No hay que generalizar, los corruptos son la excepción… ¿Entonces no hay que perder la fe en los políticos? Grave error. Nunca jamás debimos tener fe en los políticos.
Antes de nada quizá debiéramos aclarar que el problema de los políticos no es que sean políticos, es que son humanos. Es improbable que toda esa sociedad que se indigna contra los políticos realmente sea mucho más pura y moral que los políticos. La razón es que todos los que se indignan contra los políticos también son humanos.
¿Alguien se cree realmente que los políticos tienen un gen que les hace ser más corruptos que los fontaneros?
¿Alguien se cree realmente que sólo los políticos de tal o cual partido tienen el gen de la corrupción?
En realidad es probable que haya muchas personas que sí crean todo esto, pero la lógica y además la experiencia histórica acumulada tienden a mostrar que se encuentran equivocadas.
Si en el conjunto de la sociedad hay un 20% de personas corruptas (por decir algún porcentaje), seguramente entonces hay un 20% de políticos corruptos. Y de periodistas corruptos. Y de taxistas corruptos. Y de vendedores de lotería corruptos.
Por consiguiente, también es probable que el porcentaje de corruptos en el partido A, el B o el C sea del 20%. De ser así, poco combatiríamos la corrupción por el mero hecho de quitar del gobierno a A y poner a B y luego a C.
Si A tiene más casos de corrupción que B seguramente es porque A gobierna en más comunidades autónomas y ayuntamientos que a causa de un gen que tienen los del partido A y no tienen los del partido B.
Obviamente los del partido B acusarán al del partido A de corruptos y se presentarán a sí mismos como seres inmaculados, pero es simplemente que mandan menos, deciden menos y controlan menos presupuesto. O que a lo mejor controlan más medios y consiguen ofrecer una imagen más pura de sí mismos siendo igual de corruptos.
Los casos de corrupción rebosan la actualidad diaria, pero la misma mayoría social que acoge con indignación las noticias y se rebela contra los políticos paradójicamente apuesta luego por más estado, más gobierno y más políticos manejando todavía más dinero y más presupuesto.
Error.
No vamos a bajar los niveles de corrupción cambiando a un tipo con barba por otro con coleta.
La forma en que podemos bajar los niveles de corrupción es dejando menos poder, menos dinero y menos capacidad de decisión en manos de los políticos.
Acusaba Pascual Maragall a CiU de tener un problema y que ese problema era el 3%. Obviamente los socialistas tienen lo suyo, el PP lo suyo y así todos. Pero hay una cosa que es evidente: no es lo mismo el 3% de 100 que el 3% de 10.000.
Cuanto más dinero manejan los políticos y más capacidad de decisión tienen, más corrupción. Cuanto más grande es el sistema, más fallos hay en el sistema.
Si se les deja a los políticos la capacidad de recalificar o no recalificar un terreno, seguro que habrá más corrupción que si no se les da ese poder. Quitar a los políticos esa capacidad es mucho más eficaz en la lucha contra la corrupción que pasarle esa capacidad del partido A al partido B, asumiendo absurdamente que los políticos de un partido están hechos de otra pasta que el resto de los políticos o el resto de los humanos.
Si a los políticos se les quita el poder de nombrar a los jueces que les tienen que juzgar cuando se les acusa de algo, eso también es lucha contra la corrupción de la buena. Pasar la capacidad de nombrar jueces del partido A al partido B o dejar que los consensuen entre ellos es volver a caer en la ingenuidad.
A lo mejor no se trata de pensar en qué es lo que los políticos han hecho mal sino en pensar qué es lo que nosotros hemos hecho mal.
Resulta llamativo que, cuanto más nos fallan los políticos, más dirijamos nuestra confianza y esperanzas de cambio hacia políticos que aún apuestan porque los políticos tengan más control sobre nosotros, nuestra libertad de expresión y nuestro dinero. Si dejamos que cada vez haya menos dinero en nuestros bolsillos y más en los presupuestos que manejan los políticos y la infinita maraña burocrática de pequeños nicolases y cargos intermedios, ¿de qué nos quejamos y de qué nos extrañamos?
Luchar contra la corrupción significa que seamos nosotros quienes empecemos a controlar más a los políticos y no darles aún más poder a ellos para que nos controlen a nosotros.
En realidad sí que hay una razón para que mucha gente decepcionada con los políticos apueste por dar aún más poder a los políticos y es que muchos de los corruptos eran liberales de pacotilla. ¿Pero por qué iba a haber menos corruptos entre los liberales de pacotilla que entre los socialistas de pacotilla, los provida de pacotilla o los guardabosques de pacotilla?
Si ahora nos estamos cuestionando si aún nos queda o no nos queda fe en los políticos o en qué políticos depositar nuestra fe es que seguimos sin entender nada. Nunca debimos tener fe en el poder político.
Quienes redactaron las primeras constituciones, o los primeros fueros, lo hicieron todos desde el mismo punto de partida: la radical desconfianza hacia el poder. Las constituciones y los fueros eran límites que se ponían al poder y a los abusos del poder partiendo de la desconfianza y la experiencia. A los políticos no hay que darles más que el mínimo poder necesario para que puedan llevar a cabo sólo unas pocas labores, eso sí imprescindibles, pero ni una más. Los mejores políticos son quizá los que mejor entienden esto.
Hay quien después de todos estos años de crisis ha llegado a la conclusión de que hemos llegado a donde estamos por no haber gastado todavía más, por no habernos endeudado más, por no haber descuadrado todavía más las cuentas y por no haber incurrido en déficits y desequilibrios todavía mayores.
Es posible que esas mismas personas lleguen a la conclusión, por un razonamiento similar, de que si hay tanta corrupción política es porque hay que poner en el poder a un partido con todavía más poder, que haga el estado más grande, que lo nacionalice todo, que lo regule todo, para que haya más políticos gestionando más dinero en más órganos, sociedades, consejerías, ministerios, entes, instituciones, politburós y burocracias de todo tipo.
La lógica de los dos razonamientos anteriores es algo así como pensar que, para acabar con el cáncer de pulmón, lo que hace falta es fumar más cigarrillos y que el penoso tratamiento contra el cáncer es la causa del cáncer en vez de su consecuencia.
Pero es que los humanos no sólo tenemos a menudo problemas con la honradez, también los tenemos con el razonamiento, sólo así podemos concluir que la solución para la corrupción es más estatalismo, más poder y más dinero en manos de los políticos.