La Escuela de Fráncfort

Un estudio crítico

Autor  Gil Sánchez Valiente 5 julio 2014

Sólo para situar el relato en su punto de arranque, ubiquémonos históricamente en la Rusia del golpe de estado bolchevique de Octubre del 1917, sobrevenido a pesar de que Nicolás II hubiese abdicado siete meses antes a favor del príncipe Lvov y de que éste, en un postrer desesperado intento, quisiese salir del apurado trance recurriendo al socialista Kerensky, nombre que ha pasado a la Historia como sinónimo de acción política contemporizadora o de mera contención condenada al fracaso.

También el comunismo-a-la-soviética intentó el éxito en otros países. Tal fue el caso de la Alemania salida de la Gran Guerra, camino pues de la República de Weimar. Allí, la sublevación de los ‘espartaquistas’ en la semana sangrienta de enero de 1919, se saldó con la detención, ejecución sumaria… y escamoteo posterior del cuerpo de su cabecilla, Rosa Luxemburg. En Hungría triunfó el intento, desembocando en el gobierno de Bela Kuhn. Y en el estado alemán de Baviera, el bolchevismo ruso quiso implantarse bajo el infructuoso liderazgo de Kurt Eisner…

Sumándose a la decepción de los teóricos marxistas que no habían logrado romper las lealtades del proletariado para con sus respectivos países antes y durante La Gran Guerra, pronto se vio que los trabajadores de una y otra nacionalidad, tampoco después del armisticio respondían a la incitación de los agitadores comunistas para que unieran sus fuerzas en pos del ansiado’paraíso-del- proletariado-sin-fronteras. Añadamos que los intelectuales marxistas del momento jamás culparon de tan estrepitoso fracaso a la propia ideología ni al ejercicio en wishful thinking que todo aquello había sido, achacándolo en cambio a la cortedad de miras de los trabajadores.

De entre aquellos teóricos, Georg Lukács, en Hungría, y el sardo Antonio Gramsci, en Italia, acometieron la labor de introspección necesaria para explicarse y explicar a los suyos qué había fallado en la aplicación práctica de la teoría marxista en la Europa Occidental. Era un primer paso, decían, para no repetir errores. Lukács, comunista húngaro e hijo de uno de los banqueros judíos más importantes del Imperio Austro-Húngaro, comenzó su carrera política como espía al servicio de la Internacional Comunista. Hay quien ve en su figura al más grande teórico del marxismo tras el propio Karl Marx. Lukács tituló Conciencia de Historia y Clase al compendio de toda su obra escrita. En 1919 llegó a la conclusión de que el verdadero y acaso único obstáculo para la aplicación real de los principios comunistas en el mundo occidental era… ¡la mismísima cultura occidental! Y tuvo ocasión de poner en práctica sus ideas cuando, en 1919, el gobierno bolchevique de Bela Kuhn se instaló en Hungría, bien que efímeramente, siendo nombrado comisario de cultura. Su primera acción de gobierno en el área de su competencia fue introducir un radical programa de educación sexual destinado a los tiernos escolares húngaros, ello como primer paso para minar consciente y en la más directa de las maneras la institución familiar, la cultura y los valores de aquella sociedad eminente y despreciablemente católica. ¿A qué suena?

No hay exageración en el aserto: se alentaba a los niños a rechazar la autoridad paterna y la de la Iglesia; y a ignorar los preceptos morales. Ya de paso, también intentó llevar esta revolución de valores a las mujeres húngaras. Pero ni los ciudadanos de aquel país ni los trabajadores ni las mujeres en él apoyaron tan brutales iniciativas.

Que el gobierno de Bela Kuhn sólo durase cinco meses fue debido en buena parte al ultraje que la clase trabajadora húngara sintió en sus arraigadas creencias por la aplicación de tales ideas. Además, en ese corto periodo murieron violentamente más de 200.000 personas, ello hasta que el almirante Horthy puso fin de un manotazo al desaguisado. Bela Kuhn acabó su vida en Rusia en 1938, siendo condenado a muerte y ejecutado en uno de los famosos procesos de Moscú, se supone que en ‘agradecimiento’ a los servicios prestados. Lukács, más listo o meramente más precavido, logró pasar secretamente a Alemania en 1922, donde se unió a un grupo de pensadores marxistas. Una de sus frases famosas en aquella segunda etapa fue: …este cambio mundial de valores sólo puede llevarse a cabo mediante la aniquilación de los viejos y la creación de otros nuevos por los revolucionarios.

