Fernando José Vaquero Oroquieta
RE número 197, julio-agosto de 2016, págs. 267 a 289.
I. INTRODUCCIÓN
La irrupción de Podemos, y en menor medida de Ciudadanos, ha roto la dinámica de bipartidismo imperfecto de ámbito nacional que, junto a la perversa concurrencia de los partidos separatistas catalanes y vascos, venían determinando el rumbo de la vida política española en estas décadas de régimen democrático-parlamentario.
Ello ha acaecido hasta el punto de alcanzar —la formación liderada por Pablo Iglesias— una encrucijada formidable: no en vano, cualquier escenario le era favorable una vez celebradas las elecciones generales del pasado 20 de diciembre de 2015; salvo un rápido e inesperado deterioro de sus perspectivas electorales de tornarse inaceptables para sus bases los vaivenes propios de unas complejas y difíciles negociaciones tendentes a la formación de un nuevo Gobierno.
De hecho, bien podría alcanzar el mismo gobierno de la nación, coaligándose con el PSOE, en uno de tendencia «progresista» y de «reforma» presidido por el socialista Pedro Sánchez. Incluso, de formarse cualquier otra fórmula de gobierno (PSOE-Ciudadanos con abstención del PP, o la «gran coalición» que lo excluiría), Podemos seguiría estando, ahí: en la oposición, dispuesta a recoger todos los réditos del desgaste de las demás formaciones. Y, de no forjarse tales, de celebrarse nuevas elecciones, a principios de verano tal vez, acaso deglutiría Izquierda Unida y captaría nuevos votos socialistas, convirtiéndose en el segundo partido español, salvo la eventualidad mencionada en el segundo párrafo de este estudio que en algún avance demoscópico ya se ha apuntado. En tan benévola coyuntura se materializaría, así, el temido sorpasso de Podemos a un PSOE en declive como partido hegemónico de las crecidas izquierdas españolas —en su expresión política, hoy día, y sin duda predominantes en el ámbito cultural-mediático nacional— en las últimas décadas.
No obstante, persiste sin ser elaborado todavía un diagnóstico compartido, y en todo caso decisivo, acerca de su naturaleza y objetivos últimos. Podemos, entonces: ¿es neocomunista?, ¿populista?, ¿ambas cosas? ¿O estamos ante otro fenómeno?
II. ¿NEOCOMUNISTAS O POPULISTAS?
Es innegable que muchos de los líderes y de los activistas de Podemos proceden de organizaciones previas de ideología marxista-leninista. Así, el propio Pablo Iglesias militó durante bastantes años en las Juventudes Comunistas (rama juvenil del Partido Comunista de España) al igual que la que fuera su pareja Tania Sánchez, la eficaz «submarino» de Podemos en Izquierda Unida. También estuvieron vinculados con ambas formaciones de izquierda, en diversos niveles y circunstancias, Juan Carlos Monedero y numerosos «cuadros medios» de Podemos. Íñigo Errejón, por su parte, se encuadró inicialmente en el entorno trotskista del pequeño y dinámico partido Izquierda Anticapitalista (IZAN), ahora devaluado en una mera tendencia organizada dentro de Podemos, denominándose Anticapitalistas a secas; colectivo de larga trayectoria que ha generado no pocas tensiones en el seno del nuevo partido y que contribuyó, particularmente en los inicios del mismo, a su lanzamiento, extensión y configuración.
El tercer ingrediente humano de Podemos procede de diversos colectivos que en su día confluyeron —de un modo a otro— en el Movimiento del 15-M; es el supuesto de la cofundadora de la formación Carolina Bescansa. Cuestión aparte y más compleja es su relación con otros agregados colectivos en algunas comunidades, por ejemplo las Mareas municipalistas gallegas. Por último, otras fuerzas se les han asociado electoralmente a nivel autonómico, caso de Compromís en Valencia; otra coalición de múltiples ingredientes a su vez.
En cualquier modo, pervive un razonable interrogante en torno a su verdadera naturaleza; no en vano ésta determinaría su programa político en toda su extensión, del que en realidad, se sabe muy poco. Por ello, es lícito preguntarse, ¿existe, tal vez, una «agenda oculta»?
