El autor nos propone seis ideas básicas, políticamente incorrectas, para renovar nuestro concepto de educación y la labor educativa en nuestras aulas
Alejandro Llano 7 junio 2012
Creen algunos que los síntomas del deterioro de una sociedad surgen como las setas en otoño.
Piensan que se producen por condicionamientos incontrolables y que las causas de su origen no tienen nada que ver entre sí. Desgraciadamente, se equivocan, al menos en el caso de España.
El espectáculo de las elecciones catalanas, por ejemplo, no se puede aislar de la situación de un presunto» proceso de paz» en el que ETA gana un pulso tras otro al Gobierno. Como tampoco la ley del sexo a la carta está desconectada del desmadre abortista en ciertas clínicas españolas. La ignorada raíz común de estas postraciones, se encuentra en el hecho de que, desde hace tiempo, los españoles no nos tomamos en serio la educación, elemento vertebrador y dinamizador de la actual sociedad del conocimiento. El fallo capital de la enseñanza en nuestro país no es económico ni organizativo. Por eso no se solucionará —sino todo lo contrario— con nuevas leyes y planes de financiación. Hace falta una nueva mentalidad que contribuya a sacarnos del atolladero ético y cultural. Cuando te das cuenta de que estás en un agujero, lo primero que has de hacer es no seguir cavando. En esta línea, inspirándome en el título de un bello libro de Italo Calvino, lanzo seis propuestas educativas para una sociedad civil en decadencia:
- Lo importante no es enseñar, lo importante es aprender. Lo decisivo en la enseñanza es el alumno, no el profesor iluminado. De ahí que las técnicas pedagógicas no sean el factor clave de la educación. Se trata, no tanto de mejorar las cosas, como de intentar mejorar a las personas. La burocracia y la tecnocracia no bastan para lograr la excelencia educativa. La educación no es un montaje constructivista: es una convivencia culta, una auténtica simbiosis.
- Sólo se puede educar en el ámbito de una tradición cultural, dentro de una comunidad de investigación y aprendizaje. El conocimiento es una práctica comunitaria, que tiene una historia, un contexto social y unas implicaciones éticas. Para llegar a un ajuste entre las exigencias del presente y nuestros recursos intelectuales, se precisa una inserción dinámica en la tradición del saber. De lo contrario se cae en una concepción inmediatista y pasiva del aprendizaje. Cuando los jóvenes no encuentran ninguna comunidad auténticamente educativa, acaban por marginarse.
- Todo aprendizaje es aprendizaje de un oficio. Toda ciencia y toda técnica es originariamente un oficio, un craft, dotado de normas internas. Según MacIntyre, tienen mucho más de artesanal que lo que actualmente se reconoce. Cuando fallan las normas internas a la práctica educativa, se sustituyen por reglas de tipo burocrático y mercantil. La enseñanza pierde toda motivación eficaz. Decae el entusiasmo.
- Y surge la violencia, que no se puede vencer sólo con sistemas de control.
- El saber posee una ineludible dimensión moral. La separación entre ciencia y moral es un mito Pseudo ilustrado, que el propio Kant rechazaría enérgicamente. Sólo hay una ética que, propiamente, no se puede enseñar, como los clásicos demostraron. Lo decisivo para acercarse a la excelencia educativa es la calidad del temple ético de la institución, el espesor humano de su cultura corporativa, el nivel de su ambiente moral, el estilo de convivencia, sobre todo en los aspectos informales.
- Por eso las reglamentaciones y programaciones no contribuyen a elevar el nivel de la enseñanza, por mucho que se empeñen los sucesivos gobiernos. Y menos aún procede remitir los aspectos claves de la vida personal y social a una Educación para la Ciudadanía cuyo tufo manipulador no han logrado ocultar sus disciplinados valedores.
- Lo decisivo son los hábitos, no las actividades ni los contenidos. A la postre, la propia ciencia es un hábito y no un constructo mental. Lo importante en la sociedad del conocimiento no es que se sepa mucho sino que siempre se sea capaz de saber más, lo cual remite a las potencialidades vitales de las personas. Lo metodológico prima sobre lo descriptivo, y lo formativo sobre lo informativo. El objetivo focal de todos los niveles educativos debería ser ahora mismo una intensa y amplia formación intelectual: aprender a pensar con rigor, hondura y creatividad.
- Las tecnologías multimedia posibilitan la educación científica y humanística. Los recursos multimedia constituyen un instrumento de descarga que facilita la dedicación a las cuestiones centrales del humanismo y la ciencia, lejos ya de una educación minimalista y pragmática.
Tomarse en serio la educación y apostar decididamente por su honda radicación cultural —despidiéndonos del emotivismo, la dependencia burocrática, la superficialidad y el pragmatismo— es mi propuesta de fondo. Constituye el nervio del protagonismo de la sociedad civil como recurso para superar el decaimiento de las energías cívicas que nos aqueja.