La memoria, la historia y la verdad:
glosa a un debate estéril
Pascual Tamburri
Razón Española, julio 2006
El Parlamento Europeo ha aprobado una moción de condena del régimen de Francisco Franco, que acabó por la fuerza con un «régimen democrático» y “de libertades”. Pronto esto se impondrá como Ley en España. Hasta ahora, esto no pasaba de ser una opinión que encontraba un apoyo menos que parcial en los hechos aunque más que notable en los historiadores. Notable, hay que decirlo, más por el desproporcionado sesgo ideológico de éstos que por la fiabilidad de sus opiniones al respecto. A partir de ahora esto viene a ser algo así como el Dogma de Fe Básico del nuevo régimen zapateril.
Una parte de la derecha se ha puesto también en estos meses y años a hacer memoria, y ha movilizado a sus historiadores para buscar en el pasado la explicación y la solución de lo que sucede. Así nos enfrentamos a una peculiar carrera de armamentos entre la izquierda y la derecha, desenterrando los cadáveres de la Segunda República y de la Guerra Civil, unos con prepotencia, otros con ignorancia, no pocos con mil complejos, bastantes con mucho miedo. Pero el riesgo es renunciar a pensar. El vicio de la tradición es el tradicionalismo, y el de la Historia sería en este caso confundir los paralelismos con una mera repetición del pasado. Pero ni el pasado se repite ni hay que buscar en el pasado las soluciones del mañana. Que una parte de la derecha liberal haya emprendido ese rumbo no es sino otra muestra del desorden moral e intelectual que vivimos.
Esto de la “memoria” impuesta por ley tiene su gracia. La memoria es subjetiva, cada persona tiene una, cada comunidad puede tener una, y no se refiere a lo que sucedió en el pasado sino a la percepción que de ese pasado queda. Subjetivamente. Y otra cosa es la historia. En fin, un viejo debate erudito del que José Luis Rodríguez Zapatero no tiene probablemente ni la más remota idea pero en el que ha entrado como un dinosaurio en una pista de baile. Acompañado, eso sí, de tres cosas que la derecha política no tiene hoy en España: una ausencia total de complejos respecto al pasado y al futuro, una poderosa artillería de medios de comunicación y una aguerrida infantería de “creadores de cultura” (historiadores en este caso) bien amarrados al pesebre.
El hecho es el que es. Zapatero hace ratificar la luminosa legitimidad de los poderes operantes en España hasta el 18 de julio de 1936 y la ilegitimidad absoluta e inapelable del poder alzado a partir de esa fecha. Una condena que parece llevada hacia el pasado, y por eso parece ridícula. Pero que no lo es, porque la izquierda la quiere llevar al presente y más allá, sin que Mariano Rajoy se dé cuenta.
Las razones de la izquierda
La izquierda no perdona, nunca lo ha hecho. Pero Zapatero no es tan tonto como para llegar a esto por simple revancha. Su voluntad es construir un nuevo régimen y para lograrlo debe destruir el anterior, empezando por su legitimidad de hecho y de derecho.
No nos engañemos: el actual Estado español es el Estado nacido de la sublevación del 18 de julio de 1936. Esa nueva legalidad y nueva legitimidad evolucionaron, tras la muerte del dictador, hacia la actual democracia. Que no tiene nada que ver con la Segunda República. Hoy hay democracia porque los poderes del Estado franquista decidieron que la hubiese. Negar a esos poderes la legitimidad niega el fundamento mismo de la Constitución y sus cimientos necesariamente preconstitucionales, que no son en absoluto republicanos, desde la afirmación de la unidad indisoluble y soberana de la nación hasta muchas instituciones relevantes, Corona, Justicia, Fueros y Ejércitos entre ellas.
Así que no es un capricho de Zapatero: es un paso necesario hacia una legitimidad diferente, que excluya a la derecha y que incluya a la ETA.
Hermann Tertsch escandalizó en “El País” porque junto al PP otros partidos se opusieron en el Parlamento Europeo a la osada, valiente y gallarda condena póstuma de Franco por Zapatero. Claro, tal vez el partido polaco Paz y Justicia de los hermanos Kaczynski no sea del agrado de Jesús de Polanco; pero es el mayoritario en Polonia y forma gobierno junto a Autodefensa y a la Liga de las Familias. Tal vez “revanchistas”, pero al menos tienen buenas razones para serlo frente a un comunismo que han sufrido en sus carnes y que ha sido el régimen más sangriento de la historia de la humanidad. Peor es el revanchismo post mortem contra un régimen cuya principal culpa es fomentar la creación y enriquecimiento de Santillana.