Es incuestionable, antes que nada, que la figura de Lenin genera, entre la mayoría de líderes «podemitas», un enorme atractivo. Es más, Pablo Iglesias alardea de ello sin ningún recato. Pero, ¿qué significa ser leninista en pleno siglo XXI? Pues, ante todo, la conquista y el ejercicio del poder a cualquier precio. Y para conseguirlo, la voluntad de servirse de un tacticismo despiadado; lo que explica las contradicciones, lagunas, pronunciamientos demagógicos y oportunistas —también las mentiras más o menos veladas— de los líderes «podemitas». Recordemos la polémica y los comentarios que generó su invocación, en la asamblea fundacional de Podemos en octubre de 2014, al «asalto de los cielos»; como horizonte activista ideal. Una invocación al impulso revolucionario de los comunistas, desde la experiencia frustrada de la Comuna, según palabras de Karl Marx, hasta llegar a la mismísima Revolución rusa de 1917. Pero todo aquello, hoy día, parece muy lejano, carente de interés e incomprensible, salvo para iniciados. Y, ciertamente, no nos encontramos en un contexto de guerra continental o mundial, con millones de movilizados, desplazados y víctimas. Ni siquiera sufrimos un régimen autocrático con millones de desposeídos hambrientos al borde de la insurrección y espoleados por diversas fuerzas revolucionarias de naturaleza violenta. Tampoco existe un partido bolchevique o similar que maneje unos miles de militantes fanáticos, decididos y despiadados, dispuestos a jugárselo todo.
El mundo se encuentra interrelacionado y globalizado, por medio de una economía y una tupida telaraña de redes sociales de alcance planetario. Ya no existen fuerzas insurreccionales, al menos en Europa, que aspiren a una transformación radical del capitalismo, hacia un renovado «socialismo real», al precio del aniquilamiento de la burguesía y de todo opositor. Es más, lo que queda de proletariado aspira, más que a nada, a vivir como buenos burgueses. Y el modelo vital de gran parte de las izquierdas es el de la gauche-caviar: sexo y fiesta sin freno, becas de estudiante hasta los 40 años, películas de Almodóvar, empleo en la Administración, sentimiento de superioridad moral… Si el marxismo-leninismo «clásico» se sustentaba en el control de los medios de producción, en la eliminación de la propiedad privada, y el ejercicio terrorista de un poder político centralizado y omnipresente, los izquierdistas de hoy quieren «vivir bien» y sus modelos vitales están por completo alejados de aquellos militantes austeros, rudos y disciplinados, capaces de sacrificar todo confort y proyecto personal en aras de los intereses del partido.
No existen, pues, «condiciones objetivas» para el despliegue fatal de un estallido revolucionario violento.
III. DESLUMBRADOS POR EL SOL LENINISTA
Insistiremos en la orientación leninista de los integrantes del estrecho equipo dirigente de Podemos; no en vano, tal ideología determinaría todo su trabajo político: cultura organizativa, tácticas y estrategias.
Son muy numerosas las invocaciones marxista-leninistas de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón y otros líderes del partido; confesadas en entornos afines o muy ideologizados y, particularmente, en los años preparatorios al lanzamiento de Podemos. Pero también las encontramos en esta nueva fase de su estrategia política de «asalto al poder». Así, Pablo Iglesias ha afirmado en sucesivas ocasiones que las «fuerzas del cambio» se situarían en un «momento leninista extraordinariamente favorable para sus cálculos y pretensiones»; visión determinista que únicamente puede enmarcarse en la ideología marxista-leninista.
Para apuntalar esta perspectiva, reproduciremos dos intervenciones en vídeo oportunamente rescatadas por el periodista y economista Domingo Soriano en un artículo. En el minuto 15 del primer vídeo, grabado el 12 de febrero de 2013, Monedero afirma: «Marx era un moderno. Su concepción del tiempo era lineal. Siempre avanzamos: esclavos contra amos, siervos contra señores, burgueses contra propietarios… Esa concepción lineal del tiempo llevó a muchos a pensar que la siguiente crisis del capitalismo sería la última. Eso es un error. Pero de cada crisis el capitalismo sale con un abanico de respuestas más estrecho; eso no significa que la siguiente crisis sea la definitiva, pero sí que cada vez tiene menos herramientas para solventar las contradicciones que tiene el propio sistema. Tenemos que recuperar a los marxistas heterodoxos».
Marxistas, sin duda. Y revolucionarios. Ello impone una pregunta: por lo que respecta a sus tácticas aparentemente novedosas y un tanto alejadas de la vieja belicosidad de los marxismos revolucionarios «clásicos», practicantes de la violencia callejera, huelgas generales revolucionarias y otras modalidades de confrontación social, ¿son sinceros u oportunistas?
En otra secuencia de vídeo fechada el 16 de junio de 2014, Pablo Iglesias decía: «La clave para entender la historia está en la formación de unas categorías sociales llamadas clases. […] La política no tiene que ver con tener razón, sino con tener éxito. Puedes llegar a casa y saber que el materialismo histórico es clave para entender el desarrollo de los procesos sociales. Puedes llevar una bandera con la hoz y el martillo de metros y metros y volverte a casa con tu bandera mientras el enemigo se ríe de ti, porque los trabajadores le prefieren a él. […] ¿Tú crees que yo tengo alguna contradicción con una huelga de 48 o 72 horas salvaje? Ninguna. […] El enemigo nos quiere refugiados en nuestros símbolos de siempre, está encantado. […] Había un compañero que hablaba de los soviets en 1905 y aquel calvo [se refiere a Lenin] con aquella mancha en la cabeza que era una mente prodigiosa, entendió el análisis concreto de la situación concreta. Les dijo una cosa muy sencilla a todos los rusos: “Paz y pan”. Y cuando dijo “Paz y pan”, un montón de rusos que no tenían ni idea de si eran de izquierdas o de derechas dijeron “Pues va a tener razón el calvo éste”. Y al calvo le fue muy bien. No les dijo “Materialismo dialéctico”. Ésa es una de las principales lecciones del siglo XX».
