Fernando José Vaquero Oroquieta
Si dejas de pedalear, conforme la velocidad previa, el peso de la máquina y el del conductor, las características del firme, etc., antes o después, la bicicleta se caerá. Y con ella, su conductor.
Algo parecido le está pasando a España. Disfrutamos de un cuestionado espacio territorial y moral, fruto del devenir de siglos, que transporta millones de pasajeros… pero parece que carece del hálito vital que podría sostenerla y dirigirla. Tamaña exhalación que impulsó múltiples empresas colectivas durante siglos, ¿acaso se ha agotado? ¿O es que ha sido asfixiada? En suma, ¿qué es España? ¿Acaso no existe España? Ahora que se habla, otra vez, de una España federal, ¿no sería más ajustado hablar de las Españas? ¿Merece la pena este debate? ¿Llega tarde, incluso? Sí es seguro que vivimos en una profunda crisis –económica, moral, de sentido e identidad- que cuestiona todo, o casi todo; particularmente, la mismísima existencia de la nación española y/o de una conciencia nacional. No en vano, si los secesionismos se presentan como atractivas utopías que se apresuran a dar la estocada de muerte al toro ibérico, se debe, ante todo, a la inexistencia de proyectos colectivos ilusionantes que, vivificando la vieja piel, pudieran neutralizarlos. No siempre ha sido así.
Es lugar común la afirmación rutinaria y cansina de que la Transición fue ejemplar: un modelo aplicable en diversas latitudes del globo. No obstante, por muy modélica que fuere, aparentemente se ha agotado. Acaso no todo fue modélico. O tal vez se soterraron problemas que no por ello dejaban de latir. En cualquier caso, la Constitución que parió esa Transición fue una solución provisional: y es que nada se hace ya con voluntad de eternidad; tampoco entonces. ¿No es todo relativo? Pero, despertados de este último sueño colectivo, abruptamente, la Constitución se nos antoja estrecha, inoperante, cargada de minas… y afloran viejas contradicciones supuestamente superadas, dolores adormecidos, traumas colectivos que parecían haberse conjurado.
Unas pocas décadas anterior a la ahora tan cuestionada Transición, con todos sus errores y aciertos, acaso fuera la bocanada colectiva de «la España del desarrollo» -impulsada por esa tribu, ya extinta, de «los tecnócratas»- la que protagonizara ese, tal vez, penúltimo esfuerzo nacional. Una España ilusionada y con un proyecto compartido, empeñada en conquistar el bienestar, ganar la paz, y legar una heredad a sus hijos.
Corresponde al navarro afincado en Madrid José Luis Orella, el mérito de ofrecer al lector una obra (La España del desarrollo. El almirante Carrero Blanco y sus hombres, en Galland Books) que, a velocidad de vértigo y con la precisión del cirujano, proporciona una formidable visión de conjunto de la España del -tan ridiculizado- «milagro económico». Semejante paisaje global se despliega a partir del esfuerzo del equipo de hombres que lo hizo posible. No surgieron de la nada; la mayoría de estos tecnócratas se había formado espiritualmente en el Opus Dei. Contaban con un político «protector»: don Luis Carrero Blanco. Les unía la voluntad de trabajo al servicio del desarrollo español, pero les diferenciaban sus opciones políticas siempre personalísimas: algún falangista, tradicionalistas, monárquicos juanistas, independientes de cualquier familia. Alguno pensaba –a largo plazo- en una democracia al uso occidental. Y la mayoría, en una democracia orgánica propiamente española. Primer mito que rompe el autor en su obra: la pertenencia al Opus Dei de muchos de aquellos tecnócratas no predeterminaba en absoluto un itinerario político concreto; de ahí el pluralismo que desconcertó –hasta llegar al escándalo- a tantos, y sigue haciéndolo.
Para superar la durísima autarquía que sufría España desde el término de la última –y más cruel- guerra civil, a partir de 1957 el almirante Carrero Blanco impulsó la institucionalización del régimen y el desarrollo económico, sirviéndose en tal misión de los tecnócratas. Objetivos: la generalización del bienestar social, como base imprescindible de nuevos hitos políticos, y la consiguiente ampliación de las clases medias.
Laureano López Rodó, Mariano Navarro Rubio, Alberto Ullastres, Gregorio López Bravo, Ángel López Amo, etc., fueron algunos de aquellos hombres. Y destaquemos al doctrinario de la tecnocracia: Gonzalo Fernández de la Mora; cuya memoria intelectual pervive en su última aventura, un auténtico milagro actual de persistencia y legado espiritual, la revista de pensamiento Razón Española.
Orella estudia, en audaz síntesis pluridisciplinar, múltiples aspectos de la vida española de aquellos años, más allá de los inevitablemente centrales de carácter económico: el papel de la Iglesia, en particular el del Cardenal Vicente Enrique Tarancón; la industria nuclear; el impacto del cine de Hollywood en España; el propio asesinato del almirante Carrero, que supuso el fin del peso político de los tecnócratas, sobre el que todavía planean dudas acerca de complicidades e instigadores. Y, al igual que con tantos otros títulos de sus capítulos, siempre irónicos, «Del maquis a los salones de papá» recuerda los orígenes y protagonistas de la mínima y muy poco heroica oposición «democrática»: en particular el mítico Frente de Liberación Popular (FLP), el famoso Felipe, el Partido Comunista de España y sus múltiples y siempre totalitarias escisiones, todas y cada una de ellas guardiana de las quintaesencias, regularidad y ortodoxia de su particularísima secta marxista.
