Debemos

¿Podemos? 

Iñaki Iriarte López

Ignoro si Pablo Iglesias y su equipo se inspiraron conscientemente en el “Yes we can” que sirvió de lema a la campaña de Barack Obama en las elecciones de 2008 a la presidencia de EEUU a la hora de bautizar su candidatura al Parlamento Europeo, o si, por el contrario, lo hicieron en el “Sí se puede” de una candidatura eco-socialista tinerfeña de 2007. En cualquier caso, el término “Podemos” ha funcionado como una suerte de talismán para atraer a una parte muy importante de la sociedad española, que parece haberse tomado muy a pecho eso del “querer es poder”.
Dicha fórmula, por muy revolucionaria que pueda parecer, choca frontalmente con el marxismo. Karl Marx insistía en que todo estaba determinado por las condiciones materiales, incluso la conciencia colectiva de una sociedad. Ahora, en cambio, la lógica del “quiero, ergo puedo” parece habernos llevado a creernos libres de aquellas – de la realidad, en definitiva- y con derecho a aspirar a la realización de cualquier sueño sin tener que molestarnos explicar con qué materiales lo fabricaríamos. A lo largo de la historia se ha repetido a menudo la paradoja de intentarse conjurar los negros nubarrones en el horizonte por medio de los planes más utópicos para el porvenir. Según parece, cuanto menos futuro se tiene, más cosas se esperan de él.

Una parte de la sociedad española puede exclamar con entusiasmo: “¡Podemos!”, a modo de compendio de su programa. Está bien. Sobre todo si sirve para enganchar a quienes se habían instalado en el desánimo y la inhibición. Pero, a la vez, resulta obligado oponer a su optimismo un recordatorio fundamental: “¡Debemos!”. No me refiero a un deber moral, sino a algo mucho más desagradable: nuestras deudas. Como los números desnudos pueden resultar poco claros, compararé los siguientes datos sobre la economía española con los de Rusia, un país que, según se nos cuenta, está a solo un paso de la bancarrota. Por descontado, no pretendo sugerir que en España esté peor que ella, sino más bien destacar lo preocupante de algunas de nuestras cifras. Comencemos: España tiene una deuda pública sobre PIB del 96,80%. Rusia ronda el 14%. Pese a todos los recortes de los últimos años nuestra deuda pública se ha duplicado con creces desde 2008. A ello hay que añadir la deuda privada (no financiera), cuyo cálculo varía, pero que, según los datos del Banco Mundial, estaría en el 170% del PIB. Según el Deutsche Bank, estaría en torno al 200%. En Rusia, en cambio, se situaría en un 52,5%. Un tercer dato clave es el de la balanza comercial, es decir, el saldo neto entre las exportaciones y las importaciones. En 2013 se dio un saldo negativo de el 1’73% sobre PIB. Es poco. La crisis ha hecho que en los últimos tres años España importe mucho menos que antes.

Pese a todo, si cogemos como referencia un período de tiempo más largo, por ejemplo, las últimas dos décadas, nos encontraremos con un porcentaje mucho mayor, en torno al 8%. Llevamos bastante tiempo, en definitiva, convertidos en una economía mucho más dada a la importación que a la exportación. Ello constituye un signo de que vamos a seguir endeudándonos o, por lo menos, de que nos va a costar amortizar nuestras deudas con el exterior. ¿Qué hay de los rusos? En su caso, el saldo comercial es positivo (en concreto un 8,45% en 2013). Pasemos a considerar, en cuarto lugar, un dato relativo a la demografía. Tiene que ver con la cuestión de lo que “debemos” porque en una población envejecida hay que destinar muchos recursos a pagar pensiones y, lógicamente, quedan menos para invertir y pagar las deudas. Habrán oído a menudo que los rusos están extinguiéndose. Pues bien, ciertamente, su edad media es muy alta: 38’9 años. Sin embargo, en España es todavía mayor: 41’6. De no ser por la población inmigrante, comparativamente más joven que la española, esa cifra sería aún más elevada. Como tanto los inmigrantes como los jóvenes españoles tienden a irse de España por la falta de trabajo, nuestra edad media aumentará en los próximos años. Añadamos, en quinto lugar, precisamente el tema del paro. Parece obvio que un país en el que mucha gente trabaja, tiene unas perspectivas mucho más halagüeñas para pagar sus deudas que otro en el que muy poca gente trabaja. Como saben, en España la tasa de paro es del 24% (entre los jóvenes del 37%). En Rusia es, aproximadamente, del 5% (siendo de un 19% entre los jóvenes).

Ante este panorama, seguro que a muchos les ronda la idea de no pagar, de abolir, por lo menos, parte de nuestras deudas. Sin embargo, aquello que sostiene el valor del dinero es precisamente la promesa del pago de la deuda. Cojan un billete y mírenlo. Su coste de producción es mínimo. En el fondo, no es sino una especie de pagaré. ¿Por qué iba a confiarse en que una sociedad que no paga sus deudas garantizase su valor? Quien opte por reestructurar su deuda debe saber que su moneda se verá rechazada como medio de pago por cualquiera con dos dedos de frente. Incluidos sus propios ciudadanos.

No me malinterpreten. No soy un pesimista que disfrute predicando que nada puede hacerse y que somos juguetes en manos de inercias que escapan a nuestro control. Soy más bien un optimista moderado que cree que pueden hacerse muchas cosas -y de gran calado-.Pero también entiendo que, antes de fantasear con lo que queremos y dar por hecho que podemos conseguirlo, es preciso explicarle claramente a la gente en qué situación nos encontramos.