Daniel Celayeta 18 septiembre 2016
Los separatistas afirman que tanto Cataluña, como Euskadi o Galicia son naciones, que tienen derecho a Estados propios y quieren ejercitar el derecho a decidir. La respuesta española es débil, nadie discute si las periféricas son naciones o no, tan solo se arguye lo que se decidió en 1978 con la Constitución y que su cambio tiene un procedimiento. Los separatistas ante argumentos jurídicos enfrentan argumentaciones emocionales. No hay posible negociación, no les apoyan un % importante de los que viven en territorios que llaman suyos. Para nosotros la soberanía reside en conjunto del pueblo español, el respeto a la Ley es básico en cualquier democracia, es clave acatar los procedimientos de cambio. Los separatistas apoyan un relato romántico de identidad nacional, estamos ante combate desigual: un bando apela a la historia, a la épica, a la lengua; los constitucionalistas argumentan tan solo -sin defender una idea de España- con conceptos universales como “libertad e igualdad”, cosa que los separatistas aseguran que ellos también respetaran.
Muchos españoles de izquierda están atrapados por una hispanofobia histórica, tan solo ven discutible la identidad nacional española. Prefieren eludir la argumentación histórico-cultural sobre España, ceñirse a las leyes en la defensa de los derechos individuales, pensando que estratégicamente se terminara por superar las obsesiones de las pequeñas naciones dentro de una Europa más fuerte. En un mundo globalizado no es viable gestionar 130 pequeñas naciones®iones europeas. Hoy los europeos vivimos asustados: por la crisis, por la afluencia masiva de inmigrantes islámicos, por problemas de convivencia, por atentados terroristas, por las disfunciones en la construcción europea. Abandonamos las señas de identidad propias, las sustituimos por un relativismo atroz, por un laicismo radical, por nuevos conceptos de familia y genero, cediendo mucha soberanía en pos del libre comercio y erramos las políticas: en Ucrania, conflictos árabes, Turquía, alineados con los intereses norteamericanos achicamos el espacio a Rusia. Muchas directrices europeas no se entienden, por ello los nacionalismos están resurgiendo por toda Europa: el Brexit, el avance de Alternativa por Alemania, el Frente Nacional francés, el éxito de Orban, refuerzan la dinámica del retorno a lo nacional. El fenómeno Trump tampoco es ajeno.
En España seguimos deslegitimando la idea de nación (salvo que sean catalana, vasca o gallega). Ni siquiera los más lúcidos hablan claramente de identidad española; reducen la idea de España a un espacio jurídico neutro, quieren evitar cualquier mirada al pasado español, craso error ¿como no estar orgullosos de Sancho VII el de las Navas? Orgullosos de pintores como Velázquez, Goya, Picasso, de escritores como Cervantes, Lope, Quevedo, Góngora, Valle Inclán, Unamuno, Baroja. Orgullosos de Teresa de Jesús, de Ignacio de Loyola; de nuestros navegantes, descubridores y colonizadores de Colon, Elcano, Hernán Cortés, Valdivia; de evangelizadores, Francisco de Javier, Bartolomé de las Casas, de la Escuela de Salamanca,…de músicos como Padre Vitoria, Albeniz, etc.
Estamos orgullosos de nuestros grandes deportistas; de la calidad de nuestras selecciones deportivas; de tantos españoles anónimos que trabajan en el mundo de la Cooperación; de los numerosos misioneros españoles en todos los confines del mundo; de los soldados españoles en misiones de Paz o en las de Guerra en caso necesario; de los jóvenes investigadores que trabajan en las universidades o en el I+D de empresas punteras. Orgullosos de las empresas españolas multinacionales que llevan nuestro buen hacer por multitud de países, de los profesores de español en los Institutos Cervantes. Orgullosos de nuestros conciudadanos que trabajan silenciosamente y honradamente en el día a día. Algunos siguen pensando que ser español es una cosa de “fachas” y ven a los nacionalismos periféricos como progresistas. Nuestra derecha vergonzante tímidamente defiende la “Marca España” como marketing comercial, no como nación.
Si nos situamos en cualquier punto de Europa y viajamos en cualquier dirección más de 150 kilómetros, veremos como cambian los acentos, ciertas costumbres gastronómicas, sus trajes regionales, etc., el particularismo elevado a la categoría de “nacional” es simplemente ridículo en un mundo como el actual. Otra cosa es el amor a la patria chica en sentido cervantino: a quién no le gusta donde nació, donde vivió su juventud, estos afectos nunca impidieron la pertenencia a una comunidad de ámbito mas grande. España tiene luces y sombras como cualquier nación, entre sus luces figura que descubrió un continente y evangelizó medio mundo. La historia siempre tiene un sabor agridulce, lo mismo sucede en la propia familia, unos nos caen mejor y otros peor, unos son listos y otros tontos, pero todos son familia. Dejemos de rehacer la historia para adecuarla a cada momento histórico, no sería justo ni con nuestros antepasados ni con la historia.
Hoy España es una realidad histórica con una gran proyección de futuro, tenemos una realidad plural donde la inmensa mayoría vivimos satisfechos, con nuestra cultura popular, nuestras fiestas, nuestra gastronomía, somos una suma de individuos libres y no una suma de diferentes pueblos, que tan solo existen en el imaginario de los pequeños nacionalismos y ahora entre los oportunistas de Podemos. Lo que nos une a todos los españoles, es mucho más que lo que nos separa, vivimos a la vez la unidad y la diferenciación. Entendemos como un enriquecimiento las distintas señas de identidad, coloquémoslas como círculos concéntricos, donde todas suman y no se colisionan, sino que definen la forma de ser españoles en el siglo XXI.