¡Españoles somos, sin duda! Y creemos en una nueva España
28 de marzo de 2016
Hoy los españoles observan impotentes la deriva institucional de nuestro país. Nuestra nación, reflejando grotescamente el espíritu europeo, se encuentra en un marasmo, en manos de líderes políticos incapaces de lograr la estabilidad y fortaleza política que permita a los españoles tener confianza en su futuro. Ante esta situación, no queremos dejarnos llevar por los acontecimientos esperando pasivamente y preguntándonos que nos va a pasar. Consideramos más vital, e incluso más moral preguntarnos qué vamos a hacer. Y tratar de responderlo.
Desde el GEES creemos en una España distinta a la que se dibuja en el horizonte, una España que está sin fuerza, sin energías, sin ideas y a merced de políticos demagógicos y sin escrúpulos. Cualquier proyección en el tiempo de los programas de los partidos o incluso los de una Gran Coalición en la que los equilibrios necesarios impidan grandes males no conduce a ninguna mejora sensible: no cambia ni cambiará la dirección que ha tomado nuestro país, porque la clase política actual es simple expresión de una decadencia nacional que nos preocupa. No nos resignamos ni a la política de la parálisis de la presunta derecha, ni al adanismo socialista ni mucho menos al golpismo revolucionario neo-bolchevique. No parece buena idea esperar a que de entre estas tres fuerzas salga algo positivo.
Por el contrario, creemos que la inacción cívica y social ante esta deriva es una contribución por omisión al agotamiento de las posibilidades históricas de España, de la que no queremos ser culpables. Hemos perdido demasiado tiempo esperando a que otros asuman nuestras responsabilidades. Los españoles de bien deben tomar en sus manos su destino, hoy a la deriva y en manos de quienes ni siquiera son capaces de pensar en él. Nosotros, como conservadores, tenemos ideas precisas acerca de cómo reorganizar el poder público español para que respete la iniciativa libre de los españoles, así como para reavivar los sectores de la sociedad que necesita el conjunto de la nación. Pero primero creemos que es necesario recuperar un orgullo individual y colectivo sin el que es imposible vivir, que late en el fondo del corazón de los españoles y que nos debe despertar a nuestra auténtica y olvidada realidad: España.
Es hora, en el centenario de su muerte, de escuchar a Cervantes, nuestro más universal compatriota: “¡Español sois, sin duda! Y lo soy, lo he sido y lo seré mientras que viva, y aun después de ser muerto ochenta siglos”. Somos españoles, somos afortunados de serlo y estamos orgullosos de la grandiosa contribución de España a la Civilización. Civilización que es la que, desde el 11 de septiembre hasta los atentados de Bruselas, está siendo retada por todo occidente.
La historia contemporánea ha situado a Occidente, del que España es nación fundadora, ante un fin de la historia que no es el que vislumbramos hace treinta años. Cierto, no hay alternativa al victorioso modelo occidental, a la unión de la democracia liberal con el capitalismo. Durante las últimas décadas, la victoria de las ideas liberales ha sido indudable y el sistema capitalista ha llevado a la humanidad a cuotas de bienestar desconocidas en la historia, pero la victoria sobre un comunismo que fue más bien derrota de sí mismo y la ausencia de un enemigo claro desde entonces las ha privado de un incentivo para su defensa y perfeccionamiento.
Si esto es reminiscente de la teoría de la incitación y respuesta alumbrada por Toynbee en su “Estudio de la Historia” con la que explicaba la desaparición de las civilizaciones de la faz de la tierra, es porque efectivamente se le parece. Lo distingue que aunque no se perciba como tal la existencia de ese adversario (incitación) equiparable a los totalitarismos del XX que generaron esa reacción benéfica (respuesta), existe con más fuerza de la que se quiere reconocer. Dejarlo sin combatir es una temeridad que rechazamos.
El resultado de esta placidez ideológica ha resultado ser inusitadamente nocivo. Mientras la democracia liberal disfrutaba pasivamente de su victoria, el germen totalitario ha reingresado en nuestras sociedades, porque precisamente éstas se han relajado en su defensa. No sólo eso: este neo-bolchevismo demagógico y violento que ha arraigado en sectores sociales europeos y españoles se suma a un concepto social-demócrata del Estado del Bienestar hipertrofiado: el equivalente a un cien por cien de deuda, irresponsabilidad suicida que es lo que se esconde bajo el slogan político de “socialismo del siglo XXI”.