Por su lado, el importantísimo A. Gramsci, afecto a la Internacional Comunista y fundador del Partido Comunista Italiano, llegó a la conclusión de que los trabajadores nunca reconocerían sus verdaderos intereses de clase hasta que pudiesen liberarse de la cultura occidental y, sobre todo, del yugo de la religión cristiana, una noción que ya enunciara Karl Marx en su célebre apotegma Die Religion sie ist das Opium des Volkes. Sostenía Gramsci que esos dos condicionantes cegaban a la clase trabajadora, impidiéndola ver sus verdaderos intereses (que, por supuesto, el comunismo liberador les iba a revelar…).

Por lo que se refiere al gran impedimento, el cultural, lo formuló sin ambages: Sólo se puede hablar con propiedad de revolución cultural si la protesta va dirigida al conjunto de la cultura, incluyendo los principios morales de la sociedad. Y también: Podemos afirmar que la idea tradicional de revolución y la idea tradicional de la estrategia revolucionaria han terminado. Son ideas anticuadas. Lo que debemos llevar a cabo es una forma difusa y dispersa de desintegración del sistema cultural.

En su teoría, A. Gramsci defendía la estrategia de una revolución pausada y no violenta que se infiltrase en la cultura occidental durante un largo periodo de tiempo… para destruirla desde dentro. También fue el primero en proponer la aplicación de fórmulas psicológicas para acabar con las tradiciones, las creencias y la moral que constituían el basamento del sistema, de tal forma que, además, la gente no tuviese posibilidad de resistirse. Sus palabras dejaban poco lugar para la duda: El mundo civilizado ha sido saturado de cristianismo durante dos mil años. Por ello, una tal cultura, basada en tal religión, sólo puede ser vencida desde dentro.

Enterrado como está en el cementerio protestante de Roma, su fijación no era tanto el cristianismo como la religión católica. Apartándose él de la línea oficial dictada por Moscú, el enemigo a batir era el Vaticano, no Wall Street. Una de las estrategias propugnadas por aquel moderno Maquiavelo-en-clave-marxista para llevar a cabo su proyecto fue la de formar alianzas con grupos no necesariamente izquierdistas, con lo que demostró un gran sentido pragmático. Podemos en nuestro tiempo ver claramente esta maniobra en la alianza de sus epígonos con grupos ‘progres’ tales como los del feminismo radical; el lobby gay; las asociaciones medioambientales y anticapitalistas; los llamados movimientos ‘por los derechos civiles’; los que defienden pretensiones mundialistas; las iglesias ‘liberales’ y los inorgánicos y-por-ello-desorganizados-grupos supuestamente atacados por el establishment occidental en razón de su raza, nacionalidad o religión.

Teorizaba el astuto padre del comunismo italiano que con esta idea en marcha se podría formar un gran frente común cuyos esfuerzos lograrían la transformación de la vieja cultura occidental por vía de su destrucción. Si eso se conseguía en el futuro, decía, se obtendría la ‘hegemonía cultural’ «y se podrían controlar a fondo los más íntimos deseos del pensamiento humano, todo ello con la ayuda de la ciencia que emana de un buen entendimiento del funcionamiento de la psicología de masas». El paradigma gramsciano consistía y consiste en lograr que lo seres humanos ‘amen la esclavitud’, lo que con gran aprensión nos hace recordar la orwelliana sociedad descrita en la novela «1984». La resistencia al marxismo cultural, predijo el sardo, sería totalmente inútil. Y que se encerraría a los posibles disidentes en una ‘jaula de hierro’. Textual.

Otro de sus siniestros ardides versaba sobre la manipulación de las palabras en orden a la modificación de la percepción de la realidad por parte del público en general, esto con fines revolucionarios. La idea subyacente era y es que, sea mediante la creación ex novo (gay en vez de ‘maricón’), sea por supresión (¿quién utiliza hoy las palabras ‘patria’ y ‘nación’?), fuere por sublimación (progresistas para designar a los suyos) o, finalmente, por dilución en la ambigüedad (este país en lugar de ‘España’), una vez consolidado el uso de los nuevos términos, las mentes de los usuarios construirán nuevas imágenes mentales favorables al propósito subversivo todo.

‘Construcción de la nueva realidad’ llaman sin disimulo alguno a esta clase de maquinación los corruptores de la cultura en general y los de la sección semiótica en particular, siempre recordando en esto, enternecidos, al padre de la idea, aquel gran manipulador que se llamó Antonio Gramsci.

El pensamiento e ideas gramscianas se ven reflejados en el libro de Charles A. Reich «The Greening of America» (1990). En él, su autor, celebrado profesor y homosexual comprometido, haciéndose eco de las palabras de su admirado maestro, dice: Hay una revolución en marcha. No será como las revoluciones del pasado. Su punto de partida será la cultura y su objetivo el individuo; y, como acto final, el cambio de la estructura política. No necesitará violencia para triunfar ni la violencia podrá detenerla. Es la revolución de la ‘Nueva Generación’.

