Luís Sánchez de Movellán de la Riva
Profesor de Derecho en la Universidad CEU-San Pablo
10 de mayo de 2007
Desde mediados del siglo XX, y especialmente a raíz de Mayo del 68, se desarrolló en Europa occidental un marxismo teórico e intelectual, que trató de modificar el materialismo histórico teniendo en cuenta las circunstancias socio-políticas y culturales de cada país. El creador de la llamada filosofía de la praxis, el italiano Antonio Gramsci (1891-1937) –del cual, por cierto, se han cumplido el pasado 27 de abril setenta años de su muerte- es el teorizador de la teoría revolucionaria neomarxista que ha inspirado a la izquierda radical y a la concepción progre de la political correctness.
Gramsci consideraba que debía haber una estrategia revolucionaria específica para Europa occidental. Si en Rusia el Estado era el Leviatán omnipresente, ya que nunca existió una sociedad civil desarrollada, en la Europa occidental la superestructura era muy importante, era la clave para articular una suerte de revolución de las almas. Por lo tanto, la estrategia no era apropiarse del Estado para dominar la sociedad, sino de conquistar la sociedad para apropiarse del Estado. Había –y hay todavía en la mente tardoizquierdista- que conquistar ideológicamente a los intelectuales, sobre todo a través de la escuela y la universidad, que han sustituido a la Iglesia, porque los intelectuales son los difusores más eficaces de las ideas. La Universidad, la Magistratura, el Ejército, el Arte, la Historia, los Mass Media, deben marxistizarse. Los intelectuales deben romper con el poder político para hacerse portavoces del cambio de valores, para convertirse en agentes de la subversión axiológica, para transformarse en sacerdotes de la revolución.
Gramsci recoge la herencia del humanismo renacentista, del jacobinismo revolucionario francés y de la Ilustración, elementos que unidos con el materialismo histórico y dialéctico, configuran una Weltanschauung de la inmanencia. Más en concreto, Gramsci afirma, en los Cuadernos de la cárcel, que “la filosofía de la praxis presupone este pasado cultural: el Renacimiento, la Reforma, la filosofía alemana y la Revolución francesa, el calvinismo y la economía clásica inglesa, el liberalismo laico y el historicismo que se encuentra en la base de toda concepción moderna de la vida. La filosofía de la praxis es la coronación de todo este movimiento de reforma intelectual y moral”. Para Gramsci, el núcleo esencial del marxismo consiste en ser una religión de la inmanencia. El marxismo es una cosmovisión que tiene como enemigo a derrotar cualquier manifestación de una visión trascendente del hombre. El gramscismo neomarxiano es una revolución contra la trascendencia, en definitiva contra la religión y contra Dios.
El instrumento para construir la civilización de la inmanencia es el partido comunista, el partido revolucionario, denominado por Gramsci –gran admirador y devoto de Nicolás Maquiavelo- el Príncipe moderno. Siguiendo la cínica ética maquiavélica, para el ideólogo italiano cualquier medio es bueno si es eficaz para alcanzar el fin, que no es otro que el de llevar a buen puerto la revolución cultural.
El partido define los valores, que serán útiles en la medida en que ayuden a la completa secularización de la vida y de las costumbres sociales. Pero el partido no es sólo el inspirador intelectual de una nueva cultura inmanente, sino también y principalmente el eficaz ejecutor. En el interior del partido, a la usanza de las sociedades ilustradas de pensamiento, tiene que haber una élite cultural que pueda imponer a la masa puntos de vista inmanentes y antirreligiosos.
Hay que elaborar una nueva realidad social y cultural, desarraigada de la tradición cristiana. Todo medio que conduzca hacia la inmanencia y hacia la estulticia de lo “políticamente correcto” será calificado de moderno, avanzado, progresista y democrático. En cambio, los elementos de una visión trascendente o simplemente realista serán anatematizados con las adjetivaciones de antiguo, cavernario, oscurantista, sotanesco, reaccionario o simplemente fascista.
Después de la caída del Muro de Berlín y el sonoro desplome del Imperio soviético, desaparecieron los aspectos políticos y económicos del totalitarismo marxista. Pero en cuanto ideología materialista e inmanentista, el marxismo gramsciano ha sido el inspirador de una cultura agresivamente laicista y radical, así como deconstructora de valores y principios, que todavía está presente en vastos sectores de las sociedades occidentales.
En nuestra sociedad, en la española, el gobierno revolucionario radicalsocialista del Presidente Rodríguez Zapatero, alumno aventajado, discípulo avezado y epígono furibundo del gramscismo más recalcitrante, ha sumido a la Patria en una orgía de deconstrucción axiológica, en un trastoque de valores, que hace que se produzca un desenfreno conductual, una miseria moral, una apatía nacional y una confusión intelectual más propias de un cotolengo fetén que de una sociedad madura, desarrollada, responsable, avanzada, interclasista y democrática.
Dr. Luís Sánchez de Movellán de la Riva
Profesor de Derecho en la Universidad CEU-San Pablo
Análisis Digital, 10 de mayo de 2007