«Liberalismo, catolicismo y ley natural»
¿Hacia una nueva barbarie en nombre de la libertad y los derechos?
Pío MOA
Empiezo a leer, por los dos capítulos finales, el importante libro de Francisco José Contreras Liberalismo, catolicismo y ley natural. Importante por ocuparse de cuestiones fundamentales de nuestro tiempo: cómo organizar la convivencia en nuestras sociedades de tal modo que no lleve a la catástrofe. El siglo XX ha presenciado unos cuantos desastres derivados de varias ideologías, y no es nada seguro que no nos encaminemos a otro, violento o no. Hemos visto cómo naufragaban los experimentos marxistas y fascistas, o concepciones de la vida como la derivada del psicoanálisis, tan influyentes para conformar la alta cultura, aparte de la política concreta en los países occidentales. Hoy prevalecen ideas con raíces en el marxismo y el freudismo, si bien más difusas e intelectualmente precarias; aunque no por eso menos extendidas: multiculturalismo, ecologismo, feminismo (y ligados a este, abortismo y homosexualismo), pacifismo… Todos ellos suelen ser al mismo tiempo antirreligiosos (en especial anticatólicos), anticapitalistas y antioccidentales. Y muchos se proclaman además liberales, un término que, como casi todos en política, tiende a volverse harto polivalente.
La cuestión es: ¿indican esos movimientos una evolución hacia una civilización más refinada, una convivencia más libre, justa y productiva, o más bien hacia la barbarie? Naturalmente, los integrantes de ellos creen lo primero, pero marxistas y nazis estaban convencidos de lo mismo, seguros de que sus doctrinas se asentaban en los firmes pilares de la ciencia. La historia debe servir al menos para adoptar ciertas cautelas.
En el penúltimo capítulo, Contreras examina la oposición entre la idea de ley natural, de raigambre católica, y la de “razón pública”, expuesta por el prestigiado filósofo useño J. Rawls como base para una sociedad laica, libre y multicultural. La esencia del liberalismo político consiste, para Rawls, en la búsqueda o capacidad para establecer unas normas de convivencia –de moral– mínimas y aceptables para todos. Ello exige prescindir de cosmovisiones de tipo religioso o metafísico, asegurar una sociedad laica que funcione sobre principios jurídico políticos aceptables para todos.
Podría no haber discrepancia de principio entre la “razón pública” y la ley natural. Pues esta, basada en la naturaleza humana y concebida a través de la razón, sería asequible asequible a todos los hombres con independencia de sus creencias particulares, y por tanto equivalente a la solución de Rawls. Este, sin embargo, rechaza la ley natural interpretándola como una creencia religiosa particular, inaceptable para otras. Inaceptable, para empezar, porque, las corrientes “progresistas” hoy en boga rechazan la misma idea de una naturaleza humana como orientación de una conducta moral. No existiría tal naturaleza, y por tanto no quedaría ningún cimiento firme para establecer un mínimo moral aceptable para todos. El mínimo procedería de ideas y prácticas que “todos, razonablemente, aceptarán”, sin otra base que la discusión y el razonamiento.
¿Cuáles son esas ideas y prácticas, transformables en leyes? Solo pueden ser las ideas que decidan los partidarios de ese punto de vista y que nunca, salvo en la utopía, serían aceptadas por todos. Aquí juegan conceptos de base un tanto evanescentes, empezando por el de razón, empleado en muchos sentidos distintos. ¿Es más razonable creer en la existencia de una ley conforme con la naturaleza humana, o es más razonable creer en la inexistencia de tal naturaleza, dejando la moral y la ley a la pura elaboración convencional y ocasional, sujeta a constantes variaciones? Y si aceptásemos esto último, ¿qué hacer con quienes rechazaran esa supuesta razón? No es difícil notar la tendencia totalitaria de estos mínimos morales cambiantes, que por otra parte reducirían la vida moral humana también a un mínimo. Solo podrían imponerse en la sociedad con una poderosa fuerza de coerción. De hecho así ocurre en numerosos países occidentales, donde quienes creen poseer el secreto de una moral mínima al gusto de todos, la imponen a través de las leyes, normalmente sin contar con los ciudadanos. Véase el alarmante funcionamiento de los órganos rectores de la UE, dictando constantemente normas de todo tipo y amenazando a quienes, como Hungría, pretenden salirse del redil.
