Guerras Carlistas

En búsqueda de la memoria

Pendiente de publicar por GM

Antecedentes

Nuestra Guerra de la Independencia, en cierta medida fue una guerra civil, entre dos alternativas, en cómo organizar y configurar España. Una se apoyaba en un Estado más descentralizado, aunque ya había iniciado una centralización con los Borbones. Y la otra configuraba las libertades, a la manera jacobina, aumentando el poder del Estado central y debilitando el de las instituciones locales y regionales.

La disputa dinástica, entre Isabel II y su tío Carlos dilucidaba si avanzar en la línea de imitar a la nueva Francia revolucionaria, o seguir considerando útiles las instituciones propias españolas.

La 1ª Guerra Carlista 1833 – 1839, fue otra guerra civil de honda repercusión. En síntesis la monarquía liberal, efectuó una alianza con la burguesía liberal y la alta aristocracia y los grandes propietarios, enfrentándose a los partidarios del Antiguo Régimen.

Para asegurar dicha alianza, se desplegó un ataque feroz contra el modo de vida tradicional de la gente del campo y de la Iglesia Católica, que es lo que supusieron las sucesivas desamortizaciones, sacando a subasta la tierra a unos precios de salida muy baratos, malbarataron las propiedades, tanto de la Iglesia, como la de los comunales de los municipios, y se hicieron con ellas, los más ricos y menos escrupulosos. Los más humildes pasaron de pagar los diezmos en especie, a tener que pagar rentas más altas, y en metálico.

Datos de la Guerra

Tres Fases:

  • Primera: Organización de las fuerzas carlistas, bajo Zumalacárregui, éxitos contra pronostico hasta su muerte en junio 1836
  • Segunda: Tratan los carlista de sacar la guerra del territorio y se de dudaba sobre quién ganaría la guerra, el repliegue de la Expedición Real marca el punto de inflexión contra el Carlismo.
  • Tercera: Situación de impasse, no pueden ganar ni unos ni otros, lo que desemboca en el Acuerdo o Pacto, como salida

Combatientes: a lo largo de los años se movilizaron 500.000 combatientes:

40.000 Carlistas en 1838                                    100.000 Cristinos en 1838
…………………………………………………………………10.000 Legión Aux Británica
…………………………………………………………………..5.000 Legión Ext. Francesa
Bajas:
50.000 Carlistas                                                     60.000 Cristinos
…………………………………………………………………..2.500 Británicos
…………………………………………………………………..7.700 Franceses
……………………………………………………………………….50 Portugueses
Final Pactado

El Convenio de Vergara, firmado por los generales Maroto y Espartero.

 

La Primera Guerra Carlista 1833 / 1840

Iniciada el 3 de octubre de 1833 en Talavera de la Reina, se extendió casi de inmediato por el País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, País Valenciano y Castilla, zonas en la que el carlismo tuvo mayor arraigo y continuidad.

Un testigo de excepción fue el inglés, Charles Frederick Henningsen. Que participó como capitán de Lanceros en la Compañía de Guardias del General Zumalacárregui, y que relató sus andanzas en España en un libro publicado en 1836 en Londres, “Campaña de doce meses en Navarra y las Provincias Vascongadas con el general Zumalacárregui” que en su capítulo primero nos hace una descripción muy interesante, con la que quiere informar a los británicos. Henningsen terminó combatiendo de Brigadier con los sudistas en la guerra civil Norteamérica

Termina la Guerra

No cabe duda que después de siete años de lucha encarnizada, la cuestión de la salida de la contienda no estaba nada clara sobre un futuro próximo, los voluntarios carlistas estaban cansados, y los liberales también. Fue un negociación personal entre Espartero y Maroto, que sin contar con sus jefes, posibilito el fin de la contienda en el Norte. Maroto tuvo que fusilar a ocho generales de su Estado Mayor para imponer su autoridad, sin contar con su Rey. A Espartero le recriminaron los suyos, en Madrid, por la generosidad del Convenio para con los Carlistas.

El convenio aseguraba el grado, y la reincorporación al ejercito liberal de todos los militares profesionales carlistas. Para Guipúzcoa y Vizcaya la guerra concluyó en 1839 con el Convenio de Vergara; en él se prometía a los vascos el mantenimiento total de sus libertades (lo que no se cumplió).

En Cataluña y en el Maestrazgo, duró la guerra un año más, hasta que el general Cabrera, cruzó la frontera con Francia.

