«Exigimos que una materia garantizada por la Constitución deje de estar acosada»
Antonio Salas Ximelis, 26 de abril de 2011
«Es difícil encontrar a alguien tan sectario y tan beligerante contra una concreta religión, la católica»
(Antonio Salas Ximelis, en Aldebarán).- Han pasado siete años de un eslogan («más gimnasia y menos religión»), que se ha pretendido que cuajara para lograr un cambio en la sociedad. Algunos lo han calificado de «ingeniería social». Son muchos los botones de muestra de la política de acoso, pero no de derribo, a la enseñanza de la religión y a la religión católica, por parte del autor del eslogan.
Por, destacar algunos, podríamos señalar el hecho de justificar la defenestración de la Ley Orgánica de Calidad de la Educación con el falaz argumento de que esta ley pretendía hacer obligatoria la enseñanza de la Religión; la derogación del Real Decreto que legislaba acerca de esta enseñanza; la imposición de una legislación derivada de la LOE con la pretensión de dar «jaque mate» a la misma, introduciendo en su desarrollo legislativo, como alternativa, las Medidas de Atención Educativa (MAE), que ha supuesto que en los centros la elección sea, de una manera efectiva y vulnerando la misma ley, elegir entre religión o nada.
Y no digamos del Bachillerato que, al no contemplar ninguna alternativa, ha facilitado que la enseñanza de la Religión se la sitúe a primera o a última hora y se haya producido un descenso vertiginoso de demanda, ya que se exige ser héroes para elegirla.
Se ha fomentado la desaparición de símbolos religiosos, la retirada de crucifijos donde aún existían, pues hace ya muchísimos años que no se dota de ellos a los centros. En resumidas cuentas, el deseo de recluir la religión al ámbito de lo privado; caricaturizar la labor de los docentes de Religión como adoctrinadores, catequistas o evaluadores de la fe; y, gracias a Dios, menos mal que no ha llegado a ver la luz la cacareada ley de libertad religiosa, que pretendía precisamente todo lo contrario: cercenarla.
La vigente ley, que es de 1980, ni nombra a la Iglesia católica por mucho que se nos haya vendido que era necesaria dicha ley para acabar con los privilegios de esta confesión. Y el Presidente del Gobierno, que ha hecho de todo ello bandera, y que con gestos y palabras ha demostrado ese desprecio hacia la religión católica, acaba de decir que no se presentará a las próximas elecciones.
Es difícil encontrar a alguien tan sectario y tan beligerante contra una concreta religión, la católica. Sus hechos y dichos están más cerca de una mentalidad laicista que de una laicidad positiva tal y como la presentó su homólogo francés Sarkozy. A pesar de su política laicista, en el presente curso han elegido la asignatura de religión católica 3.172.537 alumnos frente a 1.297.654 que no la han elegido. Lo cual supone un 71%. Mal que le pese, por algo será.
Quienes creemos que la religión ha jugado, juega y jugará un papel importante en la vida de las personas y en la vida de las sociedades, y que la libertad y no la imposición es un bien preciado que hay que fomentar, debemos alzar la voz para exigir que una materia curricular garantizada como derecho fundamental por nuestra Constitución deje de estar arrinconada, acosada.
Queremos que siga siendo, para aquellos que libremente deseen elegirla, un ámbito de experiencias y conocimientos que fomente su desarrollo integral, que les ayude a plantearse preguntas de sentido, que les permita comprender mejor la historia, el arte, la sociedad, la música, la literatura… y les aliente para ser mejores personas y mejores ciudadanos.
Y ello podemos exigirlo nuevamente a quienes vayan a gobernar las Comunidades Autónomas a partir del 22 de mayo. La excelencia no se mide solo por los conocimientos, debe medirse también por la calidad y calidez humana de quienes se forman en nuestras aulas. Y a esa excelencia contribuimos, en todos los rincones de España, los profesores y profesoras de Religión.
Un sucedáneo de la religión
Las religiones buscan guiar a los seres humanos en su búsqueda de la paz y la felicidad. Los líderes socialistas buscan obtener el dominio y la obediencia de las masas. A menudo las creencias religiosas entran en conflicto con los planes socialistas y pueden dificultar el control de las masas, razón por la cual, como muestra la historia, los socialistas se han enfrentado a la religión y a sus líderes.