Hay errores por acción, y Zapatero está cometiendo uno. Rajoy cometería otro por omisión si se dejase vencer en este asunto. En torno a él se juega mucho más que la unidad, los principios y la continuidad del centro derecha en España. Rajoy debe defender un síntesis superadora de todas las divisiones, es cierto, pero sin aceptar la mentira y sin dejar que se le coloquen sambenitos por recibir el apoyo en Europa de partidos como el de Gianfranco Fini, el de Bertie Ahern o el de Pia Kjærsgaard, cuya legitimación democrática es notablemente más sólida que la de Armaldo Otegi, Gaspar Llamazares o José Luis Carod Rovira. Y menos viniendo del amigo confeso, en el pasado y en el presente, de los verdugos comunistas.
¿Está Mariano Rajoy en malas compañías? Sí, pero seguramente no son las que José Borrell señala, sino la de esos democristianos que no votaron con él o lo hicieron a regañadientes, o la de esos consejeros áulicos y mediáticos que –aunque digan lo contrario- terminan azuzando sus complejos antinacionales y su monocultivo del centro liberal, que es la antesala necesaria del fracaso. Así que Rajoy puede, desde luego, hacer lo que quiera, pero su base social sabe perfectamente que en esto de la “memoria histórica” no caben deslices, porque no hay premios en un centro inexistente sino castigos probables en la sociedad real.
Cómo fue el “régimen democrático de libertades”
Zapatero nunca aceptará un debate cara a cara sobre la “memoria republicana”. Es demasiado fácil mentar Paracuellos o acordarse de Santiago Carrillo. La biografía de la Segunda República es sombría de esperanzas y roja de sangre. No se trató sólo de una persecución religiosa durante los primeros meses de la guerra Civil y “explicada” por el apoyo católico a la sublevación del 18 de julio de 1936. Al revés, la Iglesia jerárquica apoyó la sublevación civil y militar, una vez que se había producido, como consecuencia de la persecución religiosa del Gobierno legal de la República.
Y la persecución no fue sólo religiosa. Contra lo que se pueda creer, fue esencialmente civil, social e ideológica, y los testimonios macabros para demostrarlo están ahí. Es difícil decir que la Segunda República fue un régimen de libertades porque, más allá de la letra de la Constitución y de las leyes –que por lo demás no eran especialmente generosas con la libertad de los no republicanos-, fue un régimen marcado por la intolerancia, por el sectarismo, por los asesinatos políticos, los golpes de estado, expropiaciones sin indemnización, censura de prensa, revoluciones marxistas y proyectos de revolución proletaria. Si fue un modelo, desde luego, no se trató del modelo adoptado en 1978. Afortunadamente.
Una vez despertada la “memoria histórica”, es imposible ponerle coto. El obispo de Ciudad Real ha prohibido un homenaje al bando gubernamental de la Guerra Civil en los Dominicos de Almagro. ¿Una ofensa a la “memoria”? ¿Una muestra de la alergia “clerical y fascista” a la cultura? Tal vez, simplemente, que el vicario general del obispado de Ciudad Real, Miguel Esparza, ha recordado cómo murió en 1936 el obispo de la ciudad, y qué sucedió precisamente con los frailes de ese mismo convento. Ejemplos hay, desde luego, decenas de miles; la República de Zapatero consiguió que casi en cada pueblo de España haya un rastro de sangre y un par de causas de beatificación. ¿tendremos que hablar por ejemplo de lo que el “régimen de esperanza” hizo en Barbastro en 1936?
Memoria tenemos todos. El gran problema es que si la memoria sesgada de unos pretender erigirse en alternativa a la verdad histórica todos tendremos que hacer memoria. Pero habrá sido una decisión del actual presidente del Gobierno. Quiere construir un cambio radical sobre la “memoria”. Rajoy puede imponer el sentido común, y será mejor que se atreva a hacerlo.
La derecha no puede quedarse atrás (pero debe hacerlo con inteligencia)
Las situaciones críticas sacan de cada uno lo mejor y lo peor. Ante problemas graves y en momentos difíciles se conoce mejor la valía de las personas y de las instituciones, porque se muestra lo que de verdad hay dentro. Sobran ejemplos de esto, en lo personal y en lo nacional. Y ahora le toca al PP: la situación que se ha creado en torno a Mariano Rajoy es muy grave, y va a permitirnos saber de qué es capaz la derecha española.