Difícil camino…

Después de la Guerra de 1833 (siete años) los carlistas intentaron en cuanto se repusieron de sus heridas, volver a plantear sus derechos dinásticos, bueno, mejor dicho, intentaban implantar su alternativa a la sociedad, que según ellos necesitaba España. Recordemos que toda Europa estaba inmersa en una lucha entre la Tradición y la Libertad, entre dos concepciones muy distintas, que es algo mucho más complejo que solamente una cuestión dinástica.

Segunda Guerra Carlista.

Primero en la guerra de los “matiners” (1846-1849), circunscrita a Cataluña, que se desarrolló exclusivamente en Cataluña, pues el control militar que sufrían en País Vasco, Navarra, Aragón y el País Valenciano impidió que se extendiese la guerra. El pueblo se alzó al grito de «Viva Carlos VI y la Constitución”. Los voluntarios actuaban conjuntamente con progresistas y republicanos federales, y se gritó por primera vez en Cataluña «Vivan los Fueros!». La guerra concluyó en 1849 por puro aplastamiento y represión por las fuerzas gubernamentales a las opositoras. Los modernos historiadores no le atribuyen el carácter de guerra, ni la computan como tal al estimar que fue una contienda localizada en una zona.

Luego aconteció la insurrección montemolista (1855-56). En 1860 se intentó el desembarco en San Carlos de la Rápita. A la muerte de Montemolín, la jefatura del partido recayó en su hermano Juan III. Don Juan, era muy proclive hacia el liberalismo, llegó incluso a ciertas insinuaciones de acatamiento de la dinastía reinante. Como consecuencia de esa actitud, el año de 1868 se publicó un documento, firmado por la princesa de Beira, madrastra de don Juan, en el que se desautorizaba a éste, en base a que había roto el pacto con el pueblo, que le exigía su condición de titular dinástico.

Posteriormente los carlistas lo intentaron en los levantamientos en 1869 y 1870. Todos estos intentos no cuajaron, hasta que en 1872, en medio de la profunda crisis política abierta con la Revolución liberal “Septembrina” de 1868, se dieron unas buenas condiciones por el desmoronamiento de la monarquía liberal, con el nombramiento de Amadeo de Saboya, etc.

La revolución septembrina, se desenvolvió en Navarra en un ambiente claramente hostil contra el anticlericalismo liberal, que produjo un fuerte resurgimiento del Carlismo, y un acercamiento a las Provincias Vascongadas. Como siempre la defensa católica será el pilar que dio coherencia doctrinal al carlismo, y también volvió a incorporar la defensa de los Fueros, a su ideario.

La crisis de los 60 del XIX

A principios de 1866 estalló la primera crisis financiera de la historia del capitalismo español. Aunque estuvo precedida de la crisis de la industria textil catalana, cuyos primeros síntomas aparecieron en 1862 a consecuencia de la escasez de algodón provocada por la Guerra de Secesión norteamericana. El detonante de la crisis financiera de 1866 fueron las pérdidas sufridas por las compañías ferroviarias, que arrastraron con ellas a bancos y sociedades de crédito. Las primeras quiebras de sociedades de crédito vinculadas a las compañías ferroviarias se produjeron en 1864, pero fue en mayo de 1866 cuando la crisis alcanzó su zenit, lo que desató una oleada de pánico.

En la España isabelina de 1866, el sistema bancario español se había embarcado en inversiones especulativas, en infinitos proyectos de ferrocarril.

Antes de 1855, sólo se habían construido 440 kilómetros de vías. Entre 1856 y 1866 se abrieron al tráfico más de 4.300 kilómetros, una suma que volvía a superar la de algunos de nuestros países vecinos juntos.

La banca se concentraba en ferrocarriles, tras los que florecían la corrupción. En 1850 se produjo una expansión monetaria “tremenda” como consecuencia de la Ley General de Sociedades de Crédito de 1856. La norma permitía a las sociedades de ferrocarril depositar sus proyectos en los bancos y que fueran las entidades las que buscaran financiación para los promotores de las vías. En ese mismo año, la Ley de Bancos de Emisión convertía al Banco de San Fernando en el Banco de España y le permitía triplicar el volumen de billetes que emitía.

El boom de la construcción de ferrocarriles y la escasa regulación del sector dieron lugar a una explosión bancaria y a una concentración de riesgos: en 1861, se habían creado ya 12 sociedades de crédito; en 1864 ya eran 34. Muchas inversiones fueron proyectos no rentables. Cuando llegó la crisis del Overend, Gurneyand Co. se sacudió todo el edificio financiero internacional.