Marxistas y leninistas. Y conscientes y orgullosos de ello.
Repasadas, brevemente, tales premisas ideológicas, veamos a continuación algunas cuestiones relativas a su cultura organizativa; lo que proporciona pistas muy relevantes acerca de su naturaleza real.
IV. EL FRACCIONALISMO LENINISTA
Las sucesivas tensiones internas que viene sufriendo Podemos en diversos frentes (territoriales especialmente, pero también personales en su misma cúpula dirigente) reflejan el choque que provoca la realidad política-institucional con una organización muy joven que todavía se encuentra en fase de definición y organización internas.
Podemos es una organización in fieri. Es la criatura de un pequeño grupo directivo, muy cohesionado, que ha agrupado diversas oleadas de simpatizantes y militantes, muchos de ellos procedentes de causas ciudadanas harto diversas; en general muy alejados del modelo de militancia rígida y paramilitar que caracteriza a todas las sectas marxistas-revolucionarias. Su estructura inicial, la de los célebres «círculos» —cuya configuración inicial recordaba, salvando y mucho las distancias, la de los soviets rusos del 17—, se ha visto desbordada por la realidad: es imposible mantener una estructura asamblearia de manera permanente en todas sus esferas de competencias y ámbitos de decisión; más en tiempos en los que hay que tomar decisiones rápidas, decisivas y sin fisuras. De ahí la expulsión fulminante, empleando para ello términos muy duros, del que fuera número tres de la organización, Sergio Pascual.
Es un hecho constatado a lo largo de la Historia, destacado por teóricos marxistas, libertarios y progresistas, que en todo partido situado a la izquierda de la socialdemocracia «moderada» siempre pugnan dos «tradiciones» organizativas y de dirección: la libertaria-asamblearia, que en Podemos la representan las gentes procedentes de las PAH y el 15-M, y la «burocrática», generalmente conocida como «centralismo democrático».
En este marco de definición de las reglas internas de participación y toma de decisiones que debe adoptar toda organización revolucionaria —el conjunto de mecanismos facilitadores de la denominada «democracia interna»— los teóricos marxistas-leninistas se remiten en general a un modelo teórico que no es otro que el denominado «fraccionalismo leninista».
Para aproximarnos a su concepción general, y los mecanismos internos que desarrolla esta teoría organizativa, traeremos a colación algunos párrafos, escritos hace ya varias décadas, por Jorge Semprún, quien, en su formidable Autobiografía de Federico Sánchez, relataba magistralmente sus peripecias en la clandestinidad del franquismo como militante del PCE y sus relaciones con el núcleo dirigente del partido, entonces dirigido por un siempre implacable Santiago Carrillo; todo ello enmarcado en el seguidismo del comunismo español de las consignas de Moscú, a pesar de las reservas de no pocos de sus militantes más aventajados.
Situados en tamaña coyuntura histórica, tanto Semprún como su correligionario Fernando Claudín se amparaban en un «sano» y «científico» ejercicio de fraccionalismo leninista; como método de discusión, debate y avance doctrinal, táctico y estratégico del partido. Pero paradójicamente, también Carrillo y los suyos se resguardaron en similares diatribas dialécticas, aunque con el objetivo muy distinto de eliminar a ambos. Y no olvidemos que también Stalin se sirvió de este marco teórico con una intención muy distinta a la de facilitar y encauzar el debate de fracciones y posiciones teóricas internas en el seno de su partido; muy al contrario, le permitió desembarazarse de millones de «enemigos de clase» —reales y supuestos— en teoría encuadrados en alguna fracción traidora (trotskistas, bujarinistas, zinovievistas, revisionistas, social-fascistas, pequeño-burgueses, cosmopolitas, etc.).
Según decíamos, Semprún afirmaba: «En 1921, en uno de los momentos más difíciles de la historia de la joven república soviética, cuando surgieron profundas divergencias en el partido a propósito del papel que debían desempeñar los sindicatos, Lenin escribe un artículo sobre La crisis del partido en el que dice: “¿Qué hay que hacer para obtener la curación más rápida y más segura? Es necesario que todos los miembros del partido se pongan a estudiar con absoluta sangre fría y la mayor atención 1) el fondo de las divergencias, 2) la evolución de la lucha en el partido. El estudio de uno y otra es indispensable, puesto que el mismo fondo de las divergencias se desarrolla, se aclara, se concreta (y a menudo incluso se modifica) en el curso de la lucha, que, pasando por diferentes fases, nos revela siempre, en cada fase, la composición y la importancia diferentes de los efectivos, las posiciones diferentes en la lucha, etc. Es necesario estudiar uno y otra sin dejar de reclamar los documentos más precisos, impresos y que puedan ser controlados bajo todos sus aspectos”». Un trabajo intelectual y político que, en nuestra modesta opinión, difícilmente puede asumir una base militante de Podemos que bien podría calificarse de «pequeño-burguesa» con todos sus defectos obstruccionistas.