Contreras (y Rawls) centran parte esencial de sus opuestas argumentaciones en la cuestión del aborto. Rawls lo entiende como un derecho elemental “de la mujer sobre su propio cuerpo», acusando a los contrarios de defender una tesis metafísica particular (como la de ley natural), una cosmovisión religiosa o ideológica, quizá correcta desde algún punto de vista, pero inaceptable para todos. Por tanto, la oposición a tal «derecho de la mujer» debería ser excluida de la organización o política social e incluso de la discusión pública. Argumentación de tendencia totalitaria y absurda en sus propios términos, pues, evidentemente, el aborto y su supuesto derecho tampoco es aceptable para todos. Puestos a ello, ¿qué es más razonable, la idea del “derecho de la mujer a su propio cuerpo” o la del derecho a la conservación de la vida humana? Obviamente, el cuerpo del ser humano concebido en el seno materno no es parte del cuerpo de la mujer, aunque dependa de él; máxime cuando se trata de un ser cuyos genes vienen también del padre. Por lo tanto, hablar del “cuerpo de la mujer” constituye aquí una falacia sumamente grosera.
La cuestión tiene al menos dos facetas. Aunque la ley natural es difícil de concretar y puede llevar a algún tipo de integrismo, incluye como requisito esencial el derecho a la conservación de la vida. Por ello el asesinato es visto corrientemente como el peor de los crímenes, al atentar contra un derecho natural, no meramente convencional. Por supuesto, si no existe una naturaleza humana, desparece también cualquier deber moral hacia ella, de modo que el asesinato podría dejar de ser considerado un crimen (no sería tan difícil “razonarlo”). Como de hecho sucede con el aborto. Desde el enfoque de las “razones públicas” rawlsianas, contrarias a toda cosmovisión o idea metafísica, esta consideración no criminal del asesinato es perfectamente posible; mientras que desde el punto de vista de la ley natural, el aborto sería un crimen masivo que, por sí mismo, denunciaría la maldad intrínseca de las “razones públicas”. Se entiende que a los rawlsianos no les interese la discusión pública del asunto, dándolo despóticamente por zanjado.
Una segunda faceta es la del “derecho de la mujer sobre su propio cuerpo”. Se ha reflexionado quizá insuficientemente sobre esta cuestión clave del feminismo. Realmente, el derecho humano sobre el propio cuerpo es muy relativo, pues el cuerpo existe y funciona por su cuenta, al margen de la voluntad del individuo. Pero aun aceptándolo, lo que encontramos en esas ideas es una profunda aversión a la maternidad, a la propia condición femenina, que quiere igualarse a la masculina, mirada con envidia y aversión. Lo expresaba la recientemente fallecida Doris Lessing en una entrevista en Blanco y negro, de 1988, con J. R. Iborra: Es una de las cosas que recriminé al movimiento feminista. Ellas trataban a las mujeres que decidían tener hijos como si fueran ciudadanas de segunda clase (…). Que yo sepa, a Simone de Beauvoir nunca le gustó ser mujer. No le gustaba serlo y siempre se estaba quejando de ello. A mí no me parece nada terrible. Tiene sus ventajas. Y de todas maneras, ¿qué puedes hacer? Lo que me asombra es que noto cierto tono de queja en lo que dice. ¿A quién dirigía sus quejas? ¿A la naturaleza?”. Hay en todo ello un toque de histerismo. Sin duda, la negación de la naturaleza, del carácter natural incluso de los dos sexos, así como la afición del feminismo por la homosexualidad, tienen un secreto no difícil de encontrar.
Libro importane el de Contreras, repito, sobre el que debería hablarse mucho más.