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Fue, junto a McKinley, el responsable e inductor de la guerra contra España en 1898. Fue un enemigo declarado de nuestra patria, pero en 1912 no tuvo más remedio que reconocer su labor en América.
Juan E. Pflüger 11. Octubre 2016
En 1898, cuando España llevaba ya casi tres años de guerra contra los separatistas cubanos, Theodore Roosevelt fue nombrado secretario adjunto de la Armada. Desde ese puesto organizó un plan que le permitiera declarar la guerra a nuestro país para poder apropiarse de las últimas colonias que el antiguo Imperio Español poseía en ultramar: Cuba y Puerto Rico, en el Caribe y Filipinas en Asia.
Su estrategia fue una labor de colaboración con el magnate de la prensa William Randolph Hearst. El plan era culpar a los españoles del hundimiento del acorazado USS Maine en el puerto de La Habana y, mientras que el empresario de la prensa usaba sus 28 cabeceras para caldear la opinión pública, el político preparaba la Armada norteamericana para atacar a las tropas españolas en sus colonias.
Tan burda fue la manipulación periodística que, desde entonces, se acuñó el término de “prensa amarilla” para criticar la falta de profesionalidad en el periodismo. Y es que Hearst introducía en sus periódicos un cuadernillo con hojas de papel amarillo para dar las novedades sobre la guerra contra España.
Mientras el demócrata Hearst se empeñaba en manipular a la sociedad norteamericana, su rival, el republicano Joseph Pulitzer intentaba sembrar cordura e informar con objetividad de un conflicto que habían diseñado a tres bandas entre Teddy Rooseverlt, Hearst y el presidente MacKinley.
Varios años después, era 1912, Roosevelt había abandonado el Partido Republicano al que consideraba muy radical, y había participado en la creación del Partido Progresista, intermedio entre su anterior formación y los demócratas. En plena campaña electoral pronunció un discurso en Baltimore en el que hizo una gran loa de la colonización española de América.
Sus palabras destacaron la importancia de la fe católica en una colonización que fue modélica:
«La fe católica inspiró aquella espléndida floración del tiempo de los Reyes Católicos, de energías intelectuales y morales más exuberantes que las de los bosques vírgenes de esta América; de aquellos frutos sazonados del siglo de oro español; ella creó el carácter hispano, robusto y viril, noble y generoso, grave y valiente hasta la temeridad; los sentimientos caballerescos de aquella raza potente de héroes, sabios, santos y guerreros, que nos parecen hoy legendarios; de aquellos corazones indomables, de aquellas voluntades de hierro, de aquellos aventureros nobles y plebeyos, que con pobres barcos de madera, corrían a doblar la tierra y a ensanchar el espacio, limitando esféricamente el Globo y completando el planeta y abriendo, a través del Atlántico, nuevos cielos y nuevas tierras.
Ella movió a esa raza española, que ha hecho lo que ningún otro pueblo: descubrir un mundo y ofrecérselo a Dios, que se lo concedió. Fue un fraile español, el padre Las Casas, el que inspiró las Leyes de Indias, tan paternales, para que los españoles, con la transfusión de su sangre, de su vida y de su Fe, implantaran en nuestro suelo una civilización muy distinta de la de otros pueblos conquistadores, más humanitaria que la que mata y esclaviza razas, como han hecho los franceses y los ingleses, y nosotros mismos con los indios en Norteamérica.»
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