La crisis fue tanto bancaria como económica, al mismo tiempo. El PIB descendió 10% en apenas 6 años y la mitad del sistema bancario quebró. En el siglo XIX, el banco que desató la crisis bancaria global, se llamaba Overend, Gurneyand Co. La entidad se declaraba en bancarrota en mayo de 1866 y el resultado de la quiebra fue una jornada de caos bautizada como “viernes negro” y un pánico que se extendió por todo el continente. Lo que hoy se describe como una crisis “sin precedentes” tiene uno muy claro: el de la España del siglo XIX que sirvió al país para reforzar su sistema financiero pero requirió la ayuda del banco central.

La mayor sociedad de crédito de España, la Compañía General de Crédito suspendió pagos. El 85% de su inversión se concentraba entonces en líneas ferroviarias, tras la General se vinieron abajo otros bancos menores como el Banco de Valladolid. La crisis se extendió en Cataluña, y Catalana General de Crédito y Crédito Mobiliario Barcelonés suspendieron pagos. Cuando terminó el 40% del sistema financiero español había sido liquidado. La crisis había sido especialmente severa para las sociedades de crédito hasta el punto de que en Barcelona, el Ejército tuvo que intervenir para dar prioridad a los pagos en metálico a los trabajadores ante el temor a un alzamiento de los trabajadores.

Fue la intervención del banco central la que puso fin a aquella crisis. El Banco de España se resistió a pedir préstamos al Banco de Inglaterra, algo que constituía un rescate de facto. A cambio, aumento de 30 a 50 millones de pesetas su emisión de fondos y acudió a los mercados internacionales entre 1864 y 1866 para poder prestar dinero al Gobierno. El Ejecutivo fue el que prestó después dinero y subsidios al sector privado.

A la crisis financiera de 1866 se sumó una grave crisis de subsistencias en 1867 y 1868 motivada por las malas cosechas de esos años. Los afectados no fueron los hombres de negocios o los políticos, como en la crisis financiera, sino las clases populares debido a la escasez y carestía de productos básicos como el pan. Se desataron motines populares en varias ciudades, como en Sevilla, donde el trigo llegó a multiplicar por seis su precio, o en Granada, al grito de «pan a ocho» (reales). La crisis de subsistencias se vio agravada por el crecimiento del paro provocado por la crisis económica desencadenada por la crisis financiera, que afectó sobre todo a dos de los sectores que más trabajo proporcionaban, las obras públicas -incluidos los ferrocarriles- y la construcción. La coincidencia de ambas crisis, la financiera y la de subsistencias, creaba «unas condiciones sociales explosivas que daban argumentos a los sectores populares para incorporarse a la lucha contra el régimen isabelino».

El flujo del crédito se convirtió también en aquella ocasión en la clave para detener la tormenta. La emisión de deuda de 1868, 1872 y 1873 atrajeron después flujos de capital internacional.

Extractado del artículo de Javier Ruiz, publicado en el digital económico VOZPOPULI, 06-07-2013

Antes de la IIIª Guerra

La impronta de Balmes y la de Donoso Cortés fueron fundamentales en la ideología carlista del periodo, que se inicia con la campaña de propaganda que siguió a la expulsión de Isabel II. La incorporación de los neocatólicos al legitimismo proporcionó al partido, políticamente casi muerto hasta poco antes, un amplio plantel de gentes avezadas en las luchas periodísticas, en la propaganda política e ideológica y en las prácticas parlamentarias.

Los carlistas de aquel entonces afirmaban en sus folletos y periódicos, que la libertad real y concreta era en España anterior al liberalismo. Estas libertades estuvieron siempre amenazadas, pero fueron siempre defendidas. Para ellos, el respeto a las leyes que los reyes, habitualmente, demostraron fue clave para su mantenimiento«En España, más que en ningún país del mundo, se puede decir con verdad, que la libertad es antigua y el despotismo moderno»

El paso de Aparisi y Guijarro al carlismo tuvo gran trascendencia. Su prestigio arrastró primero a otros notables neocatólicos y, luego, al partido mismo. La historiografía carlista así lo señala. Unos y otros hicieron de Balmes —ya muerto— un punto de referencia obligado del tradicionalismo.

Por ejemplo, el texto que ahora se cita —de Balmes—, podría atribuirse al pretendiente carlista o a cualquiera de sus teóricos: «España trae en el corazón la monarquía, pero la suya, no la extranjera; es decir, quiere el poder real robusto, independiente de los partidos, personificación y garantía del espíritu nacional.”

