La discriminación positiva en el mundo


Un error y a veces un crimen

Gota a Gota acaba de publicar uno de los más recientes libros de Thomas Sowell: La discriminación positiva en el mundo, que puede considerarse un añadido a los trabajos a los que más esfuerzo y dedicación ha dedicado el autor: sus obras sobre raza, cultura y economía.

En ellas define primero y confirma después sus tesis sobre la aplicación de la teoría económica a grupos humanos heterogéneos examinando el destino de diversos grupos étnicos o culturales a lo largo y ancho del mundo. Sus principales obras en este campo son Race and Culture, Migrations and Cultures y Conquests and Cultures, a las que habría que añadir este libro, sus primeros trabajos Markets and Minorites y Ethnic America y su reciente Black Rednecks and White Liberals.

El término raza se usa muchas veces, incluso cuando no existen diferencias étnicas de consideración. Así, se ha hablado de raza para diferenciar, por ejemplo, a los ingleses de los irlandeses y a los alemanes de los eslavos. Esa diferencia que lleva a hablar de distintas razas no está en el color de la piel o de los ojos, sino en que las razas (más bien culturas) disponen de ciertas habilidades y comportamientos característicos, que llevan allá donde van, sea emigrando o conquistando.

Aunque las culturas no marcan indeleblemente a los individuos y son susceptibles de cambio, aun lentamente, existen y debemos tenerlas en cuenta si queremos examinar tanto los indudablemente diferentes comportamientos de distintos grupos en un mismo país como las similitudes entre las conductas de miembros del mismo grupo en distintas partes del globo. No es casualidad que los alemanes hayan creado fábricas de cerveza (y de pianos) en infinidad de países, o que ya los peruanos llamaran «chinos» en los años 50 a las tiendas de ultramarinos que ahora pueblan nuestras ciudades y son regentadas por individuos de esa nacionalidad.

Es bajo ese contexto, desarrollado en anteriores obras –y quizá dado en exceso por sabido en ésta–, que Sowell estudia la discriminación positiva. Y es que un prejuicio que está en la raíz de todos los programas que buscan equilibrar la representación racial en el mundo académico o empresarial consiste en asumir que todos los grupos son iguales y que, por tanto, si los porcentajes de cada uno en la educación superior o en los puestos directivos de las empresas no reflejan su porcentaje de población total es que existe una discriminación que ha de ser corregida. No obstante, lo difícil es encontrar ejemplos en que se haya dado alguna vez ese perfecto reflejo; por no decir imposible: Sowell no ha encontrado ninguno en las décadas que lleva estudiando la materia.

Quizá hubiese sido adecuado presentar un pequeño resumen de los cientos de ejemplos que ha expuesto Sowell en sus anteriores trabajos sobre raza y cultura, para una mejor comprensión de los hechos por parte de quienes no conocen al autor, que –dado que ésta es su segunda obra traducida a nuestro idioma– son todos, excepto los cuatro gatos que lo hemos leído en inglés.

Este libro está concebido como un estudio sobre las políticas de discriminación positiva –cuotas, preferencias, uso de una sola lengua en la educación o la administración– en varios países; el objetivo es extraer las consecuencias que se derivan de ellas, obviando los argumentos morales a favor o en contra. Y es que casi nadie, ya esté a favor o en contra de la discriminación positiva, suele examinar los resultados de su aplicación. Para averiguarlos Sowell nos presenta los casos de la India, Malasia, Sri Lanka, Nigeria y los propios Estados Unidos. Y, como no debería extrañar a nadie, las consecuencias resultan ser nefastas.

Empezando por las más leves, la discriminación positiva provoca que tanto los individuos como los grupos, en lugar de recibir la legislación pasivamente, actúen para beneficiarse de ella. En 1960 los indios americanos entre 15 y 19 años eran 50.000; veinte años después, los indios americanos entre 35 y 39 años eran 80.000… En Australia el número de aborígenes aumentó un 42% en cinco años. Hubo políticos en la India que se hicieron adoptar por intocables para poder ocupar los escaños reservados a esa minoría. Los beneficios de la legislación india, concedidos a intocables y «otras clases atrasadas», provocaron que el número de «clases atrasadas» se multiplicara.

