Ricardo Guelbenzu Morte
Plaza Nueva nº 827, 12 de agosto 2009; Plaza Nueva nº 832, 16 septiembre 2009
Desde distintas concepciones económicas y sociales, se ofrecen soluciones a los problemas de las personas. Todas postulan alternativas para los temas de la educación, de la sanidad, del desarrollo, etc. en definitiva, todo el mundo busca y defiende teóricamente soluciones justas y solidarias. Pero si los fines pueden ser los mismos, los medios para alcanzarlos son contrapuestos muchas veces, e incluso antagónicos. Desde la moral, unas propuestas no son mejores que las otras, sólo utilizan caminos distintos para solucionar, o al menos paliar los problemas. Hay que analizarlas por la consecución práctica de los fines que les guían, y no por una siempre discutible superioridad ética.
Si en el plano conceptual las cosas están claras, en la práctica, en muchos países europeos se han desarrollado concepciones bastante similares, aunque opuestas en lo ideológico. Las podemos denominar como socialdemócratas: de izquierda y de derecha. Salvo en temas puntuales, en ciertas cuestiones morales, mantienen la misma fe en el apoyo de un modelo de estado extenso, desde el que pilotar la vida y hacienda de los ciudadanos. Ningún político absolutista llegó a detentar tanto poder, como los actuales líderes, en la mayoría de los estados democráticos. En las sociedades nórdicas, donde más se han extendido históricamente los estados, el sistema está haciendo aguas y cada día tiene más y más detractores.
Todas las sociedades han tenido desarrollos históricos dispares, en gran medida, debido al papel desempeñado por el estado en la solución de los problemas de la gente. En unas las respuestas a casi todos los problemas de los ciudadanos, se han dado y se siguen dando, desde las propias administraciones públicas, que cada día son más extensas y difíciles de sostener hoy por su alto coste. En otras las respuestas han sido mixtas, tanto desde el estado como desde organizaciones privadas. Unos y otros modelos tienen sus pros y sus contras.
Los que defienden que el estado debe involucrarse cada vez más en los problemas y puntos de interés de la ciudadanía, en este empeño no han hecho más que extender el estado. En España tanto socialistas como populares, al margen de la alternancia política, coinciden y se sienten muy a gusto gobernando administraciones extensas. Así dicen que solucionan mejor nuestras necesidades. En realidad les dan más poder sobre el que pastorear, y así satisfacer a la clase política. Por desgracia cuentan hoy, con el apoyo de la mayoría ciudadana que se encuentra muy a gusto en el papel de modernos súbditos del omnipresente estado, que controla nuestras vidas.
Por experiencia sabemos que todo poder está lleno de peligros, y su tendencia natural es a expandirse y a abusar, por lo que el mejor estado, es aquel en el que su poder esté más controlado, para lo cual es conveniente que tenga un tamaño no desmedido, y en su quehacer diario, esté sometido tanto a normas, como a costumbres sensatas. Han sido desde las sociedades de influjo anglosajón –nacidas al margen de la Revolución de 1789- donde el papel del Estado ha sido menos extenso, más acorde con una concepción que desconfía radicalmente de la acumulación de tanto poder, en manos de los políticos y de la maquinaria burocrática en la que se apoyan los estados extensos.
Hoy la ciudadanía está sumida en una profunda crisis no sólo económica, sino también política y moral, y cada vez se encuentra más distanciada de la clase política, al margen de las ideologías. Las políticas socialdemócratas, hoy no producen apenas entusiasmo, y el número de desafecciones entre los votantes es cada día mayor, así como la falta de prestigio social de los políticos. Los partidos se limitan a ser máquinas electorales bien engrasadas por permanentes campañas, al votarse cada dos años y todo lo demás, les incomoda. Los ciudadanos pagamos cada vez más impuestos, y no cuentan con nosotros para nada. No se abordan los problemas de fondo de la sociedad. Te organizan toda la vida educativa, profesional, y hasta festiva, y las libertades individuales y colectivas van en la práctica menguando.
A pesar de la aparición de más medios de comunicación con nuevas tecnologías, no ha aumentado ni la pluralidad ni la calidad de la información, existe una concentración en grandes grupos mediáticos, cercanos siempre al poder. Observamos eso sí, que cada vez más se visualizan las debilidades humanas, las corruptelas y las corrupciones. A los ciudadanos sólo se nos ofrece pan y circo (subsidios y deportes) y apenas nadie predica ni el bien, ni practica la virtud.
Toda sociedad justa, requiere que se den diferentes recompensas a las distintas habilidades y esfuerzos de cada ciudadano. Por ello una cosa es tener iguales derechos, y otra distinta, es llegar a tener las mismas cosas. Cada vez son más los que abogan por un cambio de rumbo, en la dirección de apostar por sociedades con menor peso del estado, con menor intervencionismo, con menores subvenciones. En los mejores ejemplos sociales hemos visto que la propiedad y la libertad han caminado siempre juntas. Continuará…..