La crítica marxista de la religión denuncia que ésta, mediante la promesa de la otra vida, hace posible que el proletariado viva sacrificando su existencia presente sin protestar. Ve a la religión y a sus líderes como aliados del Estado burgués. Considera que para liberar al obrero de sus cadenas es necesario liberarlo también de sus prejuicios religiosos. Por eso Marx dijo de la religión que era «el opio del pueblo» (Crítica de la filosofía del derecho de Hegel), mientras que Lenin afirmó: «Debemos luchar contra la religión» (Actitud del partido obrero hacia la religión). De hecho, la Unión Soviética fue un Estado ateo que intentó eliminar, sin éxito, las prácticas y creencias religiosas de sus habitantes.
Donde se ha establecido un Estado colectivista, la libertad de religión se ha visto disminuida. En China, las prácticas religiosas son aprobadas y controladas por el Estado, a pesar de que la Constitución establece la libertad de credo. Fidel Castro suspendió en 1962 las instituciones católicas cubanas. En Corea del Norte, directamente, se ha endiosado al caudillo.
El socialismo no cree en la democracia; tampoco cree en la pluralidad. Lo que dice el caudillo se acata, y quien intenta oponerse es eliminado de una u otra forma. Como la religión puede representar una amenaza al liderazgo único de los caudillos, éstos la atacan y persiguen.
Líderes socialistas actuales como Hugo Chávez y Evo Morales mantienen en sus países una permanente confrontación con los jefes religiosos. Pero como la historia ha mostrado en más de una ocasión que intentar acabar con las creencias religiosas es imposible, estos socialistas modernos no rechazan la religión abiertamente, no anuncian su intención de crear sociedades ateas; al contrario, se declaran profundos cristianos, verdaderos seguidores de Jesús, y justifican su confrontación con la Iglesia acusándola, igual que Marx, de defender a los sectores ricos y opresores en contra de los pobres y desposeídos, o afirman estar no contra la Iglesia, sino contra sus líderes.
Los socialistas conciben la libertad como un invento burgués, y como tal la rechazan. Consideran que un grupo de iluminados tiene la capacidad de dirigir al pueblo incluso mediante la opresión y la coerción. Y consideran la religión un obstáculo en el camino a la consecución de sus fines.
La libertad de religión es parte fundamental de la ética liberal, que el socialismo rechaza. Por ello, el socialismo, en su esencia, rechaza la religión.
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El cristianismo parece que está pasado de moda. La verdad promulgada por Cristo no cabe en una sociedad con mecanismos democráticos. La única instancia de autoridad moral es la legislación promulgada por un parlamento. La Iglesia debe renunciar a sus intentos de adoctrinamiento social y recluirse en las sacristías. Por extensión, el cristiano que en el siglo XXI siga empeñado en confesar su fe no debería manifestarla más allá del zaguán de su casa.
Ejercer un cargo político y ser al mismo tiempo coherente con un credo son realidades incompatibles. No se debe contradecir al poder: la única religión posible es la obediencia al omnipotente Estado. Todo aquel que piense por libre, que busque seguir la luz de su conciencia, debe ser condenado al desprecio, por apestado social e intolerante. Esta lista de tópicos que encadenan el juicio crítico de nuestra sociedad podría enriquecerse con más matices, pero sirve como diagnóstico del panorama intelectual en el que vivimos.
¿Puede el hombre moderno recuperar su derecho a pensar y su deber de hacerlo? ¿De dónde arranca la uniformidad cultural en la que la libertad de usar la razón es considerada disidencia social? ¿Puede volver a articularse una sana convivencia entre las revelaciones divinas y la capacidad de juicio de los hombres? ¿Existe una carta de ciudadanía para los hombres de bien que siguen siendo fieles a su fe en Dios? ¿Cómo debe reaccionar la Iglesia multisecular ante estos grandes retos actuales? Estos interrogantes y otras cuestiones de hondo calado son abordadas en el último libro de Alfonso García Nuño, Religión en una democracia frustrada. El autor, jurista y teólogo, ha hecho una cuidada recopilación de artículos que previamente había publicado en el desaparecido suplemento «Iglesia» de esta casa.
García Nuño califica como «pensamiento incidental» su propia producción. Quizás ese sea uno de los grandes logros de la hondura razonadora que alcanza: el haber sabido partir de los incidentes de la vida diaria para después iluminarlos con una luz que rebasa lo inmediato y hunde sus raíces en una rica tradición filosófica y teológica.