Más adelante, Semprún concreta: «El partido que se lanza a la conquista del poder es un partido de debates permanentes, de enfrentamientos teóricos, de tendencias y hasta de fracciones. Es un partido donde la libertad de expresión está como el pez en el agua. Y es que lo decisivo son las masas, su movimiento ascendente en la ciudad, en el campo y en los frentes de la guerra imperialista. Que se sepa, la consigna del momento era “¡todo el poder a los soviets!” y no “¡todo el poder al partido bolchevique!”. Con esta última consigna no se hubiera producido la revolución rusa. Y es que el germen de universalidad que había en ella se localizaba precisamente en ese tipo de vinculación de la vanguardia con las masas, que hacía de aquélla mera expresión concentrada y coherente de las aspiraciones de éstas; el germen de universalidad residía en las formas soviéticas de un poder de nuevo tipo. Cuando el partido deja de ser eso, cuando comienza a devorar cancerosamente todo el tejido social, a homogeneizar todas las formas de vida social, en función de una concepción despótica, aunque se pretendiera ilustrada, de la hegemonía; cuando el partido destruye el pluralismo y liquida las formas del poder soviético, entonces la revolución rusa pierde su vocación y su significación universal, y se convierte en una mera peripecia específica de acumulación del capital social en una sociedad atrasada».
Volvamos a la concreta cultura organizativa de Podemos que, remitiéndose sus líderes a la del «fraccionalismo leninista» de una u otra forma, se halla todavía en proceso de diseño y consolidación. Así, apenas puestos en marcha sus «círculos», y debiendo afrontar con perspectiva de éxito varios retos electorales decisivos para la formación, a día de hoy, la estructura formal y material de Podemos sigue determinada por su inicial cuádruple fractura:
1.- Líderes leninistas versus militancia de tics populistas
Su equipo fundador es el conocido como soviet de Somosaguas. Fogueados en la asociación universitaria «Contrapoder» y en las luchas de pasillo de una facultad estatal, estos «universitarios» pijo-progres, aunque procedentes de diversas organizaciones marxistas revolucionarias, comparten todos ellos su entusiasmo por la figura mítica de Lenin, según veíamos.
No hace falta decir que ni Iglesias es Lenin, ni Errejón, Trotski. Y lo que es más decisivo: sus bases militantes no son, ni mucho menos, los bolcheviques del año 17 forjados en la clandestinidad, en el destierro y en una voluntad de poder a muerte y a cualquier precio. Por el contrario, su militancia apenas está formada; y más que proletariado consciente y disciplinado es, conforme veremos, «precariado» indignado porque sus altas expectativas de confort material y estabilidad burguesa no se han satisfecho en el contexto de la actual crisis. Al soviet dirigente le encantaría que esta amalgama militante se transformara en una homogénea fuerza de choque dispuesta a todo pero, recordémoslo, no estamos en 1917. Consecuencia inevitable de esta fractura es la toma de decisiones unidireccional de los dirigentes, alejándose progresivamente de fórmulas asamblearias, de orientación populista, apenas practicadas y en absoluto desarrolladas.
2.- Centro versus periferia
Madrid es el motor de arranque de Podemos, su alma máter. Y como crisol de todas las tendencias radical-progresistas al uso, Podemos no tiene más remedio que reconocer —al menos sobre papel— el «derecho de autodeterminación de los pueblos», que, a entender de sus líderes, se habría resuelto teóricamente en el marxismo-leninismo. No obstante, su realización práctica por la Unión Soviética habría acumulado múltiples errores indeseables a su juicio, de modo que tal modelo histórico no sería el ideal a seguir; sino la grosera burla de una teoría utópica que «todavía» permanecería virgen e inédita. La teoría es sencilla. Cada pueblo, en su madurez política y con una conciencia progresista, debe autodeterminarse: en todos sus niveles. En lo que respecta a la estructura estatal, puede asociarse —o no— a otras más amplias. En el caso soviético estaba claro: por coherencia revolucionaria la autodeterminación de los pueblos sometidos al destrozado régimen zarista lo era siempre en favor de la suprema Unión: la URSS. Otra decisión habría sido contrarrevolucionaria (de ahí la eliminación en los primeros años de los dirigentes comunistas armenios y de otras nacionalidades que aspiraban a repúblicas propias).
