Ricardo Guelbenzu Morte
8 septiembre 2014
Normalmente todos tenemos más principios éticos y morales, de los que somos capaces de cumplir. Verdaderamente lo que nos falta, es voluntad y valentía, para actuar consecuentemente con lo que decimos, con lo que creemos. El problema y su solución, antes como ahora, como siempre, se encuentra en las personas.
El llamado bien común, lo de todos, hoy lo vemos con indiferencia -con bastante lejanía-. Esto es un gran defecto de nuestro tiempo, que lo vemos reflejado tanto en la política, como en la sociedad civil. Hoy los valores que más fortalecemos todos son los valores del individualismo. Desde la economía se fomenta el egoísmo, la competitividad y los beneficios materiales, así que lo normal es que también las personas sean más individualistas, y antepongan su interés privado o su interés corporativo, al de todos los demás; lo mismo les ocurren con el interés partidista, a los políticos. Estos intereses privados eliminan casi totalmente la idea del bien común, tanto para la sociedad como para la política, tener en cuenta el bien común, es absolutamente fundamental para poder avanzar en cualquier época. Esta ha sido una de las claves del desprestigio de los políticos.
Uno de los mayores defectos de nuestra democracia, es que al ser tan partidista, que o no piensa, o piensa poco en el bien común. Normalmente los objetivos reales de los partidos políticos no van más allá de las próximas elecciones, de modo que sus proyectos siempre son cortoplacistas. Con lo que se incapacitan para abordar temas complejos, que necesitan políticas mantenidas en el tiempo, para obtener buenos resultados.
En qué dirección movilizarse
En los últimos años, con la crisis, una parte de la ciudadanía se ha movilizado, para defender intereses legítimos, pero corporativos, no generales. La indiferencia o la apatía hacia lo común es muy habitual tanto en épocas de bienestar, como en épocas de crisis. Durante la crisis económica lo que se ha puesto de manifiesto son las necesidades básicas no cubiertas, que fomentan la proliferación de los movimientos sociales específicos, como los afectados por las hipotecas, afectados por las preferentes, etc.
En estos tiempos donde en toda Europa coincide el descontento ciudadano, como consecuencia de los recortes, la corrupción, la connivencia entre la política y los mercados, todo ello ha producido un fuerte alejamiento entre los políticos y sus votantes. Este hueco lo quiere rellenar tanto los nuevos como los viejos populismos, sean de derechas o de izquierdas, dependiendo de los diferentes países.
Hoy más que nunca debemos mantener la cabeza fría, recordar que no podemos construir un cielo en la tierra, pero que sí podemos y debemos mejorar la sociedad actual. La nuestra tiene muchos lugares de mejora, pues hasta hace tan sólo unos pocos años no estábamos tan mal. La solución no pasa sólo porque esperemos que los demás nos saquen las castañas del fuego, sino que todos debemos aportar nuestra actitud activa para solucionarlas.
Nuestras aptitudes y pensamientos, deben renovarse, en la dirección de fortalecer un modelo viable, y no volver a agrandar a un Estado, que nos agobia y nos fiscaliza, como jamás antes lo hizo. La lección mejor aprendida es que no debemos confiar en que todo lo haga el papá estado. Sino que de ahí han venido parte del problema, porque sí el estado no fuese tan gigantesco, podríamos encontrar más fácil el bien común.
La izquierda y la derecha deben cambiar
La izquierda sigue desorientada: teóricamente tendría que luchar por la igualdad, pero ya no les vale el argumento de que con el crecimiento aumentan las desigualdades. Pues todas las estadísticas lo desmienten. La verdad es que a pesar de la crisis se ha mantenido esencialmente nuestro modelo social, el del Estado de Bienestar, defendido en líneas generales tanto por la izquierda como por la derecha. Lo conseguido, hasta hoy, se intenta mantenerlo, pero la izquierda con sus formulas clásicas de más gastos sin ingresos, no sabe cómo hacerlo.
Venimos de una larga época de crecimiento económico continuado, y mantenemos la cultura de los estados del bienestar, donde los ciudadanos exigimos que todo sea gratuito, y de la mejor calidad, pero eso hoy se está desvaneciendo, pues no hay dinero para pagarlo. Cada vez somos más los que sabemos que al no ser posible: se llame como se llame, habrá que racionar, delimitar las prestaciones. ¡Sí o Sí!
Nuestros políticos, están acostumbrados a pensar sólo en políticas cortoplacistas, y no quieren afrontar temas difíciles, de calado, por ser impopulares. Por ello, ha llegado la hora, de los necesarios consensos entre la derecha y la izquierda (como en Alemania) para que con valentía se determine qué es lo imprescindible en su conservación de las políticas sociales y qué no lo es, en cada caso concreto.
Se trata de hablar claro, de educar a la gente explicando la cruda realidad, diciendo en muchas ocasiones lo contrario de lo que se ha dicho hasta ahora, por la clase política. Después de analizar la mejor optimización de los recursos, después de delimitar lo imprescindible, para que se haga cargo de su coste desde lo público, el resto lo deberá sufragar cada cual. Parece de sentido común, que habrá que asegurar primero la atención de las enfermedades más comunes, más generalizadas, antes de las más minoritarias, o de las muy respetables del cambio de sexo, etc.
Es verdad que en su inicio, el desarrollo y explosión de la crisis económica, la mayor responsabilidad la tuvo el sector financiero, y que las clases medias, las pymes y los asalariados, están soportando el mayor peso de la salida de la crisis.
Sabemos que todavía quedan muchos temas abiertos, de no fácil solución, y que algún día habrá que afrontar ya que si no hay trabajo para todos, habrá que reorganizarse de manera distinta a la actual: quizás, trabajando todos menos y ganando todos en proporción pero suficiente.
Hoy por hoy, no hay alternativa al capitalismo. Pero eso no significa, que no se deben corregir cosas, aplicando la llamada «economía del bien común». Es una forma moderada de corregir los despropósitos del capitalismo puro, para ir hacia un capitalismo de mayor cooperación, que ponga por delante el bien común. No todos los beneficios de las empresas tienen que revertir en el interés corporativo, sino que hay que pensar en el bien de todos y establecerlo éste por ley, con una mejor política fiscal.