Plaza Nueva 10 diciembre de 2008
Los abusos financieros, han sido claves en el desencadenamiento de la crisis económica. Son muchas las causas, pero algunas afectan a la propia cultura occidental que desde mayo del 68, cuestionó los valores preexistentes. Se venía de una larga posguerra, y eran la disciplina, el esfuerzo y el mérito lo que se estimaba y estimulaba. Fruto de un largo desarrollo económico, vivimos hoy en una sociedad mucho más rica, muy acostumbrada a las satisfacciones inmediatas, con una débil responsabilidad individual. Hoy vemos en muchos casos la falta de esfuerzo, las tendencias al puro hedonismo, y el poco reconocimiento de cualquier autoridad.
El comunismo no pudo con el cristianismo, ya que la naturaleza humana siempre ha tenido una vocación de trascendencia, basta ver la recuperación espectacular de las creencias religiosas en los antiguos países comunistas. Tampoco sucumbió el capitalismo. Con la caída del muro en el 89, se demostró el fracaso del socialismo real. La izquierda se desorientó y tardó un tiempo en levantar las banderas del 68, que en un principio había despreciado. En las sociedades ricas, la cultura política la enfocaron en la dirección de ampliar constantemente los derechos individuales. Soslayaron la confrontación ideológica, apoyaron la lucha radical en favor de la voluntad individual, al margen de cualquier moral, presentándola como ejemplo de modernidad. Apostaron por establecer ilimitadamente nuevos derechos. No cuestionaron el modelo económico, y así caminaron por sendas distintas en lucha por la preeminencia cultural.
Cuando ZP sostiene que ha avanzado mucho, se refiere a que se han ampliado nuevos derechos: matrimonio homosexual, política de género, EpC, aborto, eutanasia, ejercicio privado de la religión. Intentan desvincular cualquier referencia a España, de su histórica identidad católica. Aplauden el ¡no a los dogmas!, que hagamos lo que consideremos, ya que todo estará bien hecho. Trabajan por romper la cadena de la transmisión de valores de unas generaciones a otras, siempre basadas en el sentido común, la ley natural y la tradición occidental.
Tanto desde la filosofía clásica, como desde todas las religiones, el hombre siempre ha contado con capacidad para discernir el bien del mal. La declaración de Derechos Humanos, refleja lo que es la Humanidad y no recoge estos nuevos derechos, apoyados por la nueva izquierda. Sabemos que todo derecho se apoya en su reverso, en un deber. Estos nuevos derechos, están erosionado el sentido del deber, debilitando el ejercicio de la autoridad y a menudo jalean unos malos ejemplos sociales. Los medios de comunicación se han instalado entre la irresponsabilidad y la falta de referencias. Un proverbio africano dice que a un niño lo educa todo un pueblo. Necesitamos que los personajes públicos den buen ejemplo, pero vivimos en una sociedad que apoyándose demasiado en la imagen, en el espectáculo, ensalza en muchos casos los aspectos de menor peso moral e intelectual de mucho personajillo.
¿Estamos en una crisis de valores o en una crisis del sistema? Para cierta izquierda no se puede apoyar a un sistema, que permite a unos pocos utilizar la democracia en su propio beneficio. Ellos nunca se culpabilizan, siempre son otros, los culpables. A nadie se nos ocurre cuestionar la validez de la democracia, porque se produzcan habitualmente casos de corrupción, en la izquierda y en la derecha. No debemos cuestionar el mercado, porque hayan fallado los controles. No parece que reinventar el capitalismo, sea el mejor camino, ya comprobamos dramáticamente y conservamos en nuestro recuerdo que las alternativas al capitalismo han sido mucho peores que aquel.
Tenemos que volver a los fundamentos del capitalismo, que siempre supusieron la existencia de límites económicos y morales. La propiedad se fundamentó a través del trabajo, con una dimensión religiosa y moral en sus orígenes: trabajaras con el sudor de tu frente. El capitalismo, exigía del hombre de éxito, una modestia en la proyección de sus atributos, que hoy se ha perdido. En la vorágine antes de la crisis sólo reconocimos la ganancia rápida y astuta, por cualquier medio. Olvidamos ponderar el esfuerzo, el mérito y el trabajo como elementos importantes para el triunfo personal. Sabemos que sin principios morales y religiosos es muy difícil que funcione una sociedad, no bastando sólo con la autorregulación. Sabemos que el mal existe, y que cualquier poder siempre tiende a abusar de los ciudadanos. Las instituciones deben actuar dentro de los límites de la ley, y para que el sistema funcione necesitamos compartir unos valores morales.