Podemos es presa de sus presupuestos teóricos, lo que explica que, después de su inicial expansión, la siguiente fase fuera la de «acumulación de fuerzas» y, en estos momentos, de flujos y reflujos, la eclosión de «fórmulas nacionales»: las Mareas en Galicia, Compromís en Valencia, el partido de Ada Colau en Cataluña… ¿Cómo se resolverá finalmente esta tensión territorial? Pues dependerá de dos factores: la obtención de resultados tangibles conforme a la actual estrategia y la impaciencia de los líderes de la periferia. Tal tendencia, además, está acentuada por el temperamento español que trasladó, también y en su momento, la tensión centro-periferia al PSOE (formulando a tal fin unos partidos «autonómicos» y, en el caso de Cataluña, uno hermano de ligazón federal) y el propio centro-derecha, quien ha conocido numerosas expresiones «regionalistas», en su inmensa mayoría fracasadas.
3.- Centralismo democrático versus tendencias internas
Además de la tensión generada por la dinámica escasamente resolutiva de los primitivos «círculos», existe otro factor generador de crispaciones internas: la existencia de tendencias organizadas dotadas de una disciplina autónoma. Una fuerza motriz e impulsora de Podemos de sus primeros momentos fue IZAN (Izquierda Anticapitalista), de orientación trotskista. Sus dirigentes pretendieron en sus inicios copar el liderazgo de Podemos, pero el soviet de Somosaguas lo impidió, lanzándoles un órdago: el nuevo partido no admitiría otros en su interior. A resultas de ello, IZAN se disolvió como partido… para permanecer como tendencia. De ahí las tensiones sucesivas focalizadas desde Andalucía por la «anticapitalista» Teresa Rodríguez y los suyos. Pero estas tensiones no tendrán largo recorrido: los Anticapitalistas fuera de Podemos no son nada, a lo sumo un pequeño equipo de militantes profesionales, bien relacionados e incrustados en diversos movimientos sociales; pero alejados de cualquier centro real de poder. Y, de persistir éstos en sus retos y desaires, a la dirección de Podemos únicamente le quedará una salida: la expulsión de Anticapitalistas en bloque como tendencia, admitiendo únicamente a quienes a título individual rindan pleitesía y cláusula de obediencia a Iglesias. Y con la cabeza baja.
4.- Revolucionarismo versus gradualismo
Entonces, insistimos, Podemos, ¿es una organización revolucionaria, y con fines revolucionarios, o gradualista de objetivos socialdemócratas? Cuando meses atrás Iglesias habló de un giro socialdemócrata de la organización, muchos suspiraron de alivio: se alejaba —a su juicio— un panorama revolucionario de dudosa génesis y más incierto desarrollo. España no es la Rusia de 1917. Tampoco la anterior España de 1936. ¿Qué modelo persigue, entonces, Podemos?, ¿la socialdemocracia nórdica, que muestra signos de «estar de vuelta» en no pocos aspectos del marxismo, o el «socialismo bolivariano del siglo XXI»? Sus máximos dirigentes son marxistas-leninistas, venimos afirmando, ergo sus objetivos finales siempre serán revolucionarios. Pero la realidad se impone: ni su militancia es una guardia bolchevique, ni la situación española es revolucionaria, ni existen masas desesperadas, ni se vislumbran tendencias revolucionarias decisivas en casi ningún lugar del planeta; de modo que la revolución… tendrá que esperar. O mantenerla únicamente como un horizonte ideal al que mirar, suspirar, para inmediatamente jugar a la «política real», es decir, a la socialdemocracia gradualista.
V. EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI
Las diversas izquierdas, especialmente desde la caída del Muro de Berlín allá por 1989, se encuentran, sobre todo las del espectro «comunista» (ya pro-soviéticas, estalinistas, pro-maoístas, pro-albanesas, pro-yugoslavas, trotskistas o castristas), en un período de debate y remodelación. Para ello vienen buscando nuevos instrumentos teóricos. Aquí radica la importancia del análisis gramsciano, de su interés por la conquista de la «hegemonía cultural» y su vocación de «intelectuales orgánicos» catalizadores de novedosos modelos de transformación social potencialmente revolucionarios. De ahí ese constructo denominado «socialismo del siglo XXI», enunciado por primera vez por Heinz Dieterich Steffan, y al que se remitiera Hugo Chávez en el V Foro Social Mundial; de modo que la denominada «Revolución Bolivariana» fuera su criatura más desarrollada y querida. No es casualidad, pues, que algunos de los dirigentes de Podemos (y los de las CUP, ETA, etc.) hayan mantenido —o mantengan— estrechas relaciones con el régimen chavista. Y, en el caso de sus vínculos con el régimen confesional musulmán iraní, no se trata tanto de abiertas simpatías políticas, como de mero oportunismo: acceso a soportes técnicos diversos y financiación. Una alianza táctica para poder avanzar; coincidencias revolucionarias en suma. Una vinculación que escandaliza a tantos, dado el trato dispensado a las mujeres y los homosexuales en Irán tan alejado en sus usos del modelo feminista implantado en nuestra decaída Europa; lo que se antoja como una alianza contra-natura que, sorprendentemente, desde las izquierdas se ignora por completo. Pero, ya dijimos, el leninismo es, ante todo, oportunismo y ausencia de escrúpulos; o si lo prefieren, puro y duro tacticismo.
