Un sol rojo incendia Nepal

24 de abril de 2006

Muerto Mao, y descafeinado el maoísmo en la propia China, algunos de sus rescoldos, sorprendentemente, continúan provocando incendios por el mundo; alimentados por una ideología inhumana cargada del «culto a la personalidad» a un desaparecido. Si antaño fueran Perú -de la mano de la sanguinaria organización terrorista Sendero Luminoso- y algunos estados indios los golpeados por sus correligionarios locales, es en Nepal, actualmente, donde se sufre una «guerra popular» planteada al más puro estilo maoísta, a lo que se suma una grave crisis política.

La semana pasada Nepal disfrutó de espacios preferentes en las primeras portadas de diarios y en los noticiarios televisivos de todo el mundo: muchedumbres en manifestación se enfrentaban, en la capital, a la policía nepalí mientras que, según otras informaciones, la guerrilla maoísta seguía avanzando. ¿Qué está pasando en el «techo del mundo»?

Desde hace, ya, 10 años, el Partido Comunista de Nepal (Maoísta), en lo sucesivo PCN (M), se decidió de nuevo, tras unos años de acatamiento de la legalidad, por la conquista armada del poder. Poco a poco fue consolidando su control sobre los territorios «liberados», siguiendo la ortodoxia maoísta del «cerco de las ciudades por el campo», conforme sus tácticas de la «guerra popular prolongada y de desgaste». Y, de este modo en la actualidad, ya controla un 40 % del territorio de Nepal, aunque no las ciudades.

El segundo factor relevante de la situación política nepalí deriva de la anormalidad constitucional que se vivía desde que el discutido rey Gyanendra efectuó un autogolpe de Estado el día primero de febrero del año 2005, asumiendo un poder casi absoluto; tras destituir al Gobierno democráticamente electo y disolviendo el Parlamento. Los objetivos alegados: acabar con la corrupción política y frenar la ofensiva guerrillera.

Obligado por las más numerosas manifestaciones que ha conocido Katmandú –la capital- en toda su historia, el rey anunció el pasado viernes 21 de abril que devolvía el poder ejecutivo al pueblo, a la vez que instaba, a los siete partidos políticos opositores coaligados, a que nombraran un nuevo primer ministro. Oferta rechazada y que no ha impedido que las manifestaciones se sigan sucediendo.

En el pasado mes de noviembre de 2005 la llamada «Alianza de los Siete Partidos» llegó a un acuerdo de colaboración con el PCN (M) en el común objetivo de reimplantación de la democracia mediante una asamblea constituyente; un partido que desarrolla un curioso y nada inocente «doble juego». Por una parte decretó un «alto el fuego» en el valle de Katmandú, donde se han desarrollado las manifestaciones multitudinarias; por otra, ha relanzado su ofensiva armada en otras zonas del país. Y no oculta que su objetivo final es «la implantación del socialismo y el comunismo».

Todavía hoy. Increíble. Esta posibilidad, ya no tan lejana, es alentada, en parte, por la vecina China que, si bien ya no manifiesta los fervores revolucionarios de antaño, contempla el hipotético triunfo del PCN (M) como una posibilidad para la ampliación de su influencia. Por otra parte, India observa con preocupación que su temido vecino chino se le asome, con mayor ventaja, desde la enorme terraza himalaya, inflamándose así las energías de los diversos grupos guerrilleros maoístas operativos en varios de sus estados.

La clase política nepalí, desprestigiada por diversos escándalos, no parece que controle el movimiento popular manifestado estos días. En tal contexto: ¿serán los comunistas, decididos e implacables, quienes capitalicen los cambios y, en un movimiento de pinza –lucha armada y movilizaciones populares-, se haga con el poder?

Baburam Bhattarai, quien era miembro del Politburó y Jefe del Departamento de Relaciones Exteriores del PCN (M), fue entrevistado por el semanario Nepali Times en su número del 13 al 19 de julio de 2001. Allí encontramos, como especialmente significativa, una respuesta que desvela el material con que está forjada esta organización con que replica a la siguiente pregunta.

«Nepali Times: Luego de seis años de la guerra popular y de más de 2.000 nepaleses muertos, ¿piensa que ha valido la pena el precio pagado hasta ahora?

Baburam Bhattarai: Aunque es un anacronismo colgarle una etiqueta de “precio” a un trascendental proceso revolucionario en términos de bajas de seres humanos, consideramos que el “precio” pagado hasta ahora por las masas nepalesas en los seis años de la guerra popular ha sido antes bien algo bajo. Tales “precios” en las auténticas revoluciones se pagan en millones y no en miles. ¿Recuerda la Revolución Francesa? Si se considera el poder y el prestigio ganados por las masas pobres y oprimidas del campo nepalés durante los últimos seis años, el “precio” pagado definitivamente ha valido la pena»

 (http://www.cpnm.org/new/Spanish/baburam_jul2001.htm;23.04.06).

Más adelante agradece el apoyo hacia su causa mostrada por el autodenominado Movimiento Revolucionario Internacionalista, que agrupa a varios partidos maoístas liderados por ¡Sendero Luminoso! Si usted quiere consultarla por internet, cosa bien sencilla, encontrará en sus ediciones el mismo lenguaje, las mismas valoraciones y numerosas loas recíprocas. Por cierto, la revista de esta anacrónica organización peruana se llama «Sol Rojo», en homenaje al «camarada» Mao; uno de los mayores genocidas de la historia de la humanidad. Para que luego se diga que las ideologías han muerto. No todas, ni en todas partes, evidentemente.

De nuevo, viejas estrategias e ideologías, que parecían arrojadas a los trasteros de la historia, impactan en la realidad humana, ganando voluntades y trastocando la evolución normal de una nación y de sus gentes. Otra vez, de manera acaso insospechada, una ideología provoca una verdadera mutación antropológica; y en el único país confesional hinduista del mundo.