Tanto Gramsci como Lukács pusieron las bases ideológicas para la creación en Alemania, allá por el año 1923, de lo que terminaría llamándose «Escuela de Fráncfort», el objeto y título de este trabajo. Sin embargo, la primera ‘Escuela’ en pretender un marxismo aplicado fue la del «Revisionismo Marxista», creada por Eduard Bernstein e influenciada por otro pensador comunista, el francés Jean Jaurès. Esta escuela de ‘pensamiento revisionista’ defendía el proyecto de que la revolución se llevase a cabo a través del parlamentarismo, un principio que hicieron suyo todos los partidos socialdemócratas occidentales. Decir que Marx abominaba de esta gente es un hecho tan cierto y conocido que resulta ocioso destacarlo.

En cuanto a la nuestra, la francfortiana, allá por el año 1923 el inicialmente llamado Institut für Sozialforschung, pasó pronto a ser «Escuela de Fráncfort», adscrita a la Universidad del mismo nombre. Su objetivo, tras los ya citados fracasos y dificultades del comunismo de los años veinte en Europa, fue desarrollar un tipo de marxismo diferente del revisionismo marxista y del comunismo- revolucionario-a-lo-bestia, tal como se mostraba el soviético. La ‘Escuela’ unió al marxismo las teorías de Sigmund Freud -un anatema para los estalinistas- para, muy apropiadamente, crear un marxismo ‘freudiano’ que convirtiera esa amalgama ideológica en una destructora fuerza subversiva dirigida contra la civilización occidental, su cultura y sus valores.

El fundador de la Escuela fue Felix Weil, un joven marxista de origen judío nacido en Buenos Aires, más inclinado hacia la teoría pura que a la acción directa, llegando por ello a autodefinirse como «bolchevique de salón». Disertó doctoralmente en la Universidad de Fráncfort sobre los métodos de socialización, pero debido a la persecución de los izquierdistas por parte del gobierno de la República de Weimar, Herr Weil decidió convertirse en benefactor-en-la-sombra de esa izquierda. La fortuna de su familia hizo el resto. Y es que su multimillonario padre, Hermann Weil, tratante internacional de granos argentinos, lejos de ser el clásico burgués opulento, ayudaba y encarrilaba a su hijo por los filantrópicos aunque subversivos derroteros del marxismo utópico. La aportación inicial fue de 120.000 marcos alemanes, que por venir en moneda extranjera evitaron los estragos de la hiperinflación de aquellos turbulentos años, esto por decir que cubrieron suficientemente los gastos de cualquier acto que su vástago tuviese a bien organizar, además de los imputables a publicaciones, pasquines, propaganda, etc.

Este Hermann organizó en 1922 un simposio de una semana de duración apropiadamente publicitado bajo el título Erste Marxistiche Arbeitswoche. Se celebró en el verano de 1923, en Geraberg, cerca del bosque de Turingia. Tenía por objetivo unir las varias posiciones teoréticas que los marxistas alemanes habían adoptado en respuesta a la situación en su país; y también en respuesta a los últimos poco halagüeños acontecimientos en la Unión Soviética. Además de Felix Weil y su mujer, en aquella reunión pudieron ser vistos juntos a Karl y Heda Korsch, Georg Luckács, Karl y Rose Wittfogel, Richard y Christiane Sorge Friedrich Pollock, Julian y Hede Gumperz… y otra docena más de intelectuales marxistas.

La Corrosiva influencia moral de la Escuela de Fráncfort en Occidente

Aquel simposio tuvo tal éxito que el joven Weil pensó en levantar un edificio y dotar presupuestariamente una institución permanente para el avance de sus ideas, similar al Instituto Marx-Engels de Moscú, lo que hoy llamaríamos un think tank. Su primera idea fue denominarle «Instituto Marxista», pero cambió el nombre por uno más suave que ocultase sus verdaderos propósitos, Así es cómo terminó siendo «Instituto de Estudios Sociales», según su traducción del alemán. Como curiosidad, uno de los alumnos que participó en el seminario citado arriba fue Richard Sorge, el famoso espía soviético que había sido ayudante de Kurt Albert Gerlach, hombre éste de temperamento difícil, traído aquí a colación porque fue el primero en postularse con éxito para dirigir ‘La Escuela’.

Pertenecía Herr Gerlach al claustro de la Universidad de Fráncfort, requisito imprescindible para que’La Escuela’tuviese cobijo bajo el techo de la prestigiosa institución docente. Pero he aquí que murió de diabetes en Octubre de 1922, a los 36 años. En su entierro, algunos amigos susurraron al oído de un abatido Felix Weil el nombre del marxista austriaco Karl Grünenberg como posible sucesor. Vencidas unas primeras dudas, en enero de 1923 Weil logró se nombrase a Grünenberg consejero del departamento de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad francfortiana, condición sine que non para ser director del nuevo Centro. Y en ese mismo momento pasó a ser el segundo director del mismo.