En el momento histórico en el que gozamos de un mayor acceso a cualquier tipo de información, se ha hecho tarea indispensable recuperar la capacidad de juicio. Cada vez más se extiende, como una inmensa mancha de aceite, un pensamiento único hijo de la moda reinante o fruto de elaborados planes ideológicos al servicio de intereses políticos o económicos. Necesitamos volver a degustar nuestra capacidad de análisis, nuestra posibilidad de diseccionar la realidad que nos rodea y de decidir qué destino queremos seguir en nuestra vida. Pero esta tarea no es sencilla, en un ambiente cultural en el que impera el relativismo y, con él, la consideración de que cualquier idea tiene el mismo valor, independientemente de su contenido. ¿Cómo invertir esa tendencia a narcotizar el pensamiento libre? ¿Cómo no desistir del derecho a ser librepensadores?
Este libro va poniendo el dedo en la llaga de las grandes cuestiones irresueltas de nuestra sociedad. Consideremos, por ejemplo, una realidad con la que convivimos habitualmente: la filosofía moderna, que promulgó la muerte de Dios y con él de cualquier absoluto, pensó que el hombre quedaría así completamente liberado. Las consecuencias, sin embargo, han sido otras: proliferan los absolutos que van esclavizándonos con o sin nuestro consentimiento. Quizás el máximo exponente de esta situación sea la consolidación irremediable de un Estado omnipresente y omnipotente, que rige la vida de los individuos hasta invadir el fuero más íntimo de su conciencia. La paternidad de un Dios creador ha sido sustituida por un papá Estado que cree saber lo que conviene y lo impone, con todo el peso de la ley. En ese sentido, no cabría en el marco democrático una religión que aspire a conocer y a promulgar la Verdad. Porque si la Verdad ha muerto, si no existe, sólo quedan las opiniones individuales y, como consecuencia, vencerá quien logre imponer su opinión a los demás. La atomización social que se deriva de estos planteamientos es evidente: cuando no se reconoce la posibilidad de unos derechos naturales al hombre, es imposible una búsqueda conjunta del bien común y reinan las filias y las fobias de cada individuo.
Probablemente uno de los puntos neurálgicos que da unidad a este mosaico de artículos es una idea lúcida: la premisa de que el cristianismo no está desgajado de lo humano, es decir, la posibilidad de que Dios no sea enemigo del hombre sino luz para su humanidad. La recuperación de un sentido trascendente obliga al ser humano a salir de sus pequeñas mezquindades y a construir su vida y la historia con la mirada puesta en lo mejor.
De hecho, el motor del conocimiento (ya lo descubrió la sabiduría griega) es el diálogo: pero éste sólo es posible cuando uno está dispuesto a renunciar a sus planteamientos, honradamente, si descubre otras ideas mejores, más acordes con la condición del hombre o con el bien de la sociedad en la que vive. En este libro queda patente que el primer diálogo necesario es el de uno consigo mismo: el autor nos va mostrando su propio itinerario intelectual, en el que se aprecia un contraste continuo de opiniones y de interpretación de datos, así como un fecundo coloquio con la preciosa tradición de nuestro pensamiento cultural. Tal ejercicio nos provoca irremediablemente a recuperar el mítico deseo: sapere aude! “atrévete a saber”
Frente al pensamiento mascado, García Nuño nos lanza el desafío a la razón y toma como maestro de lujo a Pero Grullo. Resulta extremadamente atinado este primer escalón: la reivindicación indispensable del sentido común, para vadear las bagatelas ideológicas y enfrentarse sin tantos tópicos a nuestra realidad personal y social. A este logro se une una fina ironía, tan necesaria para un distanciamiento prudente de la actualidad más inmediata. Así mismo, late un denodado esfuerzo por desenmascarar el carnaval de palabras en el que vive nuestra sociedad. De hecho, la manipulación lingüística puede considerarse uno de los instrumentos más eficaces de confusión intelectual, para un hombre masa que, como denuncia el autor, «ha delegado el ejercicio de su conciencia». Por último, García Nuño ha acertado a brindar multitud de ejemplos de vidas concretas: algunas de relevancia pública pero también de personas anónimas. La mayor sacudida para sacarnos de la mediocridad reinante es, posiblemente, el ansia de imitar vidas heroicas y de evitar biografías estériles.
Grupo de Estudios Estratégicos
¿Por qué lo llaman laicismo?, ¿Cuándo quieren decir cristofobia?
