Suicidios. Una sociedad cada vez más libre, pero menos sana

Una sociedad cada vez más libre, pero menos sana

Por Fernando PAZ

RE, Nº 188, noviembre-diciembre de 2014.

Poco se puede hacer contra las enfermedades como el cáncer, el Alzheimer y las cardiacas, salvo investigar sobre ellas y adoptar hábitos de vida que no nos predispongan a adquirirlas. Sin embargo, mucho se puede hacer contra el suicidio. En 2011 los muertos por accidentes de tráfico fueron 1.479, en cambio los muertos por mano propia subieron a 3.180. Sorprende que los Estados desarrollen descomunales campañas de publicidad y reformen los códigos penales para reducir las muertes en las carreteras y no hagan apenas nada contra el suicidio, como si se tratase de un asunto privado, sin trascendencia pública, al igual que el aborto.

Los elementos que en Occidente influyen en el suicido son, de manera paradójica, los que se consideran victorias del progreso humano: la liberación de las tradiciones y los tabúes (la soledad), la secularización y el ateísmo (la pérdida de sentido de la vida), el derecho a disponer del propio cuerpo (el aborto, la eutanasia, la esterilización)…

Con respecto al suicidio circulan una serie de tópicos que han sido asumidos por la sociedad, de modo generalizado, hasta conformar la creencia común sobre este asunto. Seguro que muchos de quienes leen este artículo creen que la mujer se suicida más que el hombre, por poner un caso. Cuando resulta que es al contrario: los hombres se suicidan entre tres y cuatro veces más que las mujeres en occidente. En cifras absolutas, en España, los datos de 2009 arrojan un balance inequívoco: de los 3.429 suicidios, 2.666 son varones y 763 mujeres; y en 2011 hubo 2.435 varones suicidas frente a 745 mujeres.

Hay que señalar algo que resulta muy significativo. En Asia estas cifras se invierten: tres de cada cuatro suicidas allí son mujeres. Sin duda, esta estadística se halla relacionada con el valor que se le da a la mujer en las culturas asiáticas, ya que tanto en China, como en la India y en el mundo islámico, la mujer es considerada inferior al varón. Pero, ¿se producían estas cifras en Europa cuando la mujer se hallaba sometida al hombre? La respuesta es negativa, lo que se explica porque dicha sumisión no presuponía una inferioridad per se de la condición femenina, y porque también implicaba protección, lo que no se produce en el caso asiático.

Otro de los lugares comunes es el que atribuye a los adolescentes una tasa de suicidios superior a la de otras edades. Pues bien: no es así en absoluto, más bien todo lo contrario. Los menores de quince años representan un porcentaje mínimo de entre quienes cometen suicidio, y el siguiente grupo por edades en el que menos suicidios se producen es el que abarca de los 15 a los 25 años. Además, en estas franjas, la diferencia entre hombres y mujeres es muy marcada, alcanzándose la proporción de siete a uno. Por edades, las cantidades van incrementándose hasta alcanzar los 45-49 años, para descender a continuación.

Precisamente este aumento, entre quienes se encuentran en la segunda mitad de los cuarenta, presenta una cierta relación con la tasa de divorcios. Y es que, entre los varones, el suicidio asciende del 6 al 38 por 100.000 en caso de divorcio y separación. Entre las mujeres, en cambio, este aumento es sólo de 2,5 a 6 por 100.000, lo cual matiza la idea de que el divorcio representa el menor entre dos males. Aunque las estadísticas son interpretables, hasta un 15% de los suicidios podrían tener relación con los procesos de divorcio. Lo que parece poco discutible es que la divergencia de las cifras entre el suicidio de varones y el de mujeres a causa de los procesos de divorcio refleja el carácter favorable para la mujer de la actual legislación.

Pero además, el divorcio incide sobre las tendencias suicidas de los niños en su edad adulta. Así, un estudio elaborado por las doctoras Fuller-Thompson y Angel Danto, de la Universidad de Toronto, afirma que «la pérdida de la figura paterna puede afectar a su socialización (de los niños) y tener un impacto sobre su salud mental. Los niños pueden interiorizar sus sentimientos sobre el divorcio, y hacerlos más vulnerables a los pensamientos suicidas». Esto parece afectar especialmente a los varones, pues «aquellos cuyos padres se divorciaron cuando eran menores tiene un riesgo hasta tres veces mayor de padecer ideas suicidas».