El continuo reclamo de Podemos, entre otras, a nuevas fórmulas de democracia directa y representativa, les ha generado la acusación de «populista»; término empleado a modo de insulto, o descalificativo apriorístico, indiscriminadamente. Y, es bien cierto, no pocas de las actuaciones de Podemos pueden calificarse inequívocamente como tales: sus discursos altaneros, sus propuestas de «empoderamiento» de determinados colectivos (especialmente «las mujeres», lo que les hace abrazar la ideología de género), sus ataques sentimentales y rencorosos a «la vieja casta» y a «los poderes mediático-financieros» (de los que también se han beneficiado y mucho, caso de varias televisiones privadas propiedad de los grupos multinacionales Atresmedia y Mediaset), su persistencia en la denuncia de hipotecas abusivas, sus continuas invocaciones al hambre y la supuesta degradación de amplios sectores populares, su denuncia de la expatriación de tantos miles de integrantes de la «generación mejor formada de la historia», etc., etc. Acaso la naturaleza última de Podemos no sea populista, pero muchas de sus tácticas sí lo son.
En todo caso, decíamos, el proletariado ya no es un actor revolucionario. Entonces, ¿qué sectores sociales son susceptibles de una acción transformadora? Hablemos, ya, del «precariado».
VI. UN NUEVO ACTOR EN ESCENA. EL «PRECARIADO»
Este neologismo, que por su paralelismo al de proletariado suena un tanto mordaz, se viene empleando desde hace una década, en diversos estudios políticos, económicos y sociológicos de las escuelas de izquierdas más vanguardistas. Pero el término empieza a ganar fortuna, también en otros medios ideológicos. Así, José García Domínguez aseguraba que es en relación a esta cuestión del «precariado» donde radicaría la principal contradicción de Podemos. Dirigiéndose a un «público» instalado en la precariedad, esta formación no estaría en condiciones de satisfacer sus necesidades, por lo que está garantizado su fracaso político a medio o largo plazo. No en vano, difícilmente puede resolver, según afirma, «La contradicción que se deriva de querer ser, por una parte, el gran partido del precariado, la fuerza que represente a los excluidos del colchón de seguridad del Estado del Bienestar, ese que configuran los contratos laborales indefinidos, los salarios decentes auspiciados por el poder de negociación sindical y la estabilidad vital garantizada, y, por otro lado, vindicarse como un grupo progresista al uso que rechaza por retrógrada y reaccionaria cualquier limitación nacional a los movimientos migratorios». De modo que «Expresado de forma sintética: los sueldos de su base electoral tenderán de modo crónico a mantenerse estancados en el nivel de subsistencia a causa de que, a su vez, la oferta de mano de obra tiende a hacerse infinita merced a los flujos migratorios». Si fuera realmente populista, Podemos adoptaría la posición del Frente Nacional francés ante la emigración, lo que dado su radicalismo izquierdista es genéticamente imposible; concluyendo así su análisis.
Para otros analistas no existe precariado, sino precariedad, todo hay que decirlo; incluso desde posiciones de izquierda, como el sindicalista de Comisiones Obreras Andrés Querol Muñoz. En cualquier caso, se trata de un concepto novedoso, en alza y progresivamente aceptado en las Ciencias Sociales y por algunos analistas de los medios de comunicación.
Pero, ¿cómo surge este concepto? Luis González, traductor español en la Unión Europea, afirma que «precariado» «se usa desde hace al menos una década. Según la mayoría de las fuentes, este neologismo se forma a partir de los sustantivos precariedad y proletariado, aunque para el sociólogo [el francés, ya fallecido] Robert Castel se trata de una contraction des mots précarité et salariat. Entre los principales valedores y difusores de este neologismo tenemos representantes del mundo académico, como el propio Robert Castel, y activistas, como el italiano Alex Foti, uno de los promotores de las “celebraciones” de San Precario en Europa. Para Foti, el “precariado” de nuestra sociedad posindustrial vendría a ser lo que fue el proletariado de la sociedad industrial. Para aproximarnos a una definición del término podríamos proponer, como punto de partida: “clase de desempleados y trabajadores que se encuentran en situación de precariedad prolongada por su bajo nivel de ingresos y por la incertidumbre sobre su futuro laboral”».