España tiene sus leyes tradicionales, y parte de ellas son las cortes, verdadera representación de todas las clases con influencia juiciosa en la tributación y asuntos graves de la patria: pues eso queremos, no unas cortes representativas de partidos e intereses particulares, formadas por gente charlatana sin ninguna raíz social. Tenemos al pueblo dividido, queremos acabar con esta dolorosa situación, reconciliando a los hermanas entre sí. Tenemos la religión expoliada y esclava: la queremos libre y decorosamente sustentada con sus bienes.» (Balmes Jaime: Obras completas, BAC).

Otro ejemplo, este texto de Aparisi: «aunque la libertad esencialmente consiste «en el pacífico reinado de las leyes justas» con razón algunas veces y otras sin ella, sostenido por un pueblo más libre, que es aquél que ha logrado mayor intervención en el gobierno de la cosa pública. En este sentido, Castilla en el siglo XV, fue tan libre como Inglaterra; Navarra y las Vascongadas fueron más libres que Castilla; Aragón fue el pueblo más libre del mundo» .

Tercera Guerra Carlista

La guerra se desarrolló en tres escenarios principales, de manera independiente. El más importante estuvo en las provincias vascas y en Navarra, que los dos bandos lo denominaron “el Norte”; el segundo escenario de la guerra fue el del Bajo Aragón, Valencia y Maestrazgo, que se le llamó “el Centro”, y el tercer escenario se delimitó a Cataluña.

En “el Norte” al producirse la sublevación en abril de 1872, los carlistas consiguieron reunir en pocos días 8 pequeños batallones y 1 escuadrón de caballería en Vizcaya (3.500 hombres), 4 batallones y caballería en Álava (2.500 hombres), 3 batallones en Guipúzcoa (cerca de 2.000 hombres) y 4 batallones, fuerzas de caballería y numerosas partidas sueltas en Navarra (unos 5.000 hombres), en total 13.000 carlistas, sin apenas preparación.

Muchos voluntarios no estaban claramente encuadrados en unidades militares, tenían una gran escasez de armas, y aún contando con la presencia del Rey, rápidamente hubo un choque que se saldó con un fracaso absoluto para los partidarios de Don Carlos VII.

Primera Batalla, primera derrota

Ante el levantamiento carlista, el ejército liberal, había reaccionado enviando rápidamente refuerzos: contaban en total con 11.500 soldados de guarnición y otros 15.000 soldados de operaciones, y antes de que los carlistas se organizasen, entrenasen y recibiesen armas suficientes, los navarros fueron derrotados por el general Moriones que atacó con 3.500 soldados en la batalla de Oroquieta(Valle de Basaburua) el 4 de mayo de 1872. En el pueblo se enfrentaron tan solo a 1.200 defensores, de los que sólo 400 contaban con armas, el resto no las tenían, en la desigual acometida les hicieron 38 muertos y cogieron 749 prisioneros, que fueron deportados a Cuba y a Canarias. El resto de la fuerza carlista situada en los alrededores, consiguió zafarse. Muchos pasaron a Francia, el Rey, que estaba en Oroquieta logró zafarse a uña de caballo, entrando en Francia por Alduides.

Los vizcaínos aislados, sin apoyos, tuvieron que firmar el Convenio de Amorebieta (24 de mayo de 1872), disolviéndose en malas condiciones. La guerra siguió circunscrita a Cataluña.

El 21 de diciembre 1872, un grupo de 27 voluntarios carlistas, penetraron en Navarra por Dancharinea, entre ellos varios Jefes: Ollo, Argoz, Pérula, Radica…después de pernotar en Alcoz, comieron en Marcalain, en la casa del párroco y llegaron a dormir a Echauri, en los primeros días se les unieron alguna pequeña partida, pero los correligionarios estaban muy recientes por el fracaso de mayo, y les costó bastante dar confianza para ir organizando pequeños grupos que había que entrenar bien, antes de enfrentarse a un enemigo militarmente muy superior.

Para febrero, el general Dorregaray paso de Francia, y se puso al frente de las tropas, y se constituyó por Ollo el primer Batallón, por Rada (Radica) el segundo Batallón, y a Pérula se le encargo de organizar la caballería. Se reanudo la contienda, inicialmente una guerra de pequeña intensidad, en la medida que era necesario acumular mayor número de armas y formar unidades militares más grandes, mejor organizadas y la guerra se fue trasformando.

Así fueron consolidando, cada vez zonas más extensas, bajo su control. Mucho tuvieron que trabajar hasta conseguir, que en 1876 las fuerzas carlistas del Ejercito del Norte, sumaran 40.000 soldados, 2.500 caballos y 96 piezas de artillería.