Ha prendido también en el imaginario común el que el otoño, al ser la estación de la melancolía es, por tanto, la más propicia al suicidio. Pues de nuevo se trata de una idea falsa, por cuanto es la época del año en la que menos suicidios se cometen, siendo el mes de diciembre el menos luctuoso. La diferencia con respecto al mes más mortífero, julio, es de casi el 50%, lo que ciertamente supone una enormidad. Las estaciones en las que se cometen más suicidios son, por este orden, el verano y la primavera.

Un hecho curioso es que se observa una correlación entre las sociedades que practican más deporte y las que arrojan unas cifras más altas de suicidio, lo que ha sido interpretado en función de que esa afición al deporte pudiera ser un sustitutivo de la pérdida de los lazos grupales y familiares en las sociedades posmodernas urbanas. Por tanto, estarían reflejando esa pérdida. Dicha idea la refuerza el hecho de que en las zonas rurales los índices de este tipo de muertes son menores. Y también resulta llamativo que, frente a una pretendida tendencia melodramática atribuida a la mujer, son los varones quienes dejan, en mayor número de ocasiones, una nota de despedida.

En cuanto a los medios que se emplean para cometer suicidio, estos varían notablemente en función de la cultura, pero en el caso de España, por ejemplo, las armas de fuego desempeñan un papel muy secundario; menos de un 10% del total. El medio más empleado es el ahorcamiento y el salto al vacío, que suman unos dos tercios del total. Un elemento que sin duda incide en el suicidio es la adscripción religiosa. Las cifras no dejan lugar a la duda, por cuanto los cristianos y los hindúes no llegan al 10 por 100.000, sin duda debido al peso de sus convicciones en favor de la vida. Los budistas aumentan hasta el 17 por 100.000 y las cifras de los ateos son variables pero, en todos los casos, considerablemente superiores a las de los grupos anteriores.

En general, se considera que el número de las muertes tipificadas como suicidios está infracuantificado. Hay muertes de las que no puede demostrarse su causa, pero que se sospecha pudieran ser suicidio. Así, en los países nórdicos, se estima que entre un 5 y 7% de las muertes en carreteras y que se registran como accidentes son, en realidad, suicidios encubiertos. Como norma, cuando no hay seguridad de que haya habido voluntariedad en la muerte, estas no se registran como suicidios.

Sin embargo, también hay que considerar que existen numerosas actitudes suicidas que no siempre son registradas. Así sucede con los suicidios no consumados o las conductas de riesgo, que abarcan desde las sexuales hasta las de tráfico. Curiosamente, las mujeres llevan a cabo esos suicidios no consumados en mayor proporción que los varones, mientras que con las conductas de riesgo sucede todo lo contrario, son los hombres los que las protagonizan. Se ha establecido que por cada suicidio consumado se producen entre 20 y 50 tentativas.

En 2011, la prestigiosa publicación británica British Journal of Psychiatry incluía un estudio de la doctora Priscilla Coleman basado en el trabajo de campo más amplio de los efectuados hasta el momento, con datos de 870.000 personas, en el que se afirmaba que las mujeres que se han practicado un aborto incrementan sus posibilidades de cometer suicidio hasta un 155%. Aunque el trabajo recoge nada menos que los datos de quince años —entre 1995 y 2009— lo único que ha recibido por toda contestación de la «comunidad científica» ha sido el silencio, el desdén o el cuestionamiento de sus conclusiones, aunque nadie haya sido capaz de rebatirlas. El estudio es particularmente duro con el silencio cómplice del Colegio de Obstetras y Ginecólogos de Estados Unidos acerca de la cuestión. El modus operandi habitual.

Otros estudios son incluso más demoledores. Datos publicados en abril de 1996 por el British Medical Journal y referidos a Finlandia, indicaban que «la tasa de suicidios después de un aborto es tres veces más elevadas que la media»; por contra, el parto reduce el índice de suicidios en la misma proporción. En el caso de las adolescentes, las probabilidades de suicidarse tras un aborto se multiplican por diez. La realidad es que, para la mujer, practicarse un aborto es mucho más peligroso que el embarazo y el parto.

