La apropiación indebida

Javier Maestrojuan 14 enero 2017

En 2014, el cantante francés Stromae rechazó la invitación para formar parte del proyecto de Les Enfoirés. Esta iniciativa había surgido en 1986 por impulso del cómico fallecido Coluche, quien pretendía  de este modo financiar su red de comedores solidarios “Les Restos du Coeur”. Desde entonces, decenas de artistas han colaborado con esta causa, que prácticamente se ha convertido en una tradición más de la cultura gala y goza de una excelente reputación. Ante la extrañeza que suscitó su renuncia, Stromae explicó que sentía cierto pudor al mezclar su imagen a la de una asociación caritativa, pues sabía que dicha decisión le daría más visibilidad a él que a la causa que pretendía defender.

Desde la llegada del cuatripartito al gobierno de Navarra y, concretamente de Asirón a la alcaldía de la capital, Pamplona ha asumido la lucha contra la “violencia de género” como parte de su discurso oficial. En todos los accesos de la ciudad se han colocado paneles fijos advirtiendo a los visitantes que la ciudad no “tolera agresiones sexistas”, además de otras iniciativas públicas en este sentido, y es notorio el compromiso de las instituciones con esta causa, dentro y fuera de Navarra. Podemos citar como ejemplo la difusión que los medios han concedido a los acontecimientos de los pasados sanfermines, que contrasta con la cobertura que se dio a noticias similares que durante esas fechas tuvieron lugar en el país.

A excepción de los delincuentes sexuales, nadie justifica o apoya estas conductas. La sensibilidad con respecto a este tipo de violencia es tan común, que incluso el estado de derecho ha articulado medidas de protección y seguimiento específicas para las víctimas. El modo en que la sociedad española ha reaccionado, debería ser un ejemplo que se extendiera a las víctimas de otro tipo de agresiones.

Si esto es así ¿Qué sentido tiene que un partido se identifique con una causa que ya es patrimonio de todos y haga de ello un eje vertebral de su discurso?  Al margen de intenciones sinceras, que sin duda las hay, si algo está claro  en política es que nada se hace de forma desinteresada ¿Dónde está entonces el rédito de la acción?

La libertad de expresión es uno de los pilares de las sociedades democráticas. De manera ideal podríamos decir que tanto ciudadanos como instituciones son libres de emitir su opinión y que, entre todos, forman un espacio complejo de debate donde compiten las ideas. Dentro de los límites de la Ley, ninguna opinión debería ser acallada o prevalecer por la fuerza sobre otra. A veces sin embargo, determinados procesos sociales vienen a perturbar esta situación ideal de libre intercambio de pareceres. Los intereses políticos, la mala praxis periodística o la falta de criterio, dan lugar a fenómenos de monopolio, similares a los que pueden producirse en la industria.

Es cierto que las palabras no pertenecen a nadie en particular, pero eso no impide que se produzcan casos de apropiación del discurso. Para entender lo que quiero decir propongo una pequeña prueba. Basta con leer los siguientes términos: tradición, patriotismo, república, igualdad, ecologismo, reacción, capital, religión… En la mayoría de los casos, sea o no correcto, nuestra imaginación política vincula casi inconscientemente cada uno de dichos conceptos con una determinada opción ideológica: carlismo, derecha, izquierda, socialismo…

Estos procesos no se dan solo en la larga duración. Es notorio, por ejemplo, el modo en que algunos líderes socialistas se atribuyen protagonismo en el desarrollo de políticas de paridad, o cómo Podemos ha capitalizado el discurso de la lucha contra la exclusión social. Las ventajas derivadas del éxito de esta estrategia no son pocas. Para empezar, sitúa tus actuaciones en un limbo extrapolítico, un espacio libre de controversia pues ¿quién se atreve a cuestionar una verdad universal? En segundo lugar, en un momento como el actual, en el cual en política cuentan más los gestos que los argumentos, arrogarse la defensa de una buena causa otorga un fuerte poder simbólico. Te sitúa del lado correcto, en la Liga de la Justicia. Por último, si dicha estrategia se maneja con habilidad, desactiva en gran medida la oposición, pues tus adversarios políticos podrían aparecer también como enemigos de los principios que defiendes ¿quién, en su sano juicio, se va a oponer a la Libertad y va a defender el fascismo, por retomar un ejemplo al que hice alusión recientemente? Por si esto fuera poco, una Buena Causa te permite seguir en la calle: manifestaciones, carteles o campañas de sensibilización son un medio para no perder visibilidad pública. Se trata de un beneficio nada desdeñable para determinadas culturas políticas de la izquierda, que el ejercicio del poder ha alejado de su espacio público natural.

Sean cuales sean los motivos, estas apropiaciones pueden acabar bloqueando determinados debates. Hay temas sobre los que nadie se atreve ya a opinar no porque no tenga nada que decir, sino por temor al escándalo público o a que su posicionamiento se entienda como ideológico. El riesgo de estos falsos consensos es que al cabo del tiempo la opinión pública otorgue un valor explicativo a lo que al fin y al cabo sólo es una versión de un fenómeno complejo. Que, pongamos por caso, acabemos asumiendo como incuestionable una forma particular de comprender la cultura, la libertad de expresión e incluso el género.