La superioridad moral de la derecha

Luis Hernández Arroyo
Libertad Digital, 24 de enero de 2007

No digo que los de derechas no estén continuamente infringiendo su código. Pero su código moral es correcto. Bueno, es el único correcto. Por enésima vez me asalta un tema metafísico de esos que creo ineludibles cuando se mira al futuro. Nos resistimos a aceptar que haya conceptos etéreos que influyen en nuestro porvenir, pero es así: de determinadas concepciones destilan las creencias que orientan la acción política y social de la humanidad. Durante milenios, en Occidente hemos succionado del cristianismo nuestras normas morales y nuestra concepción del bien y el mal, incluso, sin saberlo, desde que somos laicos. Eso se acabó, y creo que irreversiblemente (a menos que no ocurra un evento como una guerra, que suponga un revolcón moral).

La ideología cristiana ha ido unida estrechamente al concepto, creo que estoico, de naturaleza humana; como explica C.S. Lewis (el gran filósofo converso), así como hay unas leyes de la naturaleza, hay unas leyes morales con las que nace el ser humano, como demostraría, al parecer, el núcleo moral compartido por todas las religiones. Esto parece bastante acertado, y siempre me ha atraído ese optimismo, según el cual, en nosotros hay unos resortes que saltan cuando actuamos mal; según Lewis eso es una prueba de un Ser superior que ha designado que el ser humano sea ennoblecido sobre los demás seres vivos. Y creo que es convincente cuando critica las explicaciones alternativas (materialismo, panteísmo) por asignar a la naturaleza, sin querer, una intencionalidad de designio inteligente bastante contradictoria con su ateismo.

Obviamente, esos impulsos morales se refieren a un ideal inalcanzable, pues en la vida estamos constantemente obrando mal, ya sea en pequeñas o grandes dosis. Nuestra ilimitada capacidad de autojustificación nos lleva a incumplir sistemáticamente esa ley de Dios que, sin embargo, anhelamos cumplir (aún inconscientemente). Somos jueces muy considerados con nosotros mismos. No importa, dice C.S. Lewis: lo que sí importa es que tenemos un ideal noble, y que debemos corregirnos continuamente para intentar alcanzarlo. Yo siempre he creído que hasta el ser más abyecto quiere pensar bien de sí mismo. (Naturalmente, este continuo dialogo entre la mediocridad y el anhelo de perfección solo se resuelve en el más allá.)

Pero, a partir de aquí, es cuando surge mi pesimismo, pues me temo que esta noble concepción no cuadra con todos los ejemplos históricos. Quiero decir que si existen esos nobles impulsos son imperfectos y muy elásticos, con gran capacidad de adaptarse a cualquier código o religión. Tenemos el ejemplo del Corán, religión milenaria –que pretende basarse en la nuestra–, y en la que se apoyan miles de millones de islamistas para hacer el mal, o lo que nosotros consideramos el mal: No beben (¡benditos!), pero lapidan a sus mujeres cuando son simplemente sospechosas de adulterio, cortan manos, tienen como fin supremo la guerra santa, etc. Otro ejemplo: estoy rodeado de gente que vive como pez en el agua (o como cerdo en cochiquera) en una especie de religión subproducto de lo que una vez, que yo sepa, fue la primera religión laica: el marxismo (a su vez, hijo de la ilustración). Pese su evidente fracaso, con ella justifican cosas que, si somos decentes, tenemos que decir que están mal: por ejemplo, el GAL o pactar con terroristas. Ya se sabe, el fin justifica los medios.

No sé si se dan cuenta por dónde quiero ir: creo que esos famosos impulsos naturales existen, pero no son autosuficientes si no que se diferencian mucho según la religión de la que son deudores. Por muchos años fui un optimista y pensé que la religión no era tan determinante para la moral, sino una fase en la evolución de la cual, una vez cumplido su papel, la civilización se desprendería como una cáscara inútil. Ahora temo que las cosas son distintas, y que el progreso cívico no está garantizado con la inteligencia por sí sola. Eso me lleva a otra conclusión: que la derecha, mientras defienda los valores cristianos, tendrá una superioridad moral infinita sobre una izquierda que no sabe exactamente a qué atenerse, por el simple hecho de que han renunciado a su única fuente marxista y no la ha sustituido por otra. Estoy hablando, repito, de códigos, no de comportamientos. No digo que los de derechas no estén continuamente infringiendo su código. Pero su código moral es correcto. Bueno, es el único correcto. Y, por ello, respecto a España, me parece que lo que hace a diario este gobierno, trasladado a todos sus actos legislativos y ejecutivos (recordemos que ellos y sus electores, según sus creencias morales, lo ven moralmente correcto) es un permanente proceso de desarraigo moral con marchamo de irreversible.