Así fue cómo la Escuela de Fráncfort abrió oficialmente sus puertas el 3 de Febrero de 1923, como instituto adscrito por decreto del Ministerio de Educación alemán. Sin embargo, no fue hasta el 22 de junio del año siguiente que se inaugurara la sede oficial en la Victoria Strassen, bajo la batuta
del ya mencionado Karl Grünenberg. Éste dejó claro desde el principio que se trataba de una institución de inequívoco sesgo marxista. Uno de sus declarados objetivos fue el de ‘introducir la razón en el mundo’ y, como meta final, ‘la abolición de la Cultura'(Aufhebung der Kultur), según ya dejaran consagrado Georg Lukács y Gramsci… siempre en el entendimiento de que la acción de demolición versara exclusivamente sobre la odiada y odiosa cultura occidental.

A lo largo de la historia del Centro han pertenecido a ella figuras tales como Walter Benjamín, Franz Neumann, Ernst Block, Julian Gumperz, Bruno Bettelheim, Nathan Ackerman, Theodor Adorno, Erich Fromm, Max Horkheimer, Otto Kirchheimer, Friedrich Pollock, Ernst Schachtel, Adries Sternheim, Leo Lowenthal, Herbert Marcuse, Jürgen Habermas y una retahíla de pensadores marxistas; eso sí, gente pacífica, sin hoz ni martillo.

Grünenberg y sus colaboradores trabajaron en la primera fase sobre temas relacionados con el movimiento obrero y algunas cuestiones económicas, siempre temas marxistas convencionales y con un éxito calificable como’perfectamente descriptible’. Hasta su retirada definitiva en 1929, tras haber superado a un ataque cardiaco, Grünenberg pasó la dirección administrativa de la Escuela a su asistente Friedrich Pollock. Y tras el interinazgo de Pollock, en enero de 1931, un atípico intelectual marxista, Max Horkheimer, fue nombrado tercer director de la Escuela.

Lo de ‘atípico’ va porque a Horkheimer se le puede considerar un marxista renegado… y sin embargo amigo íntimo de los muy ortodoxos Weil y Pollock. Especializado en filosofía y catedrático de esa materia en la universidad francfortiana, el joven nuevo director comenzó a utilizar la Escuela para desarrollar una teoría marxista muy diferente a la tenida por oficial, siempre en pos de un ente revolucionario que sustituyese a la manida ‘clase obrera’, algo que finalmente encontró en los años 60 (ya veremos más adelante en qué consistió). Mientras tanto, recuperó las ideas de Lukács, centrando el trabajo de la institución a su cargo en la cultura y no en la economía, esfera ésta en la que bien sabía que los comunistas eran ampliamente superados por los despreciables capitalistas, tanto en el campo teórico como en la praxis.

Otro ámbito de actuación de la Escuela lo constituye el medio ambiente, tan enfatizado hoy por los greens , epígonos que son de aquellos marxistas revirados ‘de los años treinta’. «El materialismo desde Hobbes había llevado a una actitud de dominancia manipulativa frente a la Naturaleza…» Así se pronuncia Horkhemier en un papel datado en 1933 y titulado Materialismo y Moral. «El asunto de la dominación de la Naturaleza por parte del hombre…», comentaba el profesor de Historia Martin Jay, iba a convertirse en tema principal de estudio en la Escuela de Fráncfort en los años venideros.

Por otra parte, la oposición de Horkheimer al viejo concepto marxista de la fetichización del trabajo (he aquí otra patente divergencia respecto a la ortodoxia marxista), se expresaba en una nueva dimensión del materialismo, a saber, la exigencia de felicidad humana por vía sensorial -la sensualidad y la sexualidad, para entendernos-, el pórtico plateresco del epicureísmo hedonista, hoy tan común y prevalente que casi no se nota. En uno de sus más mordaces ensayos, Egoísmo y el Movimiento para la Emancipación, escrito en 1936, Horkheimer discutía «la hostilidad al goce personal inherente a la cultura burguesa». Allí hacía él específica y laudatoria referencia al marqués de Sade por su oposición al ascetismo en nombre de una más elevada moralidad.

