¿Se puede reformar el islam?

Michele Brignone, 28 febrero 2017

La pregunta, que ya forma parte del debate público tanto en Occidente como en el mundo musulmán, podría tener una respuesta perentoria: no solo se puede reformar el islam, sino que en los dos últimos siglos ya se ha reformado varias veces. Desde los modernistas hasta los salafitas, no son pocas las corrientes que interpretan el islam en discontinuidad con la tradición premoderna. Por otro lado, el islam mismo prevé la necesidad de una constante renovación interna. De hecho, una famosa cita atribuida a Mahoma afirma que “al cabo de cada siglo Dios enviará un renovador a esta comunidad para que renueve su religión”.

El problema es sobre todo que la dialéctica entre renovación y conservación no siempre conduce por el camino trazado por la modernidad liberal. A veces se acerca, otras se aleja. Así lo muestras dos recientes posicionamientos de Al-Azhar, el prestigioso centro de enseñanza egipcio que se erige como custodio de la tradición islámica “auténtica” y que, al mismo tiempo, se ha comprometido, en contra de las lecturas extremistas, con una obra de renovación del “discurso religioso”, lo cual le ha valido una sentencia de muerte por parte del estado islámico.

El pasado mes de enero, el gran imán de la mezquita Ahmad al-Tayyeb declaró que a los cristianos no se les puede aplicar la dhimma, la protección que la jurisprudencia islámica clásica preveía para las “gentes de la escritura” (judíos y cristianos) a cambio del pago de un impuesto (la jizya), porque esa medida es propia de un contexto histórico ya pasado. En el contexto del estado nacional moderno, los cristianos deben ser considerados ciudadanos de pleno derecho, titulares de los mismos derechos y deberes que los musulmanes. Para justificar esta evolución, el imán evocó los precedentes de la comunidad de Medina, donde el profeta Mahoma habría establecido un “estado” fundado sobre el “principio de ciudadanía”, donde convivían con derechos similares musulmanes, judíos y paganos.

Este procedimiento es un pilar del reformismo islámico: una relectura del islam que, yendo más allá de la jurisprudencia tradicional, busca en el tiempo los orígenes de un posible acuerdo, aunque anacrónico, entre el islam y las instituciones modernas. Lo mismo hicieron hace un año los firmantes de la “Declaración de Marrakech sobre los derechos de las minorías religiosas en el mundo islámico”, que a su vez habían identificado en la “Carta de Medina” una “referencia para garantizar los derechos de las minorías religiosas en tierra del islam”. Antes de ellos, ya habían desarrollado el tema de la ciudadanía ideólogos islámicos como Yousef al-Qaradawi, Rachid Ghannouchi, Tariq al-Bishri y Muhammad Salim al-‘Awwa, que también explicaron sistemáticamente las razones por las cuales la dhimma y el pago de la jizya, prevista de manera explícita en un versículo del Corán (9,29), no valen para el contexto actual. Por no hablar de toda la reflexión del nacionalismo árabe “laico”, que ya abordó y resolvió esta cuestión en el siglo XIX.

Un mes después de las declaraciones sobre la ciudadanía, el imán Al-Tayyeb, junto a otros miembros del Consejo de los Grandes Ulemas de Al-Azhar, se expresó sobre otro tema delicado, el divorcio, esta vez cerrando la posibilidad de eventuales reformas. En un discurso pronunciado ante las personalidades egipcias más importantes, el presidente Abdelfattah al-Sisi solicitó de hecho una ley que limitara la práctica del divorcio oral, por la cual el marido puede repudiar a su mujer simplemente pronunciando una fórmula. El comunicado con que los ulemas de El Cairo reaccionaron a la propuesta del presidente afirma que este tipo de divorcio está documentado entre los musulmanes desde los tiempos del Profeta y se limita a invitar a los legisladores a garantizar los derechos de la mujer y de los hijos, y a esforzarse para intentar hacer frente a este fenómeno a través de la cultura y la educación.

Resulta interesante señalar que este mismo método, el de referirse a los orígenes del islam, ha permitido en el caso de la ciudadanía una “actualización” de la doctrina (incluso en presencia de un versículo coránico que podría señalar otra dirección), mientras que en el caso del divorcio oral ha servido para confirmar la doctrina ya existente.

Esta aparente deformidad encuentra explicación en ciertos criterios que el mismo gran imán de Al-Azhar expuso a lo largo de un ciclo de conversaciones sobre el islam retransmitidas por televisión durante el mes del Ramadán del año pasado. En el encuentro dedicado a la renovación del pensamiento islámico, Al-Tayyeb explicó cómo la reforma la exige la propia naturaleza del islam que, en cuanto mensaje definitivo pero insertado en el tiempo y en el espacio, debe releer sus normas al variar las circunstancias históricas y los contextos geográficos. Pero también añadió que este proceso interpretativo no es ilimitado. En el islam existen de hecho elementos constantes (thawābit), regulados por normas estables, y elementos variables (mutaghayyirāt), cuyas normas pueden en cambio evolucionar. A los primeros pertenecen los actos de culto (‘ibadāt) y las cuestiones referidas a la familia, mientras que los segundos atañen a la política, la economía y las relaciones sociales.

Se trata de una distinción consolidada y sobre la que desde hace tiempo debaten los pensadores reformistas para abrir caminos de renovación dentro del islam, pues no siempre las normas estables son totalmente intocables. Ha pasado con el derecho familiar, con el ex presidente Habib Bourguiba en Túnez, y de forma más sutil con Mohammed VI en Marruecos. Un erudito egipcio dijo que el islam no se renueva con directivas que vienen de lo algo. El presidente Al-Sisi parece pensar de otra manera.


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