Uno de los autores que más ha difundido este nuevo concepto, y las consecuencias políticas y económicas que de él se derivan, es el británico Guy Standing, catedrático de la Universidad de Londres y cofundador de la Red Mundial de Renta Básica. En su libro Precariado. Una carta de derechos entiende que la estructura de clases nacida en la Revolución Industrial está sufriendo profundos cambios. Así, especialmente en países como España, Italia y Grecia, existirían a su juicio seis clases sociales, tal y como lo sintetiza el periodista de la revista izquierdista Alternativas Económicas Juan Pedro Velázquez-Gaztelu:
1. Una minúscula plutocracia acaparadora de buena parte de los recursos.
2. La élite, también muy minoritaria, quien obtiene sus ingresos de las rentas del capital.
3. Una clase media, media-alta, bien formada, quien disfruta de un trabajo por cuenta ajena, bien remunerado y con gran seguridad económica.
4. El proletariado tradicional, con empleo a tiempo completo, pero sin posibilidades de ascenso social.
5. El nuevo precariado, predestinado a una inestabilidad laboral, con sueldos de supervivencia indefinidamente, y que en los tres países citados podría abarcar el 40 % de la población.
6. El «lumpen-precariado», al margen de cualquier actividad laboral y sin apenas prestaciones por parte del Estado.
VII. ¿UN NUEVO ACTOR REVOLUCIONARIO EN CIERNES?
El precariado, según Guy Standing, sería la clase que más crece en número, siendo muy demandada por las grandes corporaciones transnacionales; al tratarse de mano de obra barata y de fácil despido, condenada a una «incertidumbre crónica» y a un «estado de frustración personal permanente».
El politólogo, cofundador e ideólogo de Podemos, Juan Carlos Monedero, por su parte, se ha posicionado de manera muy crítica —desde una perspectiva de base indudablemente leninista y revolucionaria— con la consistencia y valores de esta «nueva clase», que se estaría conformando, y que todavía carecería de una autoconciencia revolucionaria. Así, ha afirmado que «Vivimos en un capitalismo del deseo, de la información, de las marcas, del diseño, del dinero las finanzas virtuales. En este capitalismo de diseño el precariado es el pasmado que ha gastado sus ahorros en un publicitado perfume y el éxito social no llega. Es el invitado a una fiesta –no el excluido de siempre- donde todos los que son como él o ella están convocados pero a los que les dan con la puerta en las narices. La condición esencial del precariado es su frustración. ¿Puede convertirse en voluntad política de cambio?». El precariado se caracterizaría, siempre según Monedero, por ser gentes muy formadas, urbanitas, que se sostienen en buena medida al disfrutar de una red familiar, que viven en un entorno en el que la juventud se extiende hasta los 40 años y en el que las mujeres disfrutan y luchan por la igualdad, que comparten la rebeldía y el inconformismo heredado de mayo del 68. Pero, paradójicamente, se encuentran «profundamente conectados a las redes, al tiempo que desconectados del mundo real». Un juicio, en todo caso, muy sugerente.
Como buen marxista-leninista, Monedero no elude la pregunta inevitable: ¿acaso no son lo mismo precariado que proletariado? A lo que inmediatamente responde que «Standing insiste en que son realidades diferentes. En el fondo, lo que está diciendo es que el mundo del Estado social se está marchando. La diferencia entre el precariado y otras formas laborales subalternas no está tanto en su “descenso” laboral, sino en la lectura que construyen del lugar que merecen». Existiría, a su juicio, un problema de «conciencia de clase», pues el precariado todavía no se auto-concibe ni como clase en sí, ni como proletariado. De ahí que García Domínguez, coherentemente, entienda —según veíamos— que Podemos no puede llegar a satisfacer esas necesidades tan «pequeño-burguesas», empleando ese arcaísmo conceptual propio de la ortodoxia marxista, de esta nueva clase.
Ya en el plano estrictamente político, Standing asegura que el precariado no puede compartir, dadas sus necesidades y estado de desarrollo, las clásicas posiciones ofertadas desde el centro-izquierda y el centro-derecha; puesto que ni lo entienden ni contemplan en sus políticas reales. Así, el precariado se orientaría políticamente en tres direcciones, conforme su encuadramiento social:
1. Los procedentes de medios obreros «tradicionales». En el caso francés, por ejemplo, achacarían sus males a los inmigrantes, por lo que se explica el desplazamiento de votantes de la izquierda, especialmente del PCF, al Frente Nacional de los Le Pen.
2. Las minorías y los inmigrantes, quienes tratan de permanecer desapercibidos en un intento de evitar problemas y agresiones.
3. Los jóvenes con mejor formación, las mujeres, los ecologistas, los discapacitados. Todos aquéllos a quienes se ha prometido una carrera profesional al uso; lo que se ha incumplido al encontrar la precariedad, perdiendo derechos sociales y capacidad de consumo. Standing concibe este grupo, que califica como «ciudadanos de segunda», como el electorado natural de Podemos, Syriza, etc.; no en vano los partidos tradicionales, así como los «sindicatos de clase», no les representan. Pero, asegura Monedero, concurre la dificultad añadida de «Los golpeados históricos [el proletariado] que desprecian al precariado (siendo ellos mismos precarios) y el precariado despreciando a la capa inferior de la clase obrera. De lo que se trataría es de encontrar la ventana de oportunidad para unir fuerzas». Todo ello determina la crisis de la «izquierda tradicional» a la que, desde Podemos y sus no escasos ciertamente cenáculos intelectuales, pretenden dar la respuesta que contemple una hipotética «alianza de progreso» entre ambas clases sociales por «conscientes» y «avanzadas».