Sobre esa base se introdujeron las ideas freudianas para argumentar, como primer gran desarrollo, que en la cultura occidental los individuos vivían bajo una constante represión psicológica y sexual, causa principal de su infelicidad. Entre otras cosas, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, ha pasado a la historia de la ciencia especulativa como inventor del paradigma que explica los traumas humanos desde el ángulo de la sexualidad. La primera derivada de tal hallazgo fue la puesta en marcha de una hasta entonces prácticamente inexistente educación sexual, materia en la que, forzoso es admitirlo, hubo desde el principio y hay en la actualidad mucho sexo y poca educación.

Bajo el palio de las verdades indiscutibles, los seguidores de Freud presentan al mundo nociones tales como la de que si alguien piensa o sueña en objetos afilados o alargados, está evocando símbolos fálicos; que cualquier idea sobre algo redondo o cavernoso es una representación simbólica de la vagina; y que si una persona desea fervientemente meter un gol en la portería contraria, indica una represión… o que, en realidad, ¡desea fornicar con su madre! Para Freud, la sexualidad está basada únicamente en la libido. A este genio debemos el supuestamente luminosos hallazgo del indemostrado e indemostrable ‘complejo de Edipo’. Astutamente, la Escuela de Fráncfort mezcló el marxismo y las teorías de Freud para su trabajo de zapa cultural.

La irrupción del crítico musical Theodor Wiesengrund Adorno y del psicoanalista Erich Fromm en el escenario de la Escuela de Fráncfort fue un acontecimiento de la máxima importancia porque, en opinión de muchos, ambos fueron los miembros más brillantes y decisivos en su época. Fromm era conocido por su ‘Psicología Marxista Radical’, pionero que fue en los conceptos de ‘liberación sexual’ y ‘política de género’. Su visión de la masculinidad y la femineidad consistía en afirmar, peregrinamente, que ambas condiciones no eran consecuencia de diferencias sexuales genéticas sino que derivaban de los roles que había fijado la sociedad para diferenciar los chicos de las chicas y viceversa; y que, por tanto, la Naturaleza tenía poco que ver en ello. En suma, que en la cuestión del sexo todo es artificial, convencional y por ende manipulable.

Se puede apreciar aquí una de las primeras piezas del puzzle de un todo que terminaría siendo lo que hoy con temeraria indiferencia llamamos ‘Corrección Política’y su primera derivada que es la no menos insidiosa ‘Educación para la ciudadanía’. Son importantes en este campo, es decir, en la aplicación de los dictados del «marxismo cultural», los trabajos de Bruno Bettelheim, un especialista en psiquiatría infantil; y los de Leo Lowenthal, idem en estudios de los medios de comunicación de masas, los media.

Junto con Adorno,l merece mención expresa el también influyente Walter Benjamin, gran amigo de Bertoldt Brecht y del cabalista Gershom Scholem. El análisis del citado en segundo lugar representa la base teórica que cimenta el edificio de la «Corrección Política», central y sólidamente ubicado que hoy lo vemos en nuestras universidades, en los despachos de gobierno, en los media y, lo que es peor, en nuestras vidas. Anecdóticamente, este importante intelectual marxista murió en Port Bou al poco de haber entrado en España huyendo de los nazis. La causa oficial de la muerte fue la de suicidio, provocado, también se dijo, por el rechazo de su persona por parte de las autoridades españolas que cambiaron la ley de fronteras justo el día anterior al de su óbito. Hay quien piensa que fue eliminado por los alemanes que, en 1940, se movían a sus anchas a ambos lados del Pirineo.

El «Post-estructuralismo» de Roland Barhes, las ‘Microestructuras del poder’ de Michel Foucault, el Deconstruccionismo» de Jacques Derrida y la ‘Semiótica’ de Humberto Eco se apoyan abiertamente en Walter Benjamin. Incluso en 1991, el Washington Post definía a éste como «el más fino teórico literario alemán».

Herbert Marcuse se unió a la Escuela de Fráncfort en 1932 como asistente de Horkheimer para el trabajo filosófico. Terminó siendo uno de los miembros más importantes de aquel equipo, seguramente el más dañino y ciertamente el más conspicuo. Fue él quien afinó aún más los principios del ‘fino’ Benjamin. Al alimón con Fromm introdujo otro de los elementos cruciales de la ‘Corrección Política: el sesgo sexual. Marcuse fue de hecho el primer teórico de la New Left americana y durante las décadas de los 50/60 completó la reconversión social del marxismo en términos culturales, inyectando la idea francfortiana en ella. Todo esto sucedió tras el flujo migratorio protagonizado por los máximos proponentes de la Escuela de Fráncfort, desde Alemania a USA en 1933. Fue aquél un flujo en zig-zag, en algunos casos con escala en Ginebra y París. Con el aliento de los nazis tras sus nucas, nada tiene de sorprendente que todos sus miembros fueran judíos. Sí sorprende saber que Hitler no acosara a los miembros de la ‘Escuela’más allá de prohibirles dar conferencias e impartir clases. Sólo Adorno permaneció en Alemania varios años más, hasta que se mudó a Oxford.

