La toma del Castillo de Maya

Más navarros atacando el castillo que defendiéndolo

23 noviembre 2016

El nacionalismo vasco nos presenta la toma del Castillo de Maya como la última batalla de los navarros contra la invasión castellana de Navarra. Esta visión del episodio encaja así con la reconstrucción histórica del nacionalismo, en virtud de la cual por una parte estaban los navarros invadidos y por otra los invasores castellanos. La realidad, sin embargo, era mucho más compleja como solemos insistir siempre que nos referimos a 1512 y los años sucesivos. Navarra se encontraba en una triple encrucijada entre Castilla y Francia, papistas y antipapistas y beaumonteses y agramonteses. Todo el relato de lo sucedido respecto a la toma del Castillo de Maya y el supuesto enfrentamiento entre los invasores castellanos y los últimos resistentes navarros se cae de plano ante la evidencia histórica de que, en la toma del castillo, había muchos más navarros atacándolo que defendiéndolo.

Cartas de Maya

La presencia de soldados navarros asaltando el Castillo de Maya y que había más navarros atacando la muralla que defendiéndola se encuentra más allá de toda duda razonable como se deduce de diversos documentos. En este sentido, se cuenta como evidencia hasta con las cartas de Jaime Vélaz de Medrano, el líder de los defensores del castillo, con diversos personajes navarros con los que intercambia información, las llamadas “Cartas de Maya”.

En una de ellas, fechada el 11 de julio de 1522, el notario Aguerre, de Echalar, advierte a Velaz de Medrano del ejército que se le viene encima y su composición, de donde se deduce que las tropas eran escasamente castellanas y mayoritariamente navarras: “Y tienen gran fama de gente, pero es lo cierto que no hay sino bien pocos castellanos, sino lo que en Navarra los beamonteses han podido coger. Es verdad que en todo el reino hay mandamientos del Gobernador para levantar gente, pero no puede sacar de los agramonteses sino algunos por fuerza en la Cuenca de Pamplona”.

Las libranzas de pago del Archivo General de Navarra

Además de las Cartas de Maya (por cierto, escritas en español), por un lado tenemos la estimación de las tropas castellanas gracias a una carta del virrrey a Carlos V en que le pide el dinero para pagar a su ejército, cifrado en 1.500 infantes, 400 jinetes de caballería pesada y 200 de caballería ligera. En cuanto a los navarros, la cifra oscila entre los 2.300 y 2.500, de los cuales un millar procedían de la merindad de Pamplona, incluyendo 138 de Larraun-Araitz-Leitzaran y 108 de la Sakana. La merindad de Sangüesa aportó otro millar de hombres de los que 250 provenían del Roncal, 185 de Aoiz y 177 de Sangüesa. Estella y Olite apenas aportaron tropas y Tudela 23 escuderos. El pago de toda esta tropa ascendió a 700.00 maravedíes. Todos estos datos los recoge en una interesante polémica don Peio Monteano Sorbet, doctor en Historia.

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Si alguien se extraña de que la mayor parte de soldados fueran de las merindades de Pamplona y Sangüesa y apenas de las de Estella, Olite y Tudela, piense que los aliados de los castellanos, los beaumonteses, eran los que ocupaban el centro y norte de Navarra, siendo los agramonteses quienes predominaban en el sur. Efectivamente, las actuales localidades más abertzales y euskaldunes eran las más beaumontesas, otro dato que al nacionalismo y a su reescritura de la historia no le interesa recordar, y que abunda en la tesis de Jaime Ignacio del Burgo del descontento de los navarros de la zona con los defensores de Maya.

Adicionalmente, en el Archivo General de Navarra existe documentación detalladísima de las libranzas de pago a todas estas tropas navarras, al punto que se conservan hasta los nombres, apellidos y procedencias de buena parte de los soldados navarros que participaron en el asalto del castillo. La evidencia documental es tan abrumadora que los intentos de negarla rayan el ridículo, pretendiendo que toda la tropa navarra beaumontesa en realidad se limitaba a llevar las espadas a la tropa castellana, o que existen evidencias de que fueron reclutados y pagados pero no de que intervinieran en el asalto en vez de quedarse mirando.

La desagradable realidad para el nacionalismo es que no sólo los asaltantes eran navarros, sino que eran más que los defensores del castillo. Este hecho desmonta el falso relato dual entre invasores castellanos y defensores navarros, recordando que la incorporación de Navarra tiene lugar en el contexto de una guerra civil entre los navarros. Si además volvemos a señalar que el derribo de la muralla estaba encomendado a dinamiteros guipuzcoanos, lo que acaba también dinamitado es el mito de la unidad y hermandad de los “vascos”, simbolizado por las ikurriñas que se izan todos los años en Maya y que no representan ni a los navarros del bando beaumontés ni tampoco al de los agramonteses. Había navarros en los dos lados, ambos luchando por Navarra, unos por una corona y otros por otra, acaso los más descreídos luchando sólo por su señor o por el que le pagaba, pero ninguno luchaba por Euskadi ni la ikurriña.