VIII. PROLETARIADO Y PRECARIADO: UN MISMO COMBATE. CONCLUSIONES
Vemos, pues, que los ideólogos de este «socialismo del siglo XXI» en permanente reelaboración entienden que, ante este nuevo escenario social de alcance internacional, las fórmulas tradicionales han fracasado; no en vano, la derecha habría impuesto su recetario neoliberal como un «nuevo sentido común», y, según Monedero en el artículo antes citado, «la izquierda socialdemócrata abrazó el neoliberalismo bajo el paraguas de la tercera vía. La izquierda no socialdemócrata se socialdemocratizó». De modo que una nueva izquierda sería más necesaria que nunca para avanzar, desde una perspectiva de progreso, y responder adecuadamente a las «agresiones» del neoliberalismo. Y así concluía Monedero ese artículo de 2013: antaño «La clase obrera podía asaltar los cielos porque el grueso de la humanidad era trabajadora y el sistema capitalista es un modo de producción sostenido sobre el trabajo ajeno. Pensar revolucionariamente al precariado sin cambiar el capitalismo es un exceso. Un precariado que, de momento, lo que quiere es mejorar sus condiciones de vida. La conciencia será el resultado de las luchas».
Por todo ello, la agit-prop de Podemos está dirigida fundamentalmente hacia ese precariado emergente, así como al proletariado «clásico». A ambos los convoca bajo las fórmulas de «poder» y «unidad popular», en la pretensión táctica de una «alianza de progreso» que bien pudiera sumar una mayoría electoral.
Si «la conciencia será el resultados de las luchas», Monedero dixit, la canalización política de las fuerzas eclosionadas en el entorno de los movimientos del 15-M, merced al impulso de las minorías dirigentes de Podemos y sus laboratorios de intelectuales, viene perfilando y acentuando el potencial revolucionario del precariado y su alianza táctica con el proletariado residual. En esta labor, los dirigentes de Podemos, y sus cenáculos académicos y mediáticos, conforman el «intelectual orgánico» que elevaría y trasladaría la conciencia colectiva de ambas clases, de virtualidad revolucionaria, en una nueva mentalidad común hegemónica de indudable orientación radical-progresista.
En cualquier caso, el marxismo es una ideología elitista que desprecia al pueblo, por entenderlo inculto y alienado. De este modo, los dirigentes de Podemos, como aplicados marxistas-leninistas que son, y encantados de conocerse, con toda seguridad contemplan una «agenda oculta». La cuestión es: ¿cuáles son sus líneas rojas y los límites de sus ambiciones?
Podemos se encuentra en una coyuntura tan difícil como apasionante: puede conseguir todo, o quedarse en nada. Pero la discusión interna, la existencia de fracciones, incluso las expulsiones de militantes significativos, son indicativos de que el partido está vivo, que discurre por adecuados cauces leninistas y se fortalece. Pero, tal y como advertía el anteriormente mencionado Jorge Semprún, si empieza a «devorar cancerosamente todo el tejido social», es decir, el precariado del que se alimenta y al que pretende «concienciar», encuadrar y dirigir, Podemos perdería la principal de sus bazas; pues las demás fracturas ya presentes eclosionarían inevitablemente, destrozándolo.
A partir de las informaciones que se han hecho públicas, relativas a las negociaciones y contactos mantenidos entre los líderes de diversos partidos parlamentarios para la formación de un acuerdo de Gobierno, Pablo Iglesia, además de disciplinar con dureza a su propio partido, ha demostrado capacidad de diálogo y cesión; aunque impulsado por imperativos demoscópicos cortoplacistas. Y sabemos, por la experiencia de sus amigos de Syriza, que en cualquier escenario posible, su capacidad de maniobra en economía, en todo caso, sería muy limitada. De este modo, son los ámbitos de las políticas culturales e ideológicas, especialmente impulsoras de la mal llamada perspectiva de género, allá donde su acción de gobierno o política concreta se harán notar; además del papel que pueda jugar en el «conflicto» territorial que los separatismos rupturistas han planteado al estado y a la nación españoles. Pero esa capacidad de transformación de la realidad se hará notar en cualquier caso: tanto formen parte de un gobierno de ámbito nacional, lo apoyen desde fuera, o se mantengan en la oposición. Por ello, Podemos es un actor que no podemos dejar de mirar, salvo su total y extinción, lo que no es plausible ni a corto ni a medio plazo.
Fernando José VAQUERO OROQUIETA
Razón Española, número 197, julio-agosto de 2016, págs. 267 a 289.