En Ginebra, donde los francfortianos recalaron al principio, cambiaron el nombre de la ‘Schule’ al francés. Horkheimer y Fromm analizaron allí las consecuencias que el desempleo entonces imperante en Francia tenía sobre las familias. También se plantearon por vez primera las ventajas que para sus designios tendría una hipotética ruptura del sistema patriarcal en favor de otro matriarcal. He aquí la base de las posteriores musitaciones ‘adornianas’ sobre la famosa noción de la ‘Personalidad Autoritaria’. Tras un tiempo en Suiza, ambos tuvieron claro que su estancia allí era provisional, así que viajaron hasta París y desde allí a los EE.UU., lejos de los ‘tentáculos fascistas’, como solían decir.

En USA continuaron sus trabajos, siendo acogidos sin recelo ni reservas por la hasta nuestros días manifiestamente izquierdosa Universidad de Columbia, en Nueva York, siempre bien arropados por el entonces rector-presidente de esa institución, un criptocomunista de nombre Nicholas M. Butler. La llegada a esa Universidad debió mucho a las gestiones de Julian Gumperz, activo comunista y colaborador de Willi Muenzenberg, el infame espía bolchevique y especialista en el agit-prop. Casi toda la élite universitaria en los Estados Unidos tenía simpatía por los comunistas y sus teorías. Quizás resulte chocante, pero incluso en los peores momentos del macartismo casi toda la élite universitaria en los Estados Unidos simpatizaba con los comunistas y sus ideas. Y en ello están todavía, sólo que con el cálidp viento’obamista’soplando hoy sus velas.

Característicamente, a la par que criticaban abiertamente la cultura burguesa y las creencias, valores, etc. de las sociedades occidentales, aquellos incorruptibles santones comunistas guardaban silencio respecto a las purgas, ‘juicios’, deportaciones masivas, gulags y masacres -más de veinte millones de víctimas en Rusia- – llevados a cabo por bolcheviques y trotskistas. Gumperz y Muenzenberg eran lúcidamente conscientes de que el aterrizaje de la Escuela de Fráncfort en Norteamérica significaba, con el tiempo, introducir sendos y enormes caballos de Troya en todas las ‘Plazas Mayores’ de las sociedades occidentales.

Desde 1940, una vez que los francfortianos de la ‘sucursal’ americana consideraron estar suficientemente asentados en su nuevo entorno, dieron una primera vuelta al horizonte y vieron que se hallaban en territorio amigo y, aún mejor, frente un público receptivo. Así pues, pronto comenzaron a ser detectables algunos sutiles cambios en la descripción de los trabajos que desarrollaba la incipiente ‘Escuela de Fráncfort Trasatlántica’. Por ejemplo: el ‘sujeto revolucionario’ ya no era aquel que se oponía a la ‘personalidad autoritaria’, tal como había sido en los estudios previos en Europa. En USA, era el ‘demócrata’ quien se enfrentaba a la ‘personalidad autoritaria’. Con aquel incipiente y gramsciano encaje de bolillos terminológico, los francfortianos sólo pretendían hacer el mejor asiento ideológico posible en el ala liberal del New Deal americano, lo que supuso un correspondiente alejamiento respecto al sector decididamente marxista o radical de la vieja ‘Escuela’. ‘Educación’ pasó a ser ‘Tolerancia’; y en sustitución de ‘la praxis para el cambio revolucionario’se inventaron otros términos más ‘digeribles’. Aquellos maquinadores fueron astutamente adaptando su lenguaje para hacerlo grato a los oídos de la nueva corriente izquierdista norteamericana (liberal, que allí dicen), siempre, eso sí, manteniendo los sempiternos objetivos de la zapa cultural marxista.

Para la Escuela de Fráncfort ‘la tolerancia’ nunca fue un objetivo en sí misma sino una especie de arma arrojadiza; y la ‘personalidad no-autoritaria’, tal como fue definida, era la de alguien que se postulaba como ‘no-dogmático’, todo esto dicho en el contexto de una fingida devoción por la diversidad. Añadamos aquí que este pensamiento es el dominante en la sociedad occidental actual. Estas ideas y otras teorías importantes, como la llamada ‘Estudios sobre los Prejuicios’, fueron desarrolladas en el decisivo libro de Adorno La Personalidad Autoritaria (1950), ayudado él en esa labor por tres psicólogos de la Universidad de Berkeley. Las ideas anteriormente expuestas quedaron reflejadas y ampliadas en ese libro. La influencia de dicha obra fue enorme. En ella el autor dice que la gente en Estados Unidos tiene tics fascistas… [y que] …cualquiera que defienda la cultura americana -y por extensión la occidental, está desequilibrado psicológicamente’. No es casualidad que progresistas y comunistas etiqueten a sus opositores como ‘fascistas’, sugiriendo implícitamente que necesitan tratamiento psicológico a través de un ‘entrenamiento en sensibilización’, siendo ésta una más de la larga serie de nociones abstrusas adosadas a nombres rimbombantes.