15 de Enero de 2011
El acoso que los cristianos sufren por parte de las autoridades universitarias y grupos de ultraizquierda en Barcelona o en Madrid no es un hecho aislado. El proyecto del Gobierno de Zapatero –que ha quedado plasmado con claridad en la ambiciosa iniciativa y el clarificador libro Proyecto ZP– tiene en el supuesto laicismo un punto fundamental. Pero no entendemos por qué se llama laicismo a la plasmación en leyes de un odio exacerbado a la Iglesia, el cristianismo y el catolicismo que es más bien cristofobia. El laicismo tiene su origen y sentido histórico en la existencia de conflictos religiosos en las sociedades occidentales y en las instituciones: pero esto es distinto, porque la expulsión del cristianismo de la vida pública española tiene por origen, no el conflicto, sino el odio exacerbado que hacia la religión cristiana –y sólo hacia ella– sienten unas élites que siguen considerando la religión un obstáculo para la libertad y el progreso, y que no quieren ver a un cristiano más que en los museos y en las iglesias, a poder ser sin campanarios. Al respecto, podemos lanzar cinco tesis sobre el laicismo/cristofobia del Proyecto ZP.
1. Provoca conflictividad social. En España la religión se vive con naturalidad entre cristianos practicantes, no practicantes, creyentes, agnósticos o ateos. Sólo una minoría radicalizada vive obsesionada con los crucifijos, los curas y la asignatura de religión, y hacen de la reivindicación un modo de vida. Son pocos, pero bien situados en partidos y medios de comunicación. Ellos y el Gobierno han creado un conflicto donde no lo había, enfrentando a los españoles entre sí por cuestiones que antes no eran importantes para ellos. En esto, como en otros aspectos del Proyecto ZP, el Gobierno ha introducido la crispación en la sociedad.
2. Es democráticamente ilegítimo. Diez millones de españoles van a misa cada domingo y la inmensa mayoría de los ciudadanos se declaran cristianos y católicos. El Gobierno celebra como un triunfo propio –¿por qué?– cada encuesta en la que el porcentaje baja. Pero aún admitiendo que decenios de materialismo masivo han hecho mella en el cristianismo de los españoles, lo cierto es que no hay ninguna creencia ni ideología que alcance en España tal grado de unanimidad. Es decir: el Gobierno está legislando contra el sentir y el pensar, asentado y permanentemente y mostrado explícitamente, de los españoles. Y eso es ilegítimo.
3. Es un proyecto totalitario. Expulsar la práctica religiosa de la vida pública y arrinconarla en ámbitos privados es propio de regímenes totalitarios: nosotros, de hecho, sólo lo hemos visto en China y Corea del Norte. Ocurre cuando el poder busca eliminar cualquier competencia a su visión ideológica amparándose en la democracia. El Proyecto ZP es incompatible con cualquier otra visión del hombre o de la sociedad, e incluye la creación –a la china– de instituciones dedicadas a ocultar otras creencias.
4. Es institucionalmente suicida. Sin el ethos común que proporciona unidad a una nación, sus instituciones se desmoronan. Las instituciones españolas son herencia de siglos de práctica política y jurídica, y sólo un peligroso necio puede creer que surgen ex nihilo en 1978. Y las raíces de las españolas, como las europeas, son romanas y judeocristianas. No pueden alterarse alegremente estos cimientos sin afectar al edificio. El Proyecto ZP, con su patán búsqueda de un español nuevo en una nueva sociedad española, lo ignora o no le importa. No es casualidad que mientras persigue religión y tradición esté destruyendo las instituciones. Y más que sucederá.
5. Es una rendición estratégica. El islamismo nos ha declarado una guerra a muerte: da igual que nosotros no nos queramos dar por enterados, o que pretendamos buscar la paz con él a cualquier precio. La izquierda española está vaciando de principios y valores tradicionales a la sociedad española: ¿ha perdido tanto el juicio como para no darse cuenta de que trabaja para el islamismo? A nosotros nos parecerá absurdo, pero quieren recuperar España para el islam y restaurar la oscura Al Andalus. En la España del Proyecto de ZP, los poderes públicos están poniendo trabas al ejercicio del cristianismo, pero están fomentando el del islamismo. Pagaremos las consecuencias.
La cristofobia del Gobierno y su plasmación en leyes son un problema que heredaremos para el futuro y que tiene consecuencias que van bastante más allá de los cristianos. Derogarlas es una necesidad si queremos que las instituciones del país funcionen y las energías de España dejen de perderse por un culpa del odio radical hacia el cristianismo de unas minorías que envenenan la convivencia y que se encarnan y tienen como ariete el Proyecto de ZP, que dice laicismo donde debiera decir cristofobia, odio al cristianismo y búsqueda de su eliminación social¿