La discriminación positiva también provoca la marcha de los perjudicados, como sucedió con buena parte de la minoría china en Malasia. Además, los beneficiados pueden ver mancillados sus logros como producto de una cuota. El mismo Sowell ha agradecido en más de una ocasión la suerte que tuvo por haber nacido y comenzado su carrera profesional cuando los negros ya no sufrían demasiada discriminación en Estados Unidos pero antes de que sus logros fueran despreciados por ser atribuidos a la discriminación positiva. (Por cierto, el pasado martes los votantes de Michigan decidieron, en referéndum, prohibir la discriminación positiva. La iniciativa fue promovida por una mujer blanca rechazada por la universidad de ese estado en 1995, que asegura que habría sido admitida si hubiera sido negra, india o hispana).

Sin embargo, la consecuencia más grave es el fomento del odio racial, que llevó en el caso extremo de la antigua Ceilán a provocar una guerra civil entre tamiles y cingaleses. Cabe advertir que Ceilán había sido uno de los países más estables y pacíficos en tiempos coloniales. Todo empezó por la petición de que en la administración se exigiera a los funcionarios el conocimiento del cingalés, y que éste fuera el único idioma que se empleara en ella y en la educación.

En Nigeria, las políticas de discriminación positiva llevaron al intento de independencia de Biafra y al exterminio de un millón de personas en la guerra subsiguiente.

Y es que la discriminación positiva no es un juego de suma cero. Sowell pone un ejemplo: suponga que se presentan 300 candidatos a 150 puestos, de los cuales 10 están reservados a minorías. Se sentirán agraviados los 150 que no sean escogidos, pese a que, en buena lógica, 140 de ellos no hubieran accedido a puesto alguno.

Sin embargo, la pregunta clave sigue sin contestarse. Pese a esos problemas, ¿funciona la discriminación positiva? Pues no. Los beneficiados no suelen ser los que peor están, sino los mejor situados de entre los grupos beneficiados, la «flor y nata» de esos colectivos, que no la necesitan. Y supone un incentivo para que los beneficiarios no se esfuercen por mejorar y exijan cada vez mayores prebendas del Estado. Implantadas como políticas temporales, su fracaso ha llevado siempre a extender su duración indefinidamente.

Pese al título, este libro resulta más útil para contemplar las consecuencias que han tenido en otros países políticas como las llevadas a cabo por algunos de nuestros gobiernos autonómicos en relación a la lengua que para evaluar lo que comúnmente llamamos «discriminación positiva» en España, la aplicada a la mujer. Sowell dedica poco espacio a ese caso concreto; es en su libro Civil Rights, Rhetoric or reality? donde le presta más atención.

Por otro lado, la traducción de Gota a Gota es, en general, demasiado literal, lo que resta fuerza a la prosa muchas veces irónica de Sowell. Y resulta irritante que los traductores llamen Malaisia a Malasia, algo sin duda correcto pero que sólo tiene por costumbre El País. No obstante, quizá el mayor problema de la traducción es que obvía que en Estados Unidos se llama «acción afirmativa» a la discriminación positiva durante la explicación de cómo fue cambiando en ese país el significado del término a lo largo de los años, porque sin ese matiz parece incomprensible.

A pesar de la traducción, el torrente de datos que aporta Sowell y los claros e impecables razonamientos que extrae de ellos merecen la pena, a poco que uno esté interesado en la materia.

THOMAS SOWELL: LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA EN EL MUNDO. Gota a Gota (Madrid), 2006; 296 páginas.
Publicado por Daniel Rodríguez Herrera el 13-11-2006 en www.libertaddigital.com