El libro de Adorno sobre la ‘Personalidad Autoritaria’ abrió la veda a la búsqueda de culpables; y, con ella, la invención del ‘síndrome del mea culpa’, vigente en nuestros días, bien entendido que sólo aplicable al mundo occidental y, dentro de él, al hombre heterosexual de raza blanca: caucásico, que allí dicen. Uno de sus primeros estudios -y el de más éxito- fue la teoría que explicaba la aceptación del fascismo por parte de los trabajadores. Decía que el sistema capitalista propiciaba primero y sostenía después un tipo de estructura familiar patriarcal que generaba niños con una típica deformidad del carácter. Este principio remataba la idea de Adorno: la gente que tenía esa personalidad aceptaba, ayudaba y promocionaba el fascismo. Aclaremos que el fascismo fue arbitraria e imprecisamente definido por los francfortianos como una manifestación del nacionalismo, del etnocentrismo y del racismo, idea desarrollada hasta el punto de que el vocablo ‘fascista’ pasó a constituir y constituye todavía hoy una interjección arrojadiza, un insulto, por encima pues de cualquier pretensión definitoria que hubiese restado impacto expresivo y ámbito de aplicación al término.

Volviendo al preciado y tremendamente productivo tema del autoritarismo, digamos que, desde la perspectiva freudiano-marxista, la gente con personalidad autoritaria son enfermos mentales necesitados de una terapia adecuada. Calcularon aquellos intrépidos francfortianos del dorado exilio americano que el 10% de la población USA estaba incursa en esa enfermedad y era obvio que se necesitaría una terapia de masas para remediarla. Finalmente, la aplicación de esta terapia se llevaría a cabo a través de la educación pública y de los grandes medios de comunicación de masas, los media…

Ya lo decía el conde Nikolaus Coudenhove-Kalergi en su Praktischer Idealismus, escrito en 1925: La escuela y la prensa son los dos puntos de partida desde los que el mundo se deja renovar y refinar sin sangre ni violencia. La escuela alimenta o envenena el alma del niño, tal como la prensa hace con el alma del adulto. Ambas instituciones se encuentran hoy en manos de una inteligencia no espiritual; y devolverlos a las manos del espíritu sería la máxima tarea de cualquier política idealista, de cualquier revolución idealista.

Tomando al parecer buena nota de esto, a partir de 1937 la Fundación Rockefeller comenzó a inyectar dinero en la investigación de los efectos sociales de los media. En ese año había en USA casi treinta millones de aparatos de radio, pero nadie había hecho una investigación seria sobre el asunto de la influencia social de tan poderoso vehículo de transmisión cultural. La Fundación Rockefeller solicitó la participación de varias universidades y montó su cuartel general en la ‘Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales’ de la Universidad de Princeton, todo ello bajo el nombre de ‘Oficina de Investigación de la Radio’, conocido popularmente como ‘Proyecto Radio’. El director del mismo fue Paul Lazersfeld, hijo adoptivo del economista marxista austriaco Rudolph Hilferding, otro viejo colaborador de la Escuela de Fráncfort.

A las órdenes de Lazersfeld estaba Frank Stanton, joven y novicio doctor en Psicología Industrial (sic) por la Universidad de Ohio y que acababa de ser nombrado director de investigación de la Columbia Broadcasting System (CBS), un gran título, sí, pero con poca ‘miga’. Tras la 2ª GM, Stanton llegó a presidir la CBS, ser consejero de la Rand Corporation e introducirse en el gabinete personal del presidente Lyndon B. Johnson. Entre otros investigadores del ‘Proyecto Radio’ estaba la vienesa Herta Herzog (la-ciencia-de-vender-cualquier-cosa), que casó con Lazersfeld y acabó siendo la primera directora de la Voice of America. Theodor Adorno fue nombrado responsable de la sección musical del proyecto. Las actividades del ‘Proyecto Radio’ dejaron claro que se buscaba comprobar empíricamente las tesis de Adorno y Benjamín sobre la capacidad de los media para llevar a cabo un ‘lavado de cerebro’ en plan masivo.

