Hemos pasado de pensar que todo el mundo es bueno a una percepción social generalizada de que la corrupción impregna a todos los partidos, a todas las instituciones y a todos los órganos de gobierno. Todo el mundo está bajo sospecha. Pero no es momento de desmoralizarse. ¿Pero dónde está el problema? A lo mejor lo que no funciona no son los sistemas de control, las normativas y los organismos supervisores. Si el mal se encuentra en todos los partidos a lo mejor lo que no funciona es el ser humano, necesitamos ¿más gobierno para controlar al gobierno?
Es difícil que puede haber un estado monstruoso bien supervisado. Cuanto más monstruoso e hipertrofiado sea el estado más intrínsecamente difícil será supervisarlo. La codicia y la ambición no son resultado de una mala ley o una mala organización. Están dentro de nosotros. Son previas a cualquier ley o a cualquier organización. Obviamente habrá normas y modos de organizarse en las que a la codicia le resultará más fácil salirse con la suya. Todo fuero y toda constitución nacen bajo la necesidad de controlar el poder y ponerle freno. Pero tal vez perdemos el foco del problema si creemos que la ambición y la avaricia dejarán de estar ahí con unas cuantas regulaciones, si al mismo tiempo cada vez damos más poder y capacidad de decisión sobre todos nosotros a aquellos mismos a los que tratamos de someter y poner bajo nuestro control. ¿Acaso no es una contradicción?
El punto débil de cualquier mecanismo, normativa u organización es el ser humano. El optimismo antropológico no sirve de nada. No es que no haya también nobleza y virtud en los seres humanos. Pero no necesitamos para nada normas y límites para cuando el poder sea noble y virtuoso. Necesitamos límites para el otro 50% de las veces. Puesto que el ejercicio del poder siempre será imperfecto, puesto que es ejercido por humanos imperfectos, la única apuesta segura es dar poco poder a los poderosos: el mínimo imprescindible. Más poder, más corrupción. Más gobierno, más corrupción. Más intervencionismo, más corrupción. Existe una cantidad ingente de cargos, organismos, puestos, estructuras y burocracias a través de los que se manejan ingentes cantidades de dinero que no son de los que lo manejan. No se trata de votar a otros si así solamente cambiamos unos corruptos por otros. Seguramente hacen falta mejores normas para controlar al poder, pero quizá sobre todo la clave es que haya menos poder que controlar. Y menos poder, más libertad. Y más libertad, menos corrupción.