Es lo que ha ocurrido en España: la Transición ha hecho creer a los españoles que la libertad es gratis, que no se defiende y que está garantizada para siempre. El bolchevismo violento y el socialismo fofo instalados en nuestras élites políticas y culturales, están erosionando las energías europeas y españolas. Y no sólo eso: en el ámbito social y cultural el “multiculturalismo” ha hecho perder de vista nuestra propia civilización. Vivimos en la desafección a los valores tradicionales de Occidente que son a los que nosotros nos adherimos: la filosofía griega, el derecho romano y la explicación espiritual del hombre, de la tradición judeo-cristiana. Todos ellos conforman la cultura occidental, que hoy es atacada desde diversos ámbitos culturales, políticos o mediáticos.
Creemos que ante este peligro que consideramos cierto e inminente no es momento de ponerse a discutir si se trata de galgos o podencos. Aunque como hemos dicho, no tenemos inconveniente en admitir que el galgo es el radicalismo islamista, y el podenco el neo-bolchevismo. Contra ambas aberraciones políticas y humanas se trata de actuar de manera determinante, rearmando a la sociedad en defensa de nuestros valores. La rebelión cívica, que a tanta buena gente unió en el pasado en nuestro país y cuyo reverdecimiento promovemos, requiere el regreso a los principios básicos que llevaron a Occidente a la victoria en ese fin de la historia y a España al corazón de Occidente.
Siempre hemos pensado que los determinismos no son de este mundo, que la historia no está escrita y que el centro de ella es la acción humana libre. Creemos que hay que proporcionar a España una genuina tranquilitas ordinis, lo que desde San Agustín se conoce como la verdadera paz propiciada por el orden justo de las cosas. Y si se quiere remontar aún antes en la historia, en nuestra historia, dar a nuestro país la garantía de la justicia en los términos de Ulpiano: honeste vivere, alterum non laedere et ius suum cuique tribuere. Y creemos que ello pasa por lo siguiente:
En primer lugar, creemos en el Estado de Derecho y en la separación de poderes como mecanismos jurídico-políticos capaces de preservar, e incrementar, la libertad y prosperidad de los españoles y denunciamos el reduccionismo que los partidos políticos han practicado contra ellos. La elección del órgano de gobierno de los jueces, el CGPJ, debe volver a ser la originalmente prevista en la Constitución, reservada en gran parte a los jueces por sí mismos. Nuestra democracia sólo funcionará como queremos si los jueces son verdaderamente independientes, profesionales y anónimos. La separación de poderes debe ser recuperada por encima de todo, porque es la única manera de que se promueva el respeto a la Ley y el Estado de Derecho como elemento esencial de la democracia.
En segundo lugar, creemos que la pérdida de soberanía que se deriva de nuestra pertenencia a la Unión Europea ha permitido a muchos esconderse tras las llamadas exigencias de Bruselas o de Berlín. Desde luego que a ellos beneficia tanto la continuidad de España como nación como el saneamiento de nuestras cuentas públicas. Pero esto nos beneficia mucho más a nosotros. Es el momento de responsabilizar a los españoles de su propio destino y de pedir y exigir su adhesión a obviedades tales como que es mejor una nación unida y con su economía en forma que cualquier otra alternativa charlatana. Hay que desterrar sin miramientos las demagogias paralizantes respecto a cuestiones tan básicas. Las deudas no se contraen, y si se contraen se pagan. Nuestros padres, y los padres de nuestros padres, lo sabían bien. No entendemos porqué los españoles de hoy en día lo han olvidado.
En tercer lugar, las oligarquías de los partidos, la ley electoral y los liderazgos escasamente democráticos han vuelto a poner de actualidad la “ley de hierro de las oligarquías”, que Michels desarrolló a principios del siglo XX y que siempre ha servido para ilustrar la crítica a los sistemas democráticos parlamentaristas que hicieron crisis en los años 30, desde la perspectiva fascista y marxista. No nos cuesta mucho reconocer en Europa este tipo de críticas. Nosotros creemos en las reformas que devuelvan el poder a los ciudadanos sobre los partidos y sus liderazgos. Deben ser adoptadas sin demora. Es decir, hay que transformar a España en un sistema mayoritario, o corregirlo con dos vueltas, y hay que imponer listas abiertas y el funcionamiento democrático de los partidos que ya exige la Constitución.
En cuarto lugar, el problema español se incrementa con el favorecimiento de los partidos separatistas. No se puede aceptar la condición de diputado nacional o senador del Reino a beneficio de inventario, con juramentos creativos y anticonstitucionales. O se es español y se puede representar a los españoles o no se es y entonces hay que tener la decencia de quedarse fuera. Y si no se tiene, imponerse por ley. Ningún partido que se presente en un número limitado de circunscripciones debe obtener representación para el conjunto en el Congreso. Si la Cámara de representación territorial es el Senado sólo deberían tener representación en ella siempre y cuando abandonasen cualquier veleidad separatista. Su representación en el Senado también debe ser sometida a limitaciones
En quinto lugar, la Constitución no obliga a la organización mediante Comunidades Autónomas cada vez más separadas e incluso enfrentadas. Es inadmisible e irracional que hoy recaude el Estado para que gasten unas comunidades que generan problemas descomunales para el común de los españoles: es el caso del incumplimiento de los criterios europeos por los déficit autonómicos. Es inadmisible que la solución sean fondos coyunturales de sostenimiento a las comunidades (FLA).