De esa comprobación surgieron seriales en radio, las llamadas soap operas, que conectaban perfectamente con las amas de casa de nivel social inferior y vidas grises a quienes el relato trasladaba a parajes exóticos y, a través de encantadores personajes de ficción, les hacían vivir experiencias románticas propiciadoras del escapismo y tomar refugio en el momentáneo olvido de la tediosa monotonía de sus vidas. Un estudio realizado por dos psicólogos de la Universidad de Chicago bajo el título de The Radio Daytime Serial: Symbol Analysis, afirmaba la bondad de esos programas y constataba la adicción que creaban en las oyentes, así como la credibilidad que gozaban en su calidad de realidad alternativa. El ‘Proyecto Radio’ analizó en profundidad el efecto que produjo el celebérrimo programa de Orson Welles de 1938 ‘La Guerra de los Mundos’, es decir, la histeria que provocó en la sociedad americana. Un dato curioso, descubierto por los analistas del ‘Proyecto Radio’, fue que la gente no creyó que los marcianos invadían el país sino que los invasores eran ¡los alemanes! La explicación que dieron fue la de que los oyentes norteamericanos habían sido psicológicamente condicionados por las noticias radiofónicas sobre la crisis de Munich del mes anterior. Esta crisis se presentó en un novedoso formato de ‘boletín de última hora’, de noticia corta inserta a botepronto y que por eso rompía sin avisar el programa en antena del momento, lo que incrementaba la ansiedad del público oyente en el punto álgido de la emisión. Una tal práctica fomentaba la rumorología en la sociedad, en este caso sobre la inminencia de la guerra y la posibilidad de una invasión. Orson Welles utilizó a la perfección el truco de los ‘boletines sorpresa’ en aquel memorable programa suyo.

Con ello empezó en serio la manipulación de los media para introducir en la sociedad los cambios que se considerasen necesarios; programas destinados a ‘crear opinión’, decían. En la actualidad este formato de serial radiofónico para adultos ha pasado a la televisión en versiones para niños, jóvenes y mayores en los que, característicamente, siempre aparece una representación de las razas del mundo, algún mariquita, una pareja de lesbianas, mujeres fuertes y hombres medio lelos y débiles. Ejemplos de series que han seguido ese formato fueron ‘M.A.S.H’, ‘Dinastía’, ‘Dallas’, ‘Falcon Crest’, ‘Little Annie’, etc.

Desde hace tiempo, la CBS dispone de una estructura técnica para analizar el impacto social de los programas tanto en Hollywood como en Nueva York, algo hoy común en todas las grandes emisoras. Con el tipo de análisis que llevan a cabo y las aplicaciones resultantes, los colosales entes audiovisuales USA son los responsables de la muy común sensación de que cuando uno ve determinada escena en una nueva película o programa, cree haberla visto antes. Y es que si un analista de programas indica que la audiencia ha vibrado o ha vivido intensamente una escena determinada de un drama de la II Guerra Mundial, o que se ha emocionado mucho cuando un actor cualquiera besaba a una actriz cualquiera, el formato de esa escena se habría de repetir en docenas de obras situadas en la Edad Media, en el espacio sideral o en el tiempo y situación que conviniesen.

Será interesante reseñar que las técnicas para la aplicación del ‘entrenamiento en sensibilización’utilizadas en las escuelas públicas americanas durante los últimos 40 años (y hoy día en los cursos de formación militar de los soldados), fueron desarrolladas durante la 2ª G.M. por Kurt Lewin y sus colaboradores. Uno de ellos, Abraham Maslow fue el ‘inventor’ de la pirámide de ‘las jerarquías de las necesidades. Ambos eran miembros de la Escuela de Fráncfort. El primero escribió el libro ‘El Arte de la Facilitación’, del cual se extrajo el manual utilizado durante los ‘entrenamientos de sensibilización’ arriba citados. El quid de la teoría subyacente estribaba en lo que se llamó y se llama ‘la dinámica de grupos’ o ‘del común destino grupal’. En él se adoctrinaba a los profesores no a enseñar sino a ‘facilitar’, a ser meros ‘facilitadores’. Kurt Lewin desarrolló allí y entonces la técnica para cambiar la percepción que del mundo pudiera tener cualquier persona, ello a través de las referidas dinámicas (o terapias) de grupo, tal como vemos funcionan en los filmes que nos muestran cualquier reunión de «Adictos Anónimos».

En ellas, los profesores se convierten en terapeutas aficionados; y el aula en centro de autoanálisis y círculo terapéutico donde los niños primero, más tarde los militares y toda suerte de inadaptados y drogodependientes después, hablan de sus propias experiencias, sensaciones y sentimientos. Esta técnica fue diseñada para convencer a los participantes de que ellos eran la única autoridad en sus propias vidas. Era una forma de alejarles de la familia, de extraerles del círculo tutelar parental, de lavarles el cerebro y de así avanzar en el nuevo modelo social-marxista.