Carmelo López-Arias
1 de julio de 2007
En Estados Unidos republicanos y demócratas saben que para ganar elecciones hay que tener en cuenta ideas e intereses cuyo empuje político está cruzando el Atlántico.
Europa se ha frotado los ojos cuando un candidato (Nicolas Sarkozy) se ha presentado a unas elecciones sintetizando su programa en «acabar con mayo del 68″… y ha ganado por goleada. En Estados Unidos no les resulta tan extraño, porque la revolución reaganiana, de la que George Bush hijo (no así George Bush padre) es heredero, ya había acostumbrado a demóscopos y sociómetras a que para ganar elecciones hay que plagar el programa de guiños conservadores.
De hecho, se ha hablado mucho de la barrida demócrata del pasado noviembre, que permitió al partido de Hillary Clinton recuperar la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Pero se ha mencionado menos que los candidatos que lograron escaño no fueron, en líneas generales, del ala radical del Partido Demócrata, sino aquellos que supieron robar algunas banderas conservadoras a sus rivales del Partido Republicano, donde -en Estados Unidos las distinciones no son tan claras como en Europa- también hay quien abraza banderas de las denominadas «progresistas».
Un análisis muy completo
¿Por qué la derecha crece en Estados Unidos y por qué los europeos (salvo los polacos) no lo entienden, aunque Sarkozy o Angela Merkel estén viendo incrementada su popularidad tanto más cuanto menos concesiones hacen a lo políticamente correcto? Es la pregunta/subtítulo a la que responde José María Marco en un libro que está dando mucho que hablar: La nueva revolución americana. En él se analiza la trayectoria de la política norteamericana en los últimos setenta años: el giro ideológico que, tras el New Deal, sembró Barry Goldwater, malbarató Richard Nixon (pese a que le había aupado a la presidencia la mayoría natural conservadora en pleno despotismo universitario y mediático de la izquierda) y llevó a su cima Ronald Reagan.
La conclusión a la que llega Marco, tras 414 páginas apasionantes que son ya referencia obligada para entender lo que está pasando en Estados Unidos y puede acabar pasando en Europa, es que los principios originarios de «libertad y tradición» que caracterizan la filosofía del norteamericano medio carecían de expresión en el país oficial, el cual no ha tenido más remedio que sumarse al país real en cuanto éste se ha puesto en marcha para defenderlos contra la dictadura de los ideólogos. En resumidas cuentas, allí se le ha perdido el miedo a la prepotencia cultural de la izquierda.
La ola llega a España
En España la Fundación Burke a través de sus boletines Vínculos de Libertad, y la editorial Ciudadela con una colección ad hoc, han asumido en los últimos tres años buena parte del peso de una labor similar.
El nombre de Edmund Burke (1729-1797) que da nombre a la Fundación, no es muy conocido en nuestro país, aunque fue el primero en sentar las bases de la reacción conservadora contra el jacobinismo de la Revolución Francesa. De ahí la importancia de la biografía, también publicada por Ciudadela, que sobre este político dublinés escribió Russell Kirk, uno de los grandes pensadores conservadores anglosajones del siglo XX. No sólo es un modelo literario del género biográfico, sino del arte de transmitir, a través de la vida de un personaje antiguo, ideas que se están demostrando modernas.
La indudable ofensiva intelectual que llevan a cabo estos medios editoriales se plasma en otros dos títulos de los aquí seleccionados como muestra.
Samuel Gregg realiza un intento notable de fundamentar, con raíces reconocibles para un pensador católico como es el autor, el liberalismo que un Friedrich von Hayek o un John Rawls son incapaces de rescatar del utilitarismo y del escepticismo. Se trata de La libertad en la encrucijada, un breve pero sustancioso ensayo y, sobre todo, original y novedoso. Y, consiga o no su objeto (filósofos tienen las escuelas que lo determinarán), al menos no cae en las contradicciones conceptuales de otros intentos semejantes.
Por su parte, Donald de Marco y Benjamin D. Wiker pasan revista de manera crítica, en Arquitectos de la cultura de la muerte, al pensamiento de quienes han marcado la ideología dominante del siglo XX, esos que la revolución conservadora americana, y el atrevimiento de Sarkozy, pueden llevar al baúl de los recuerdos: desde el nihilismo de un Jean Paul Sartre a la obsesión pansexual de un Wilhelm Reich, o -más atrás en el tiempo- el endiosamiento de la voluntad de un Friedrich Nietzsche o (para escándalo de la ortodoxia liberal) una Ayn Rand tan atinada en algunas críticas al totalitarismo como encaramada a la pura y simple soberbia de la vida.
En conclusión…
El conservadurismo tradicional está trasplantando pues su fuerza y sus métodos de Estados Unidos a Europa. No puede afirmarse aún que vaya a lograr sus objetivos allí, y todavía menos a este lado del Atlántico. Y tampoco fenómenos como el triunfo de Sarkozy responden sólo a impulsos
similares a los norteamericanos.
Pero, como movimiento de ideas, resulta muy sugerente y ha dado lugar, por ahora y entre otros frutos, a los cuatro libros aquí comentados, muy interesantes sea cual sea su capacidad de influir en el dibujo del futuro político de la derecha en España.
Carmelo López-Arias
El Semanal Digital, 1 de julio de 2007
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* Russell Kirk. Edmund Burke. Redescubriendo a un genio. Ciudadela. Madrid, 2007. 270 pp. 22 €
* José María Marco. La nueva revolución americana. Por qué la derecha crece en Estados Unidos y por qué los europeos no lo entienden. Ciudadela. Madrid, 2007. 414 pp. 23 €
* En La libertad en la encrucijada. El dilema moral de las sociedades libres (Ciudadela, Madrid 2007, 215 pp., 17,50 €), Samuel Gregg define propone una idea de libertad basada en la naturaleza que sea compatible con el utilitarismo de algunos pensadores liberales clásicos.
* Toda propuesta doctrinal tiene su contrapunto. Donald de Marco y Benjamin D. Wiker analizan en Arquitectos de la cultura de la muerte (Ciudadela, Madrid 2007, 341 pp., 21 €) las ideas de veinte pensadores contemporáneos que han definido el armazón ideológico contra el que se levanta la actual revolución conservadora.