Esta dinámica resta energías a la nación y la distrae en disputas estériles. Nosotros creemos en la recentralización de los servicios de las Comunidades Autónomas: especialmente los de educación y sanidad, que son los grandes responsables del déficit y la deuda desbocados que desangran España. La corresponsabilidad fiscal debe incrementarse y hacerse más visible a los ciudadanos.
En sexto lugar, hay que promover la modificación constitucional de las ventajas fiscales propiciadas por la disposición adicional primera de la Constitución. Carece de sentido la discriminación fiscal favorecedora de País Vasco y Navarra en este sentido. Cierto, se vive mejor allí debido a su menor carga fiscal y se puede recurrir a la historia nacional para justificarlo. La solución es bien sencilla: converjamos el modelo autonómico hacia el modelo adoptado por el de estas regiones, en lugar de obligar a éstas a asumir los mayores impuestos de las demás.
En séptimo lugar, el Pacto de estabilidad y crecimiento de la UE y su terminal nacional, la Ley de Estabilidad Presupuestaria, deben ser cumplidos con celo, porque ese celo es una garantía de la prosperidad del conjunto y es la base para no empobrecer a nuestros herederos con nuestras deudas. El control del déficit para reducir la deuda no es una mera tarea de Estado sino un compromiso moral de la mayor relevancia. Si eso lleva a España a reducir su peso del Estado en el PIB, considerado aproximadamente en los últimos años en el 44% como no excesivo en relación con el resto de la UE, que así sea. A nosotros sí nos parece excesivo. Que el Estado franquista acabara con un peso del 25% del PIB, un 7,3% de deuda pública y pleno empleo debería resultar un sarcasmo inadmisible para nuestros gobernantes.
Consideramos una frivolidad mayúscula que ningún partido político haya hecho campaña, ni la haga ahora, advirtiendo a la ciudadanía que sus programas suponen desatender, en la mayoría de los casos, y volatilizar, en alguno, los artículos 2 y 135 de la Constitución. Es altamente irresponsable pasar de puntillas sobre el hecho irrevocable de que la nación española debe permanecer unida y no se puede tolerar ninguna violación normativa que lo ponga en cuestión, como es cotidiano por parte del mismo poder público, por ejemplo el gobierno regional de Cataluña que cuenta con la colaboración de quienes lo toleran y aun lo estimulan. De igual modo el control del déficit impone límites a las expansiones del estado del bienestar que todos proponen. O se defiende la derogación de estos artículos o se cumplen. Otra cosa es engañar: Tertium non datur.
En octavo lugar, lo que se denomina con un exceso del lenguaje “cultura” dominante es parcialmente responsable de estas contradicciones insalvables. España se ha sumergido en una contracultura repulsiva que rechazamos de plano. La televisión, concentrada en unas pocas manos, alterna los programas de cotilleo, los de cotilleo deportivo y los de cotilleo político. El teatro, el cine son coto de subvención, amiguismo y falta de calidad artística. Idiotizar a la masa es un crimen como cualquier otro. Convertir la marginalidad en lo aparentemente normal causa un mal incalculable a la sociedad. Detestamos esta actitud y proponemos su erradicación mediante la supresión de las subvenciones a esta pretendida “cultura” y la finalización del reparto interesado de las concesiones televisivas
En noveno lugar, el compromiso internacional de España debe ser acorde con nuestras aspiraciones. La apuesta que desde 2004 ha hecho España por ser un país de segunda división es un fracaso nacional. Los problemas del mundo, empezando por la amenaza yihadista, requieren de la intervención de las potencias democráticas, España entre ellas; y la fuerza militar es sin duda la parte principal de esa capacidad de influencia. Es imprescindible erradicar de la mente de los españoles la falsa idea de que se puede ayudar al prójimo desde la debilidad y la del fanatismo pacifista.
Y hay que abordar una reforma profunda de unas Fuerzas Armadas ancladas en los años noventa, con carencias operativas graves y con dificultades para cumplir con su misión. La crisis de los refugiados causada por el “Chernóbil geoestratégico” que es la guerra de Siria debería abrir los ojos a los europeos en general y a los españoles en particular. No solucionar los problemas allí acaba generando problemas aquí. .
En definitiva, en décimo lugar, creemos que España es una gran nación, una de las más importantes de la historia universal, una nación que queremos, amamos y respetamos. Queremos que desempeñe el papel que le corresponde en el siglo XXI.
¡Españoles somos, sin duda! ¡Despertemos y levantémonos!!