No dejes que opine ETA

Si dejas que opine ETA todos los demás somos franquistas y fascistas

Hispano 4 de noviembre de 2016

La pasada semana escribí un artículo sobre cómo la extrema izquierda ha deformado el concepto del franquismo hasta el punto de colgarle el sambenito de «franquista» a todo aquello que no les gusta. Tres cuartos de lo mismo pasa con el fascismo, un término manoseado hasta la extenuación y en este caso desde todas las partes. Yo he visto utilizar el peyorativo «fascista» contra liberales, socialistas, patriotas, centristas, comunistas, abertzales, animalistas, separatistas, terroristas islámicos, homosexualistas, feministas, antiabortistas… está claro que debido al mal uso y el sobreuso de esta palabra, lo que se ha conseguido hoy en día es que nos encontremos ante un término absolutamente carente de significado.

Ateniéndonos a la definición estrictamente académica: los fascismos son una serie de sistemas socioeconómicos que surgen en la Europa de entreguerras como oposición a las democracias liberales y los movimientos obreristas como el anarquismo y el marxismo. Estas ideologías de forma más extensa comprenden otros puntos fuertes como el nacionalismo, totalitarismo, corporativismo, racismo (no en todos los casos), militarismo… entre otras muchas posturas políticas que no les convierten en el corderito de Norit precisamente.

Viendo esto, aquellos chicos que se hacen llamar «antifas» y que dicen que el Partido Popular es un partido extremoultraderechista-nazi-fascista no es que sean un primor precisamente, ya que de ser así hace tiempo que estarían criando malvas.

También hay que tener presente que el propio término fascismo deriva de la palabra latina fasces que significa literalmente «haz» o «manojo» y que se refiere en concreto a al haz de treinta palos unidos que junto con un hacha era utilizado como símbolo del poder y la autoridad de Roma. Algo que simbólicamente quiere decir que los palos unidos son más fuertes que cada uno individualmente por separado, junto con el hacha, que representa la justicia. La unión hace la fuerza. Este símbolo es utilizado actualmente en el emblema de la República Francesa o los escudos de las policías de Noruega, Suecia o nuestra Guardia Civil entre otras muchas instituciones. No, no es un símbolo «fascista», se utiliza desde hace más de dos mil quinientos años para representar la unidad y autoridad del Estado y su capacidad  de imponer su Justicia.

Dos representaciones del fasces flanquean a Obaba durante una de sus intervenciones en la Cámara de Representantes de Estados Unidos
Lo de que la ultraizquierda desvirtúe este término para utilizarlo para definir al mal absoluto, es decir, a todos aquellos que no comparten a su forma de ver el mundo, no es nada nuevo. Ya en la Unión Soviética de antes de la Segunda Guerra Mundial era común su utilización en el discurso político no sólo contra sus enemigos externos realmente fascistas, por aquel entonces Alemania e Italia; sino contra sus enemigos internos como el ejército blanco (pro-zarista) e incuso a sus propios disidentes comunistas como los trotskistas. Qué casualidad que cuando Alemania y la URSS suscriben el pacto Pacto Ribbentrop-Mólotov por el que se repartirían el resto de Europa, entonces Alemania deja de ser fascista y la prensa del régimen vende la bondad de sus relaciones con la Alemania de Hitler.

Según el «análisis» marxista-leninista el fascismo sería una reacción extrema del «capitalismo» ante una inminente revolución comunista, argumento que flaquea un poco ante el hecho de que fueron las democracias occidentales «capitalistas» las que, junto con los comunistas de la URSS y otros actores, libraron la mayor guerra de la historia de la humanidad contra los Estados fascistas de Europa como Alemania e Italia, y el Imperio del Japón. La historia no es plana, da muchos quiebros y saltos; y las personas de inteligencia escasa a veces necesitan historias de buenos y malos para entender el mundo, películas que nunca tienen que ver con la realidad.

Acabada la Segunda Guerra mundial y derrotados los fascismos, el término fascista será utilizado por la extrema izquierda para descalificar a todos los proyectos políticos que se opongan a su visión del mundo, de la misma manera que en la URSS se emplearía para criminalizar toda actividad u opinión considerada anti-Soviética; hasta el punto de que el trotskismo ya mencionado o el maoísmo chino llegarán a ser considerados a efectos propagandísticos incluso como «variantes del fascismo». Este tipo de taras intelectuales son las que hoy en día arrastra la extrema izquierda en general y nuestros porro-etarras en particular.

Propaganda «antifa» según la cual Albert Rivera es falangista y por lo tanto fascista. Da igual que José Antonio Primo de Rivera fuese fusilado unos cuantos años antes de que Franco crease el «Movimiento Nacional», el nombre es sospechosamente parecido al elegido por Albert en su primer incursion política a nivel nacional bajo el «Movimiento Ciudadano». Pero lo más importante es que… ¡comparten apellido y tienen hasta cierto parecido físico! Argumentos pata negra sin duda alguna.

Partiendo de la base de que las democracias occidentales del bando Aliado también emprendieron campañas de propaganda contra las ideologías de sus naciones enemigas del Eje; como decía al principio, el uso de este término peyorativo no se restringe a la ultraizquierda, sino que es utilizado también por personas adscritas al centro y la derecha, para descalificar las actitudes de la extrema izquierda. A menudo se dice que esto es así por compartir con el verdadero fascismo el fin de un gobierno totalitario y los medios violentos para conseguirlo, como si las ideologías totalitarias no existiesen con anterioridad al advenimiento del fascismo en los años 20 del siglo pasado o como sitodo tipo de expresión violenta fuese ya fascismo desde que Caín mató a Abel.

A la hora de la verdad, este tipo de uso se da realmente a modo de insulto gratuito más que otra cosa, bajo la lógica equivocada de que no hay nada más ofensivo que llamarle fascista a alguien que considera que no hay nada peor que el fascismo. Dicha utilización parte de una premisa errónea, la utilización del término fascista contra la propia ultraizquierda es hacerle el juego a la misma: si le llamas «fascista» a un comunista o un anarquista que se comportan como tal estás blanqueando su ideología de forma que nunca podrán ser vista como criminales más aún cuando el comunismo dejó muchas decenas de millones de muertos durante el siglo XX, experiencia de la que hay que aprender para no volver a repetir. Pero ¿cómo vamos a identificar un problema si nos negamos a llamarlo por su nombre? Al hacer su historia de la derecha en Francia ya lo notó René Rémond, que hizo notar con cierta tristeza que, si se deja a la izquierda, “siempre se es el fascista de alguien”. Y eso aquí significa sólo hacer el juego a la extrema izquierda proetarra.