Es muy llamativo que los países ex-comunistas, y los que aún lo son, se cuenten entre los Estados en los que más suicidios se cometen en el mundo. El primero de ellos, después de Groenlandia, es Rusia, donde los índices de suicidios son más de cuatro veces superiores a los de España. Le siguen, Lituania, Kazajstán, Eslovenia y Hungría; Cuba se encuentra en el puesto 16, y China en el 26. Con excepción de Japón, los primeros ocho son antiguas repúblicas comunistas.

El grado de desarrollo de un país también es un dato a considerar. Los países más avanzados de Europa, Austria, Alemania, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Suiza y Francia, triplican la tasa de suicidios de Portugal, Grecia, Italia y España. En el caso de los Estados Unidos, casi están en los mismos números que España. Los países en los que menos suicidios se cometen son países pobres y muchos de ellos, católicos. Seguramente también existe una relación con la menor capacidad de resistencia al dolor de la población de esos países. Así lo afirma el catedrático de Psiquiatría de la Universidad de Sevilla, José Giner, para quien «estamos en una sociedad de bienestar, con la gente acostumbrada a vivir bien; la posibilidad de fracasar es mayor, la capacidad de sufrimiento es menor, se tolera menos el sufrimiento, y eso hace que, de alguna forma, la salud mental necesite más medios».

Los resultados que arrojan las estadísticas de las comunidades autónomas españolas son muy dispares. La comunidad en la que las cifras son más reducidas es la de Madrid, y en las que es más alta, Galicia, Asturias y Andalucía; quizá tenga que ver con la situación económica y el envejecimiento de la población (soledad, arrepentimiento por no haber tenido hijos…).

La mayoría de los sociólogos, sin embargo, no hacen una interpretación excesivamente economicista del fenómeno. Es obligado llamar la atención sobre un hecho al respecto de los condicionantes del suicidio. Y es que la norma económica que rige en los países europeos, esto es, que la riqueza incrementa los índices de suicidio no se produce en España, donde algunas de las regiones más ricas presentan las tasas más bajas de suicidio.

Consideran, por tanto, que la actual crisis ha podido incrementar la tasa de suicidios, pero no piensan que se trate de un factor determinante; de hecho, tienden a considerar que no hay una sola causa de suicidio, sino que a este se llega por un cúmulo de ellas. José Giner, asegura que «nadie se suicida porque no tenga dinero, sino por una confluencia de problemas». Ciertamente, serían más condicionantes factores como la viudedad o la separación. En los últimos años se ha observado un aumento de este tipo de muertes entre los jóvenes, y hoy constituye la tercera causa de muerte de carácter no natural entre ellos.

La evolución de la secuencia histórica durante el siglo XX, muestra una interesante trayectoria. A lo largo de las primeras décadas del siglo fue elevándose paulatinamente el número de actos suicidas, aunque sin llamativos incrementos. El primer repunte significativo lo encontramos en tiempos de la II República, aunque luego cayó en vísperas de la guerra civil; y, si bien remontó en la inmediata posguerra —seguramente a consecuencia de las pésimas condiciones económicas—, las cifras disminuyeron con rapidez desde principios de los años 50 hasta la segunda mitad de los años 70. En el periodo de la transición volvieron a elevarse por espacio de unos veinte años de modo prácticamente continuado.

Las causas principales del decrecimiento de la tasa de suicidios durante ese cuarto de siglo, entre los primeros 50 y la segunda mitad de los 70, son fundamentalmente dos. Una primera, sin duda, está relacionada con el hecho de que España constituía una sociedad en la que a los valores religiosos se les otorgaba una dimensión social muy destacada. La segunda causa es menos específica, y tiene que ver con las expectativas de crecimiento económico, de seguridad, de bienestar y la sensación de que la vida merecía la pena ser vivida. La consecuencia es que hay un mayor equilibrio social. Pues es evidente que existe una relación entre la tasa de suicidios y el grado de salud social. Y en este sentido las cifras nos muestran, con tozudez, que la sociedad de hace unas décadas era más sana que la actual. En la que, por cierto, sigue subiendo sin freno la tasa de suicidios. Hoy, tras el corazón y el cáncer, el suicidio es la tercera causa de muerte en España.
RE, Nº 188, noviembre-diciembre de 2014.