Muchos seguimos apostando por el Dios de nuestros padres, por el Jesús de toda la vida, que nos anima a hacer las cosas que importan al fondo de alma, satisfaciendo así las verdaderas necesidades del ser, frente a las del tener. Nos ayuda a encarar mejor el duro presente y el incierto futuro. Atacan a los cristianos porque criticamos sus medidas, ellos quieren recluirnos en las iglesias, para tener el campo más libre, sin que nadie argumente en su contra. Cuando los argumentos desde la tradición y la libertad les son difíciles de refutar, estos sectores contra culturales optan por desacreditar al oponente en lo personal, intentan ridiculizarle y si continua pertinaz en sus posiciones -lo presentan como un ultra- y le llaman fascista ¡con un par!
Intentan disolver los ideales, que apoyados en el orden natural, conforman los valores occidentales de las sociedades libres (familia, propiedad privada, moral tradicional, libre comercio). Para ello no les ha importado abandonar -un elemento crucial que tiene todo hombre para avanzar- la razón, puesto que si nada es bueno ni malo, moral o inmoral, si todo es relativo, necesitan presentarlo como autoritario, al que mantiene posturas firmes. Abandonando toda referencia a la trascendencia, al esfuerzo, al mérito, a las metas a largo plazo, justifican su irracional relativismo.
Desconocen o no les preocupa conocer, los costes o la viabilidad de los servicios que demandan o disfrutan, han delegado todo el poder en una casta política, preocupada sobre todo por su supervivencia. Tienen gran fe en el estado del bienestar -hoy en bancarrota-, lo han convertido en un sustituto de Dios, al que han confiado toda su hacienda y su futuro.
Todo este desfonde intelectual y moral, está permitiendo que en Europa -la zona más próspera y libre del mundo- florezcan en muchos sectores la irracionalidad y multitud de ideas peregrinas o mágicas. Muchos no olvidamos que las herramientas que necesitamos los hombres para avanzar en este complejo mundo, siguen siendo la razón, la moral, la voluntad acompañada de la inteligencia para distinguir lo que son verdaderos avances de lo que tan sólo son nuevas esclavitudes, eso sí, políticamente correctas.