicios básicos; la explotación de los pobres, mediante la compensación económica a las familias de los suicidas; la humillación sufrida, supuestamente, por obra de Occidente; la existencia de gobiernos corruptos en Oriente Próximo que permiten la pervivencia de organizaciones extremistas; el resentimiento hacia Estados Unidos e Israel; y la adopción de medidas de seguridad muy estrictas contra el terrorismo, de modo que se buscan objetivos más vulnerables. Deberemos añadir nosotros, otros motivos evidentes hoy: la catastrófica intervención occidental en Próximo Oriente en un intento de extensión de la democracia al estilo europeo, provocando el caos y la guerra en Siria, Irak, Libia; y el fracaso de las políticas multiculturales de integración entre los musulmanes de «segunda generación» residentes en Europa.

Hoy día, debemos insistir en la orientación islamista, casi con exclusividad, de esta modalidad tan perniciosa de terrorismo; así su empleo sistemático por Al Qaeda, Estado Islámico y sus filiales regionales y locales. Algunas excepciones a esta tendencia universal, acaso protagonizadas por extremistas de izquierda, se han perpetrado a lo largo de los últimos meses de 2015 y principios de 2016 en Turquía: sus autores habrían sido terroristas kurdos de diversas organizaciones-pantalla del PKK, viejos militantes de la mítica Dev Sol o de la más actual DHKP-C (todas ellas de de matriz marxista-leninista). No obstante, dada la opacidad de estas organizaciones y su nada infrecuente infiltración por parte de servicios estatales turcos de información y otros especiales, no es posible emitir un juicio totalmente concluyente acerca de su segura autoría e inspiración.

Las respuestas que han encontrado los atentados terroristas suicidas de inspiración islamista en Europa, que han provocado desde la total paralización de la vida cotidiana de la capital política de la Unión Europea, hasta un cambio electoral radical en España en su día, únicamente alentarán a otros potenciales terroristas.

Los sensibleros abrazos colectivos; los ridículos “actos de resistencia” en cafés próximos a los lugares de los atentados (acaso también por puro morbo) días después de los mismos en París; la ausencia de una respuesta militar contundente; la ambigüedad de no pocas comunidades musulmanas establecidas en Europea; el miedo reverencial a ofender a las mismas por parte de las autoridades nacionales y europeas; y la facilidad con que terroristas y delincuentes del más variado pelaje pueden adquirir explosivos y armas de guerra en el continente y aledaños, trasladándolos con total impunidad a través del mismo; todo ello indica que seguiremos sufriendo en Europa este tipo de atentados. Preparémonos, al menos moralmente, para ello. Y no olvidemos que un simple cuchillo cerámico en manos de un terrorista puede ser extraordinariamente letal para una ciudadanía acobardada, desmovilizada y privada de consignas adecuadas para afrontar con voluntad de resistencia y victoria una guerra asimétrica de este tipo.

La persona humana concebida como bomba imprevisible, letal y terrorífica; en suma. Una expresión radical de la deshumanización que arrastran las ideologías del terrorismo… incluso entre sus mismos seguidores y en nombre de Alá; y gracias también al desarme moral de toda una colectividad en declive.

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