Por lo que respecta a las trascendentales decisiones económicas de la época, razón de ser del libro, Orella destaca algunas experiencias concretas: así, el cooperativismo de Mondragón, de origen social-católico, y el practicado desde una perspectiva foral porFélix Huarte en Navarra. Que esta última región sea la natal del autor explica ese detalle; y sus estudios universitarios en Deusto, su interés por el de Mondragón.
En otro plano de obras, Orella destaca el rol jugado por el Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI), de Alfredo Sánchez Bella, en el ámbito de las relaciones internacionales. Fundado ya en 1952, apenas ha sido estudiado, salvo en lo referido a las relaciones con la entonces República Federal de Alemania. También se volcó hacia los países árabes y el mundo hispanoamericano. Especialmente dirigidas al último se organizaron las trascendentales CIDES (Conferencias Iberoamericanas de Ministros de Planificación y Desarrollo). Y, como efecto tardío e inesperado de esta tecnocracia modélica, el autor realiza una sorprendente incursión intelectual en el desarrollismo chileno.
Pero no se trata de un trabajo que mira más que nada al pasado; no en vano, algunas de sus aportaciones parecen estar escritas pensando en el hoy más inmediato. Un ejemplo: dada la crisis y difícil reconfiguración del espacio político de las derechas nacionales, tanto en España como en Italia, el autor nos habla del apoyo económico que proporcionara el almirante Carrero al Movimiento Social Italiano (MSI) ante una gobernante Democracia Cristiana de arrogante y despectivo sentimiento de superioridad moral frente a los políticos españoles. Paralelismos y semejanzas tan sugerentes como inquietantes.
Un aspecto humano de múltiples consecuencias, que, sin embargo, apenas aborda el autor, es el de la emigración de varios millones de españoles hacia Europa occidental, América Hispana, Australia, Estados Unidos: una decisiva fuente de divisas que coadyuvó al desarrollo español; válvula de escape de lógicas tensiones sociales; espejo y contraste de costumbres y estilos de vida. Y, relacionado con ese cambio de costumbres, el fenómeno de la despolitización tácita del régimen; que afectó a buena parte de la población, acostumbrándose a delegar en «los políticos» unas cuestiones que -en la memoria colectiva- se asociaban a unas sangrientas querellas civiles que había que evitar a toda costa. Excepciones a ese comportamiento fueron las organizaciones «políticas» del régimen, que desplazadas de los auténticos centros de decisión política, rebajaron su alcance popular y su radicalidad revolucionaria; y buena parte de la intelectualidad que, ocupando cátedras y demás poltronas dictadoras de opinión pública, cubrieron buena parte del espacio abandonado, propugnando como futurible y sin disimulo las democracias occidentales e, incluso, las «populares».
En cualquier caso, el pensamiento radical-progresista anidó en las estructuras universitarias y en los ambientes intelectuales, artísticos y eclesiales, anticipando los rápidos cambios sociopolíticos que «asombrarían al mundo» años después. Esa «despolitización», tal vez, sustente la imposición sin resistencias de uno de los grandes males del régimen actual: el principio representativo desvinculado del mandato popular, de modo que en lugar de responder los políticos a sus electores, devienen en irresponsables y arbitrarios poseedores de los mismos.
El libro, en su presentación material, es de una magnífica calidad y formato; al nivel de los libros análogos de las grandes editoriales en lengua española. Además, el volumen se enriquece con 24 páginas de magníficas fotografías en blanco y negro, muchas de ellas inéditas, con toda seguridad, para la mayoría de lectores. No obstante, echamos en falta un índice onomástico, como colofón a esta obra, que ordenara el aluvión de nombres, encuentros, fechas y organizaciones que contienen esas páginas de tan apretados caracteres.
En estos tiempos en que lo políticamente correcto se impone de manera asfixiante, también en el ámbito académico, la misma exposición de este episodio español de nuestra Historia acarrea un riesgo: su peligrosa remisión al franquismo; de lo que se deriva el pernicioso efecto de una escasísima investigación historiográfica al respecto. Pero, obviando estas dificultades, es esa exposición desacomplejada del autor, la que permite una aprehensión integral de la cuestión que nos planteábamos inicialmente: ¿qué es España?
De manera sugestiva, España ya no se presenta como una cuestión gaseosa, sin peso ni contenido. Por el contrario, además de ser un patrimonio espiritual, en un mundo de realidades virtuales y pensamientos circunscritos en apenas 140 caracteres, se traduce -incluso hoy- en una riqueza material que está permitiendo sobrevivir a muchos a la crisis económica que aqueja a cientos de miles de familias españolas, merced al patrimonio que muchos protagonistas de aquella gesta, ya jubilados, ganaron con esfuerzo, generosidad y trabajo duro. Una riqueza moral y material que constituyen un hecho objetivo de la Historia, frente a las ensoñaciones aventureras que hoy cuestionan nuestra identidad colectiva.