Hacia donde caminar (II)
En el artículo anterior, hablábamos de distintas maneras de estructurar los estados, en éste las vamos a profundizar. Los estados necesitan apoyarse en verdaderas comunidades, y éstas en sentido realista, se encuentran en las antípodas de cualquier tipo de colectivismo. Las sociedades, con estados no extensos, se apoyan en el activismo de numerosas redes sociales: de asociaciones de voluntarios, de gobiernos locales, de una gran variedad de instituciones y de iglesias. Los ciudadanos trabajaran por mantener una comunidad participativa, que necesitará de un voluntariado activo y que facilita así su responsabilidad individual.
Hoy son muchos los que sueñan con un tipo de sociedad, donde no se delegue tantas cuestiones relevantes de la vida, en unos estados que nos controlan desde la concepción hasta la tumba. Cuanto menor sea el papel del estado, se necesitará más del altruismo privado, que deberá respetar y no interferir, en tantas cuestiones. En los actuales estados extensos, los ciudadanos soportamos un elevado colectivismo (con más impuestos, más funcionarios, mas interferencias y muchas ineficiencias) que perjudica seriamente nuestra libertad y nuestra economía.
Las personas tenemos distintas aspiraciones y problemas. Sabemos que cualquier innovación política puede ser beneficiosa, o destructiva. Toda institución necesita cambiar de tiempo en tiempo, pues las circunstancias de las sociedades, donde desempeñan su papel, cambian. Pero la experiencia nos dice, que un cambio suave es la mejor manera de conservar la sociedad. Por ello, hay que procurar que los necesarios cambios de nuestras vidas, estén inspirados por nuestras trayectorias sociales y morales. La experiencia nos enseña que los hombres y las mujeres alcanzan el máximo grado de felicidad cuando sienten que viven en un mundo estable, necesariamente avalado por valores.
Hay que respetar a los demás, aceptando la gran diversidad social, ya que no se trata de imponer valores morales a los demás. Otra cosa, es aceptar todos los principios inspiradores de nuestras sociedades democráticas occidentales, desde los cuales hemos organizado el estado y la convivencia, que hoy podemos resumir en la separación de poderes, los derechos humanos, etc, que todos, también los emigrantes, debemos acatar.
Apoyar un estado no extenso, le conveniente a todo tipos de personas, al margen de su posición económica. Siendo a los de menor peso económico, a los que más les puede interesar, desde el que se garantizara su libertad, su seguridad personal y el de su hogar. Se les protegerá para que tengan derecho a los frutos de su trabajo y la oportunidad de dar lo mejor que llevan dentro. Los impuestos no serán confiscatorios. Posibilitara que tengamos derecho a una personalidad en la vida, y el derecho a un consuelo en la muerte. Respetara la practica religiosa, tanto privada como pública, dentro del estado no confesional, y lejos del laicismo radical que parece que intenta arrinconar la fe religiosa. Vivir en una sociedad menos intervencionista, produce un verdadero placer, el de las virtudes privadas y el de las satisfacciones sencillas de los hombres.
En los Estados más extensos: nos sobre protegen, en educación, en sanidad, en tantas cosas,mal acostumbrándonos nos convirtieron en flojitos. No nos prepararon para cuando viniesen mal dadas, como ahora con la crisis, y así muchos hoy no soportan las dificultades. Nunca nos dicen lo que cuestan los servicios públicos -demasiado costosos en general-, normalmente están siempre dispuestos a ampliarlos, al margen de los costes iniciales y obviando los de mantenimiento. Desean ciudadanos aplaudidores, permanentemente aniñados, y una sociedad civil débil y subvencionada. Los políticos piensan por nosotros, y nuestro papel se limita a pagar impuestos y a no incordiar. Ante este panorama no es de extrañar que la inmensa mayoría de los jóvenes aspiren a ser funcionarios.
En los Estados menos extensos: necesitan y potencian la participación ciudadana, apostando por servicios eficaces, con el menor coste posible y por ello muchos están privatizados. Necesitan también de la voluntariedad ciudadana gratuita (bomberos, comedores sociales, apoyo educativo de padres). Lógicamente los ciudadanos son menos aplaudidores, tienen mejor aptitud para el trabajo individual y en equipo (al practicar deportes y excursionismo montañero). Una sociedad así produce un mayor número de emprendedores, que no quieren ser funcionarios, evitándose un ¡trabajo aburrido!. Tienen una mejor aptitud y disposición para la investigación, en centros privados. La sociedad civil es más sostenible, menos subvencionada y más critica con el poder. A los políticos se les da un menor papel. Los ciudadanos conocen que la moral personal es lo principal, y saben que desde las instituciones no se educa, y sí se educa desde las familias, las iglesias y las asociaciones privadas.
Hoy somos cada día más los que soñamos, con un tipo de sociedad que paradójicamente por ser realista, potencie mejor la convivencia, y sea más justa para con los esfuerzos de cada uno.