reflexión incorrecta inmigración

Una reflexión políticamente incorrecta sobre la inmigración

Vivimos en 2015 un drama humano de grandes proporciones a cuenta de los refugiados huyendo por decenas de miles de la guerra en Siria. La máxima expresión visual que nos ha llegado de este drama probablemente es la foto de Aylan, el niño ahogado cuyo cadáver todos hemos visto en una playa de Turquía. Ninguno queremos eso, todos queremos hacer algo para evitar eso, ¿pero cómo hemos llegado a eso?

Lo cierto es que la guerra es Siria es un asunto que lleva pudriéndose desde hace más de dos años. De hecho, hace dos años hubo un momento crítico en el que se barajó la oportunidad de una intervención militar para ayudar a los sirios. El 28 de agosto de 2013, por ejemplo, el Diario de Noticias publicaba un editorial titulado “No a la guerra”, en el que se posicionaba claramente contra una posible intervención militar argumentando que “La intervención militar de EEUU en Siria, como otras antes en Oriente Medio y norte de África, solo dejará una nueva larga lista de ‘daños colaterales’ formada por miles de niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos inocentes”. Obviamente el Noticias no era sino uno más de los muchos medios de progreso en España y en toda Europa que se posicionaron contra una intervención. Y efectivamente, a la luz de la división en la opinión pública, las críticas de una gran parte de los medios y las dificultades que surgieron con las intervenciones de Iraq o Afganistán, el mundo decidió no intervenir.

Pues bien, han pasado dos años y ahí está la lista de miles de niños, niñas, mujeres, hombres y ancianos inocentes víctimas de la no intervención, o que desde luego no se han salvado por la no intervención. Si se hubiera intervenido, a los responsables de la lista se les hubiera llamado asesinos. ¿Cómo hay que llamar a los responsables de la lista por no haber intervenido? ¿Hasta qué punto la foto del cadáver de Aylan es el resultado de haber intentado evitar la foto de un niño sirio muerto en un bombardeo internacional? ¿Puede uno siempre oponerse a toda intervención para no mancharse nunca las manos sin acabar con las manos manchadas?

La verdad es que, con toda seguridad, tanto intervenir como no intervenir en los lugares de conflicto trae consecuencias en forma de cadáveres. También se ensucian las manos de los que nunca quieren intervenir en nada y llaman encima asesinos a los demás.

Quizá incluso haya quien, a la hora de pensar en estas cosas, no tenga claro si se salvarán más niños sirios, iraquíes, bosnios, libios o afganos interviniendo o no interviniendo, pero sí tiene claro si se ganarán más votos apoyando una intervención u oponiéndose a ella. Y actúa en consecuencia. E incluso utiliza el drama a su favor. A lo mejor tampoco es popular planteárselo pero, por otro lado, mientras a los niños sirios les han estado masacrando dentro de sus fronteras tampoco parece que nos hayamos preocupado demasiado.

En este momento, sin embargo, no se trata de reprochar nada a los que están en contra o a favor de la intervención. Tampoco se trata de pensar qué decisión nos va a hacer ser más populares o quedar mejor. De lo que se trata es de encontrar una solución. Y podemos estar casi seguros de que no va a haber una solución que no implique ensuciarnos las manos de algún modo. De entrada, ni siquiera está claro que haya una solución que sea evidentemente la mejor.

Por un lado hay que ayudar a los refugiados, ¿pero cuál es el paso siguiente?

¿Vamos a intentar solucionar el problema aquí en destino o en origen?

Intentar solucionar el problema en destino, ¿no es únicamente una solución paliativa?

Consideremos también que admitir un gran número de refugiados es objetivamente un problema. ¿Qué pasa en una sociedad en la que 20 de cada 100 personas están en el paro si metemos a otras 30 personas que llegan de fuera sin trabajo y sin nada? Por lo pronto, los parados pasan a ser 50 de 120.

¿Y qué pasa con la sanidad o la educación pública? Si en una sociedad añadimos de golpe decenas de miles, o cientos de miles, o incluso millones de personas que no tienen trabajo, pero a las que inmediatamente hay que ofrecer sanidad y educación, ¿cómo se va a pagar eso sin o subir los impuestos o sin recortar los servicios al conjunto de la población? ¿Tenemos dinero para acoger a todos los refugiados que podrían venir de Siria o el Tercer Mundo? ¿O vamos a dejar a los hijos de los refugiados sin escolarizar y a los refugiados enfermos a las puertas de los hospitales?

Otra reflexión a tener en cuenta tiene que ver con los salarios. ¿Qué pasa si añadimos cientos de miles o millones de personas que llegan sin nada a la población de un país? O dejamos que se mueran de hambre, o les damos a todas subsidios y ayudas, o les condenamos a vivir de la delincuencia, o el efecto de todas esas personas en busca de empleo y sin nada que comer supone un incremento de la demanda de trabajo, por tanto una bajada de salarios, por parte de personas que además en principio aspiran sólo a salarios de subsistencia. Acoger inmigrantes pobres es importar mano de obra barata, por no decir esclava, deflación y salarios bajos.

Tampoco debiéramos pasar por alto la cuestión de a cuántos refugiados podemos acoger. Es decir, ¿resolvemos definitivamente el problema acogiendo a unos pocos miles? Eso seguramente podemos hacerlo sin problemas y además sentirnos muy bien por hacerlo. Pero si en Siria continúan las matanzas, ¿no seguirán viniendo otros tantos, y luego otros tantos más? ¿Y cuántos lugares hay en el mundo en los que hay guerras y miseria? ¿Vamos a acoger sólo a los sirios? ¿Estamos o no estamos creando un efecto llamada, no sólo de sirios, si les acogemos sistemáticamente?

¿Vamos a meter a todos los pobres y perseguidos del mundo en Europa o hay que tratar de solucionar los problemas en origen?

Finalmente, hay que pensar en qué sucederá si no somos capaces de integrar a los refugiados que acogemos. El inmigrante que nos llena los ojos de lágrimas en una valla puede ser el mismo que luego nos llena de terror en un callejón oscuro con un cuchillo. Y el inmigrante que nos llena de terror es el que llena las urnas de votos a la extrema derecha. A su vez, quien más reclama abrir las puertas a todos los inmigrantes es seguramente quien después más se va a lamentar de que ascienda en las urnas la extrema derecha, de que los salarios sean bajos o que las cuentas del estado del bienestar no cuadren.

Y entonces, ¿qué hacemos?

¿Qué hacemos con todos esos salvajes del yihadismo?

¿Cómo resolvemos el problema en origen?

¿Hasta qué punto podemos solucionar el problema dentro de nuestras fronteras?

¿Cuál es el volumen de refugiados que podemos asimilar? ¿Estamos aún lejos de ese límite? ¿Qué pasará cuando lo alcancemos?

Obviamente si intervenimos en el exterior también habrá consecuencias e imágenes que no nos va a gustar ver en los telediarios. Y además nos pueden poner una bomba en el Bernabeu.

De lo que podemos estar seguros es que decidamos lo que decidamos habrá consecuencias y de que no hay una respuesta que no nos manche las manos, ahora o más adelante.