Si usted cree que el momento no es excepcional, deje de leer aquí. Pero recuerde la deriva ultraizquierdista del PSOE, los atentados del 11 M, las elecciones del 14 M, la huida de la vida internacional, el proyecto de cambio radical de la sociedad y la cultura, la disgregación anunciada por el Estatut y el armisticio con la ETA. Hasta José Bono ha terminado por verlo: no sea usted menos.
Los humanos, instintivamente, cuando nos enfrentamos a un problema nuevo echamos mano de nuestras experiencias pasadas. En las sociedades tradicionales esta tendencia se transmite de generación en generación; en una sociedad moderna y teóricamente abierta la memoria colectiva es mucho más corta, y está encomendada a unos profesionales, que son, o somos, los historiadores.
Recordemos a alguien universalmente vituperado, el poeta alemán Stefan George, patriota y pensador. Odiado por igual por los nazis y por los antinazis, fue el maestro espiritual del coronel conde Claus von Stauffenberg –el único militar que en nombre de su idea de patria se atrevió a atentar contra Hitler- y de algunos notables historiadores, como Percy Ernst Schramm, el medievalista tan ligado a España, y el nacionalista alemán, judío, Ernst Kantorowitz, también medievalista y exiliado a Estados Unidos en 1939. Ellos, en una situación muy difícil para su país, elaboraron una serie de ideas sobre cómo puede servir la Historia para salir de una crisis, sin caer en el historicismo y manteniendo el equilibrio entre tradición y realismo.
No se puede volver atrás el curso de la historia. Pensar en restauraciones se ha demostrado siempre estéril, porque la historia, aun repitiéndose en líneas generales, nunca pasa dos veces por un punto. Rajoy y sus gentes son herederos de un pasado y defensores necesarios de unos principios permanentes –cosa que debe exigírseles-, pero afirmar que la situación o las respuestas son las mismas que en tiempos de José María Gil Robles o de José María Aznar es hacerles un flaco favor.
Cumplir con el deber por encima del propio capricho es algo más que una frase enfática. Es una necesidad del momento: el PP ve amenazada su misma existencia, y si algo se ha comprobado en el pasado es que si prevalece la visión a corto plazo, superficial o individual los principios son mal defendidos y no se evita ningún mal. La Historia puede enseñar qué se ha de defender o cómo solemos reaccionar los humanos, y en ese sentido es interesante conocer el pasado, pero sólo teniendo muy clara nuestra libertad y la absoluta singularidad de lo que vivimos. Una solución prefabricada, que venga de otro lugar o de otro tiempo, sería la peor de las soluciones posibles.
No entender la diferencia entre una cosa y otra lleva a disquisiciones absurdas, como algunas que leemos estos días en España, o como las que Norman Cantor se ha permitido a costa del medievalismo europeo. No podemos ignorar que si Schramm y Kantorowitz investigaron la historia de los emperadores Hohenstaufen no fue con el propósito de resucitar a Federico II –aunque ya en su tiempo hubo quien lo entendió mal: y así terminó el experimento- sino con el de proponer en el presente los principios permanentes entonces evidenciados.
Ni los hombres ni las fórmulas del pasado valen; hacen falta hombres y fórmulas para el presente y el futuro, que tomen de la Historia lo que debe ser tomado pero que no caigan en la cobardía de no pensar. Hacen falta todavía muchos esfuerzos, mucho tiempo y muchos sacrificios para vencer la crisis actual, y aun eso no nos devolverá al pasado, sino que tendremos que convivir con las consecuencias de esta crisis. Hay que echar mano de las cualidades y las virtudes necesarias en tiempos de zozobra, pues sólo con lealtad, desinterés, probidad, coraje y tenacidad puede seguir su rumbo la derecha española (y por caridad cristiana, ahorremos tiempo y tinta en debates nominalistas al respecto). Sobra quien mire atrás con nostalgia; sobra quien se mire a sí mismo; sobra quien no sepa vivir el hoy con intensidad. Es la lección de la Historia, que queda sólo para Rajoy (o quien por él) ya que Zapatero se ha mostrado, decididamente, un mal alumno y un peligro para el país y la verdad.
Pascual Tamburri
Razón Española, julio 2006